Javier Herreros - Las huellas imborrables

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Las huellas imborrables está constituido por una primera parte en que se desarrollan diez poemas narrativos en homenaje a artistas admirados por el autor, Pier Paolo Pasolini, Johann Sebastian Bach, Miguel Delibes, Ingmar Bergman, Jirí Menzel, José Saramago, César Vallejo, Albert Camus, Antonio Machado y Freddie Mercury. Se trata de composiciones en la línea de los poemas narrativos de Cernuda en homenaje a Larra, Gide, Galdós, etc. articulados en cuatro o cinco secciones de diez versos cada una. La segunda parte del libro está dedicada a la explicación reflexiva, a modo de ensayo, de los poemas precedentes. En estos textos se lleva a cabo, además, un pequeño acercamiento a la vida y obra de los artistas homenajeados.

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Antes de pararse las manecillas de los relojes,

el abuelo abraza, uno por uno, los árboles de su huerta:

«Queridos olivos; queridos membrillos; queridas higueras;

me despido, compañeros de trabajo y emociones,

gracias, gracias por alimentar nuestra tierra.

Otros días vendrán, soles nuevos, nuevos trabajadores,

que vuestras raíces sean una fuerza imperecedera».

VERSOS DE EMOCIÓN

A César Vallejo

I

En un pueblo de los Andes, nació el poeta

de la tierra y el cosmos. El pequeño de la casa

creció con los bizcochos de la guía materna

y los juegos con los barcos en el pozo de agua.

Constituyó una imprescindible referencia

su hermano Miguel. Se escondían por las salas

al caer la tarde. Qué alegría para César

hallar a su gemelo corazón tras las puertas.

Luego, la madre, al verlos, los acariciaba:

en su equipaje irán los recuerdos de infancia.

II

Whitman y Verlaine: primeras lecturas líricas.

Conoce siendo joven la dureza de las minas.

Su alma queda dañada por dos trágicos golpes:

mueren Miguel y la madre; las emociones

se plasman en versos auténticos, inconformes.

Admira a Jesús, se identifica con los hombres

frente a las arbitrariedades divinas.

Descubre la fuerza amorosa en Otilia,

da clases en Trujillo. Un alumno, Ciro Alegría,

recordaría sus ojos: pupilas de dolores.

III

Las paredes de la celda dan alas al vuelo

poético de César, que abre nuevos caminos

para la poesía hispana. En sus versos

innovadores afluyen los neologismos:

cancionan, longirrostro, empatrullado, lomismo.

Vallejo saca, brillante, el fulgor estético

de números y días, arriesgados senderos

por los que su voz camina segura. Sonidos

de tristes realidades, de dulces sueños

que lo llevan a París, cima de tantos líricos.

IV

Europa será el amor de Georgette, el estudio

del marxismo y la Guerra de España. Una aurora

de esperanza rodea a César, que vivirá el drama

de un pueblo valiente y digno, pero con pocas armas.

Alejado de los políticos, su mirada

se fijará en un campesino: Pedro Rojas.

Rojas, republicano, cabo de ametralladoras,

asesinado. En su bolsillo hay una nota

que alerta a sus compañeros de la crueldad reaccionaria.

Futuro y solidaridad en una humilde cuchara.

V

Sufría por todo y por todos, César, inmenso

poeta que dio voz a los que más sufren, olvidados

de la historia y los libros. En París, cae enfermo

y su muerte cumple su vaticinio poético:

un día lluvioso, solitario, con agua en el empedrado.

Después de cerrar los ojos, César ve los brazos estirados

de su madre, María, sonriente, que espera su abrazo.

Se funden en un abrazo tierno, emocionado.

Es una mañana bella, de un tiempo eterno,

desayunan juntos María, César, Miguel y Pedro.

EL DOCTOR GENEROSO

A Albert Camus

I

En una ciudad argelina, en otro tiempo feliz,

hoy desdichada, se ha puesto complicado vivir

por la peste. Allí, se han esfumado los juegos,

los amores, la alegría, cancelados los proyectos.

Miedo y muerte asolan el oscuro existir

de tantos seres, mas un hombre resiste, corre riesgos

para ayudar a sus semejantes, en un fraterno

trabajo, con luces y sombras: un médico bueno,

un individuo íntegro contra el discurrir

veloz de la epidemia que nubla el porvenir.

