Jean-Yves Camus - Las extremas derechas en Europa

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Este libro, escrito por dos grandes expertos en la historia del Front National de Le Pen, define y describe las diferentes familias de los movimientos de extrema derecha vivos en los países miembros de la Unión Europea y en Rusia.Bucea en su origen, pero se centra en la historia reciente de estos movimientos, en sus programas ideológicos y en su visión del mundo. Expone sus resultados electorales y la sociología de su electorado para esclarecer el «denominador común» que los reúne, aun cuando su heterogeneidad y sus particularidades nacionales no permitan pensar en una «internacional de la extrema derecha».Contrariamente a las teorías facilistas en boga, los autores sostienen que es un error explicar el ascenso de los partidos nacionalistas, populistas y xenófobos por la sola variable de la crisis económica y que su público creciente es más bien el síntoma de un profundo cuestionamiento de los marcos tradicionales de la identidad europea. Esta edición en castellano cuenta con un epílogo original de los autores y un prólogo de Antonio Maestre dedicado al más reciente caso español, Vox.

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De hecho, la extrema derecha europea tuvo, desde 1945, cuatro olas diferentes de partidos extremistas de derecha. La primera, entre 1945 y 1955, se caracteriza por su proximidad con las ideologías totalitarias de la década de 1930 y a menudo se la denomina «neofascista». La segunda ola, que aparece a mediados de la década de 1950, corresponde a un movimiento de las clases medias radicalizadas. Entre los años 1980 y 2001, llega la «tercera ola» que muchos autores califican como «nacional-populista». La cuarta ola se desarrolla después del 11 de Septiembre y es una traducción populista del concepto de «choque de civilizaciones». Se hicieron varios intentos de aislar, dentro de esta familia de extrema derecha, a subgrupos transnacionales. Así, Piero Ignazi distingue entre «antiguos» partidos, de neta filiación con los fascismos, y partidos «posindustriales». (71) Hans-Georg Betz prefiere oponer los populismos radicales de corte neoliberal, incluso libertario, a los nacional-populismos autoritarios.(72)

El tiempo presente

El FN aparece como un caso límite en todos los modelos de clasificación existentes, establecidos a partir de lo que Cas Mudde llama —con ironía pero con justeza— «baterías de criterios» que se emparentan, por su longitud, «a verdaderas listas de recados» ( shopping lists ). Según Cas Mudde, pertenecen a la extrema derecha las formaciones que combinan: el nacionalismo (estatal o étnico), el exclusivismo (por lo tanto, el racismo, el antisemitismo, el etnocentrismo o el etnodiferencialismo), la xenofobia, rasgos antidemocráticos (culto al jefe, elitismo, monismo, visión organicista del Estado), el populismo, el espíritu antipartidario, la defensa de «la ley y el orden», la preocupación por la ecología, una ética de valores que insiste en la pérdida de las referencias tradicionales (familia, comunidad, religión) y un proyecto socioeconómico que mezcla corporativismo, control estatal en determinados sectores y fuerte creencia en el juego natural del mercado. La lista de los partidos que corresponden a esta descripción comprende el conjunto de las formaciones que, en Europa occidental, experimentaron importantes éxitos electorales en las décadas de 1980-2000 y fueron espontáneamente clasificados por los observadores como de extrema derecha (Frente Nacional, FPÖ, Vlaams Blok, Liga Norte y Alleanza Nazionale, Partido del Pueblo Danés, Partido del Progreso noruego). El politólogo propone luego subdividir la familia de extrema derecha entre partidos moderados y partidos radicales. Según él, los partidos radicales profesan un nacionalismo xenófobo que excluye del beneficio de determinadas prestaciones redistribuidas por el Estado a todos aquellos que, por su nacionalidad o su origen, no pertenecen al grupo étnico dominante, que, en un plano ideal, es el único que detenta el derecho de residencia en el suelo nacional.(73)

