Pablo Bedoya Molina - Desenfrenada lujuria

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Análisis genealógico de la heteronormatividad para comprender el surgimiento, desarrollo e implantación de la heterosexualidad obligatoria como un sistema mundo que ha colonizado y violentado otras posibilidades de amar y vivir juntos.

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De tal manera, siguiendo las tesis de historiadores como Michel Foucault,11 David Halperin,12 John Boswell,13 Mark Jordan14 o Colin Spencer,15 las sociedades griegas, romanas y cristianas primitivas mostraron una amplia apertura hacia diferentes tipos de prácticas sexuales. Esto ocurría por varias razones: en las sociedades grecorromanas antiguas, muchos de los preceptos sobre sexualidad no eran de orden legal, sino más bien recomendaciones para un buen vivir, para un “cuidado de sí”, dirigidos principalmente a los varones de sectores sociales altos, alrededor de instituciones educativas como academias y gimnasios. Esta ars erótica —como la denomina Foucault— fue un conjunto de recomendaciones no obligatorias que, por tanto, no acarreaban castigos cuando eran incumplidas, aunque en ocasiones sí podían generar sanciones sociales.

Por lo anterior, antes de la institucionalización de la homofobia las relaciones eróticas y afectivas entre varones o entre mujeres, y no las que se daban entre mujeres y hombres, podían pasar desapercibidas o, al menos, no generar preocupación, porque no eran consideradas por el común de la gente como un atentado contra la unidad familiar, la reproducción social, mucho menos el orden social. De manera que la heteronormatividad se ha formado con el tiempo.

Al respecto, John Boswell evidencia que la “homofobia” o la “intolerancia social” —en sus términos— ha sido leída como un continuum que a veces se cuestiona cuando se estudian sociedades antiguas, pero que se deja intacto desde la aparición del cristianismo. El efecto de esta orientación analítica ha sido una deshistorización y, en ese sentido, una naturalización del rechazo social a las prácticas sexuales homoeróticas.16

La formación de la heteronormatividad ha sido un proceso histórico y por ello nunca ha sido acabado ni total. Más bien ha sido un proyecto prescriptivo que hasta ahora no ha cooptado ni todas las conceptuaciones sobre el afecto y la sexualidad que existen en el globo, ni todas las prácticas del placer que experimentan las personas. En ese sentido, la heteronormatividad ha sido el resultado de relaciones de poder donde el cuerpo y el deseo han estado en disputa. A lo largo de sus trayectorias históricas, los mecanismos de control y regulación de la sexualidad han debido confrontarse con la agencia cotidiana de sujetos deseantes que, en ocasiones, incluso contra su propia voluntad, han fisurado los mecanismos de su poder. Reconocer la heteronormatividad como proyecto político y moral implica reconocer los sujetos y las relaciones de poder que la han constituido. De igual manera que las relaciones socioeconómicas, culturales y políticas que en distintos momentos y latitudes han sido su condición de posibilidad.

En razón de ello, me guío en este trabajo por el horizonte interpretativo de las categorías de análisis feminista de sistema sexo/género y de heterosexualidad obligatoria, y de la categoría heteronormatividad proveniente de la crítica queer. Estos conceptos me permiten comprender la configuración histórica de las jerarquías y otredades subalternizadas que han establecido lugares de privilegio para las sexualidades “normalizadas”, al tiempo que han producido lugares de abyección para las experiencias que interpelan o que, por lo menos, no se ajustan al orden sexual hegemónico.