II

El doctor Rieux madrugó un día caluroso

de verano, y le vino a la mente esta reflexión:

«Tan solo soy un hombre en un tiempo dificultoso,

un hombre nada más con una invisible ilusión:

salvar a cuantos pueda del poder oneroso

de la muerte. Y en esta lucha desigual, la emoción

de encontrar la solidaridad humana, la comprensión

de otros individuos que nacieron para ser dichosos».

Le espera a Rieux un día duro de trabajo, una labor

de aliento en el dolor, de luz en lo tenebroso.

III

Quiso salvar a un niño de las garras de la peste,

pero fracasó en su cometido; desesperado,

se llenó de rebeldía: ¿es esta muerte

necesaria para Dios, que permanece callado?,

¿cómo es posible que los pequeños sean torturados?,

¿por qué se van de este mundo tantos inocentes?

Seguirá, seguirá trabajando, motivado

en su lucha por compañeros, por voluntarios.

Y por una infancia de pobreza, donde algunos seres

le enseñaron a no rendirse con el sudor de su frente.

IV

En circunstancias adversas nacen hermosas amistades.

Tarrou y Rieux se zambullen en las aguas

del Mediterráneo, una noche de otoño; sus brazadas

son señales de armonía, ritmos saludables

de libertad; por unos momentos, las dentelladas

de la peste se alejan y solo quedan estas realidades:

la luna, las estrellas, las aguas y dos ácratas

que nadan, felices, de forma acompasada.

Pese a la enfermedad, la vida es formidable,

pequeñas victorias en un combate interminable.

V

Rieux y sus amigos continuaron luchando

y Orán se liberó de la peste un magnífico día

de febrero, como se liberaría la ciudad parisina

un agosto mágico del cuarenta y cuatro,

poniendo fin a varios años de terror fascista.

O como se liberarían las avenidas

berlinesas de la dictadura comunista

un noviembre inolvidable, auténtico faro

a finales de los ochenta para que el paso

a la democracia una de nuevo a los humanos.

PASEO EN COLLIOURE

A Antonio Machado

I

Mes de febrero. Agonizan los años treinta,

en un pueblecito francés un hombre pasea.

Su andar, cansado; su semblante, envejecido.

Un bastón sostiene al poeta de los caminos,

al lírico de la tarde y de las primaveras.

Es una mañana clara, con un cielo límpido,

un gran sol ilumina las calles y las eras.

Cercanas, pero distantes, las lágrimas de Valencia

y Barcelona. La derrota no impide al poeta

viajar al corazón del recuerdo, al inicio.

II

Un niño atraviesa la puerta de un jardín

sevillano. En el centro del jardín, una fuente

de piedra con un sonido mágico, atrayente.

El pequeño se acerca a las aguas transparentes,

que expresan la melancolía de vivir.

En las aguas, el reflejo de un decadente

limonero y sus frutos de historia gris:

sueños de atrapar una túnica evanescente,

anhelos que son penas de un canto infantil

como canta la fuente en una tarde de abril.

III

Del Quintana, ha salido José a buscar a Antonio.

Lo encuentra en una estrecha calle, triste y solo.

El poeta le dice: «Hermano, vamos a ver el mar».

Hacia la playa se encaminan, silenciosos.

Llegan y se sientan en una barca a reposar.

El viento mueve las olas, furiosas. Los ojos

de Antonio se conmueven al contemplar

las casas de los pescadores, la humildad

de las moradas, ajenas a la maldad

de la guerra, liberadas de todo enojo.

IV

En Collioure, el poeta recordará la emoción

de algunos momentos luminosos: Bergson

y aquellas lecciones sobre la fuerza del tiempo,

ciertas tertulias en Madrid, esos paseos

por Segovia, la creación de los cancioneros.

Y, sobre todo, recordará a su amor:

aquella joven muchacha llamada Leonor,

bondadosa luz soriana, idilio verdadero

que la desgracia truncó, aunque en sueños

Antonio le diga: «dame tu mano y paseemos».

V

Antes de fallecer el veintidós de febrero,

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