El problema metodológico se presenta en el caso francés, con un FN poderoso cuando, en la década de 1990, muestra claramente una concepción ética de la nación, bajo la influencia de su dirigencia de neoderecha, pero que también logra el éxito en la década de 2010 con una estrategia de normalización. Por eso mismo, el FN vuelve a plantear la cuestión de la validez de la tesis de la «derecha revolucionaria», con la que sin demasiada dificultad algunos observadores quieren vincular al FN y, a partir de allí, relacionarla con el fascismo. Claramente, el FN de Jean-Marie Le Pen combina antiparlamentarismo y fibra populista, es favorable a trastocar y regenerar la sociedad y las jerarquías sociales, y se acerca a la «forma palingenésica del ultranacionalismo populista», que es —para Roger Griffin— la definición del fascismo; (74) ese fascismo que Roger Eatwell describe como «la ideología que buscó determinar un renacimiento social sobre la base de una tercera vía radical de tipo holística y nacional». (75) Sin embargo, los razonamientos que operan por modelización ideológica introducen una turbación que no tuvo lugar. El FN es un partido nacional-populista. También es un partido de tipo «posindustrial», que actúa en el marco de la democracia representativa buscando conquistar el poder a través de elecciones, que no posee filiación directa con los partidos fascistizantes de preguerra ni con las formaciones colaboracionistas del período 1939-1945. (76) Cierto es que presenta algunas características del fascismo, según la descripción del régimen mussoliniano que brinda el historiador italiano Emilio Gentile, justamente partidario de considerar el fascismo como una serie de acciones antes que de ideas.(77)

Si nos atenemos a la definición de Gentile, el FN solo reúne unas pocas características fascistas: no es un «movimiento de masas», no está organizado en forma de «partido milicia», no emplea «el terror» como medio para conquistar el poder, rechaza explícitamente la idea de construir «el hombre nuevo», ya que es anticonstructivista, a la manera ultraliberal de Hayek a la vez que a la manera tradicionalista de los contrarrevolucionarios. Tampoco promueve «la subordinación absoluta del ciudadano al Estado»: en efecto, primero, y muy por el contrario, en la época de Jean-Marie Le Pen, este pone en el centro de su programa reducir el papel del Estado a sus funciones soberanas, así como el desarrollo de la libertad de emprender y el libre juego del mercado; luego, en la época de Marine Le Pen, se produce un endurecimiento de la concepción del papel a acordar con el Ejecutivo y su intervención económica, pero sin una estatización significativa de las unidades de producción. Sin embargo, el FN presenta, efectivamente, algunos rasgos estéticos del fascismo, porque se trata de un movimiento que se considera investido «de una misión de regeneración social», que «se considera en estado de guerra contra los adversarios políticos» a la vez que en algunas ocasiones busca el compromiso táctico con ellos, cuyo jefe y sus cuadros suelen poseer «una cultura basada en el pensamiento mítico y en el sentimiento trágico y activista de la vida». Además, en la ideología frentista se encuentran otras particularidades del fascismo, según Gentile: «Una ideología de carácter antiideológico y pragmático», el antimaterialismo y el antiindividualismo (en el sentido de llamar continuamente a la movilización de las «energías nacionales»), el antimarxismo, la oposición al liberalismo político —visto como un equivalente del socialismo, el populismo y determinadas pretensiones anticapitalistas—. A decir verdad, una vez terminada esta comparación, ¿qué queda? No es que el FN sea un movimiento fascistizante, sino que los rasgos que tiene en común con el fascismo son rasgos comunes de las extremas derechas. Lo que sí puede validar racionalmente una comparación entre FN y fascismo es que el fascismo, sean cuales fueren las tentaciones de oscilación ideológica de sus márgenes, es un fenómeno que participa del campo de las extremas derechas, no la idea de que el FN pueda ser una extrema derecha radical.

Uno de los rasgos más originales del Frente Nacional es el haber logrado federar, en un largo período (1972-1999) —con, es verdad, algunas tensiones y divisiones, pero salvaguardando la existencia del partido—, los diferentes componentes de la extrema derecha francesa, de referencias a veces diametralmente opuestas. En consecuencia, agrupa a republicanos autoritarios y monárquicos, católicos tradicionalistas y neopaganos, excolaboradores y exresistentes, militantes de todos los grupúsculos nacionalistas del período de la «travesía del desierto» (1945-1984) y tránsfugas radicalizados de los partidos neogaullistas y liberales, que vuelven a encontrarse en el espíritu del «compromiso nacionalista»; esa táctica, ya presente en Maurras, que da muestras de la dimensión antisistema del partido. En efecto, esta constante en la unión más allá de las divisiones demuestra que todas las subfamilias de la extrema derecha francesa sienten que pertenecen a un mismo campo, el de los vencidos de todos los grandes cortes que jalonan la historia de Francia: Revolución de 1789, caso Dreyfus, Liberación, pérdida del Imperio colonial. Lo que acerca a estos diversos componentes es mayor que lo que los separa del adversario, designado con el nombre de «partidos del sistema», pura y simplemente reducido a un «ellos» contra «nosotros».

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