No obstante, algunos usos de estas categorías presentan limitaciones. Una primera limitación que se identifica es el modo en que se comprenda la relación entre los sistemas sexo/género y los sistemas sexuales propiamente. En “Tráfico de mujeres”, Rubin parecía fundir en una sola categoría aquellos aspectos relacionados con la producción del binarismo del género con la forma en que la sexualidad es significada. Esta perspectiva ha terminado por hacer de la sexualidad una suerte de apéndice subsidiario de las relaciones de género, por lo cual, historiadoras como Fernanda Molina plantean que: “La sexualidad no puede interpretarse como una extensión del sistema de género, ya que un caso de desacato de las normas dominantes de masculinidad —como el afeminamiento— no implica, necesariamente, una preferencia sexual por personas del mismo sexo; así mismo, la existencia de una práctica sexual entre varones, como el caso de la sodomía activa, no exige una alteración de los roles de género hegemónicos.”17

De manera que, si bien existe una relación profunda entre los sistemas sexo/género y los sistemas sexuales, estos deberán comprenderse como sistemas de relación más o menos autónomos, para que puedan examinarse mejor los modos en que se imbrican, coproducen y superponen estos conjuntos de disposiciones como lo ha expresado la misma Gayle Rubin en trabajos posteriores.18

Una segunda limitación se relaciona con el carácter histórico de los sistemas sexo/género y de los sistemas sexuales. De acuerdo con distintas perspectivas, pareciera existir un consenso en el que las relaciones sociales descritas por tales nociones son de carácter histórico, es decir, relaciones que mutan en el tiempo.19 Por esto, su comprensión debe fundamentarse en una mirada histórica que dé cuenta de las trayectorias particulares de estos sistemas.

Ahora, las opiniones o posturas homofóbicas, es decir, aquellas que ven como negativas las relaciones entre personas del mismo sexo/género, han existido a través de la historia y a lo largo y ancho del globo. No obstante, no es posible afirmar que la heterosexualidad como institución obligatoria tenga la misma suerte; al contrario, ha sido histórico el proceso mediante el cual determinadas posturas y opiniones que significan negativamente la sexualidad, las relaciones homoeróticas y los tránsitos de género han logrado constituirse en ley, dando paso al desarrollo de aparatos institucionales de represión y castigo. Es a este proceso al que me refiero con la idea de institucionalización de la heterosexualidad obligatoria o institucionalización de la heteronormatividad.

En este sentido, para efectos de esta propuesta, la categoría de heteronormatividad permite identificar un conjunto de representaciones sociales, de aparatos estatales y de mecanismos sociales de coerción, orientados a la instauración de las relaciones monogámicas y la heterosexualidad como única forma posible y obligatoria de relacionarse amorosa, afectiva y sexualmente entre las personas.

Esta perspectiva requiere distinguir dos aspectos que, aunque interconectados, pueden diferenciarse. Por un lado, las representaciones y los aparatos estatales que buscan instituir la heterosexualidad obligatoria y las relaciones monogámicas como única expresión válida de relacionamiento erótico y afectivo. Por otro, las representaciones sociales y los mecanismos de coerción social que, en el devenir de las sociedades, se han tejido para el control y regulación del cuerpo, el deseo y el sexo. Es decir, no existe necesariamente una coincidencia entre los aparatos de represión estatal, los modos en los que socialmente fue regulada la sexualidad y las representaciones sociales que circularon en torno a esta.

Este asunto es fundamental para el análisis de la heteronormatividad pues si bien ha sido una matriz estructural en el desarrollo de la modernidad occidental, no por ello ha sido ni homogénea ni monolítica. Por tanto, los marcos normativos y las instituciones a las que ha dado lugar, no se han comportado del mismo modo que las representaciones sociales y las prácticas cotidianas. Un ejemplo de ello es su despenalización en el siglo xix. En Colombia, el primer código penal republicano, que entró en vigor en 1837, no incluyó la sodomía como un delito, pero esto no significó necesariamente que las representaciones sociales y las prácticas de disciplinamiento social que negativizan estos deseos y sexualidades hayan cesado. Tanto así que, a finales del siglo xix, encontramos de nuevo posturas que buscaron penalizar este tipo de relaciones, como efectivamente ocurrió cuando en el Código de 1936 se incluyó el denominado Delito de Acceso Carnal Homosexual.20

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