• Finalmente, en los trabajos de mi autoría, se ha prestado atención a diversos aspectos de la música del Chile colonial, pero de un modo especial a su circulación -especialmente entre Lima y Santiago-; 60la construcción de la historia musical de la colonia por parte de la historiografía posterior; 61las instituciones religiosas, incluyendo los conventos y la catedral de Santiago; 62y también, aunque en menor medida, el ámbito privado. 63
Si estos trabajos evidencian una atención especial hacia la relación entre la música y su contexto histórico, la edición del repertorio ha sido en general desatendida. Las excepciones son las tres piezas ya referidas que Claro Valdés incluyó en su Antología; la edición de Víctor Rondón del Chilidúgú, fuente jesuita publicada en 1777 que incluye repertorio musical catequístico; 64los versos del «Libro sesto» que Marchant transcribió en su tesis ya citada; 65la tesis de magíster y posterior edición de Rebeca Velásquez, que incluye transcripciones de algunas obras de Campderrós; 66y mi edición crítica del manuscrito «Cifras selectas de guitarra» de Santiago de Murcia. 67
En compensación, algunas investigaciones musicológicas han dado origen a ediciones discográficas que han facilitado la difusión de esta música entre un público amplio. Por ser las más recientes, cabe mencionar dos discos compactos del grupo Les Carillons íntegramente dedicados al Santiago colonial, así como los de Terra Australis y el Estudio MusicAntigua, que incluyen obras del «Libro sesto» y otras fuentes conservadas en Chile. 68
De esta apretada revisión se desprenden varias ideas. Primero, aunque la información sobre la música del Santiago colonial haya crecido significativamente desde los tiempos de Pereira Salas, sigue siendo muy parcial y circula en artículos académicos, capítulos de libro y otros textos sueltos, lo que hasta cierto punto la hace inaccesible para el lector no especializado. 69De manera que resulta muy necesario poner a disposición, tanto del lector común como de los estudiosos, un texto como el presente que, además de reunir la información ya publicada sobre el tema, aporta información en su mayor parte inédita, extraída de fuentes de primera mano.
Segundo, el creciente número de investigadores interesados en la música del Chile colonial hace prever que dicha información continuará ampliándose en los próximos años. Por lo mismo, este libro no ha sido escrito pensando en dictar la última palabra sobre el tema (¿qué investigación podría aspirar a ello?), pero sí con el objetivo de actualizar y ampliar las síntesis anteriores de Pereira Salas (1941) y Claro Valdés (1973), para constituirse de esa forma en un nuevo punto de partida para las investigaciones venideras.
Finalmente, la producción previa explica que haya decidido dedicar este libro a la ciudad de Santiago antes que a Chile en su conjunto. Si bien algunos de mis estudios anteriores incluyen información sobre otras ciudades del reino, 70los trabajos de Martínez y Ramos demuestran que estas ameritan investigaciones independientes. En este sentido, si el hecho de producir un nuevo estudio sobre Santiago pudiera interpretarse como una contribución al extremo centralismo que hoy existe en el país, lo sería mucho más el pretender que el libro versa sobre Chile cuando en realidad lo hace sobre la capital y proporciona solo datos puntuales para el resto del territorio.
La ciudad
El hecho de estudiar una ciudad en la que vivo hace casi quince años me lleva inevitablemente a pensar en la relación entre pasado y presente a la que me he referido antes. Por un lado, me resulta fácil vincular aspectos de esa ciudad pasada que constituye mi objeto de estudio con la ciudad presente que veo a diario: los cerros San Cristóbal y Santa Lucía siguen ahí; la catedral y el edificio de la Real Audiencia están todavía emplazados donde fueron construidos en torno a 1800, aunque el segundo tenga hoy una función diferente (es la sede del Museo Histórico Nacional); el trayecto que antiguamente unía la plaza mayor con la Cañada -hoy convertido en paseo Ahumada- continúa siendo un eje importantísimo para la ciudad por el que transitan a diario miles de personas; y la plaza de armas no solo mantiene el mismo emplazamiento que tenía en el siglo XVI, sino que continúa siendo escenario frecuente para la interpretación de música en vivo. Pero, por otro lado, la ciudad presente nunca será igual a la que era doscientos o trescientos años atrás: habrán cambiado de manera importante sus dimensiones, su arquitectura, sus habitantes, sus costumbres y -desde luego- sus sonidos. Los santiaguinos de hoy suelen hacer cosas que no hacían en esa época, como, por ejemplo, ir al centro comercial (o mall ) los fines de semana; celebrar en la plaza Baquedano (o «plaza Italia») los triunfos -hasta hace poco inexistentes- de la selección nacional de fútbol; o marchar por las avenidas del centro para protestar por las paupérrimas condiciones de jubilación que ofrece el sistema actual de administradoras de fondos de pensiones (las célebres AFP); y aunque la música suela estar presente en todas ellas, lo hace generalmente a través de medios de reproducción tecnológicos en lugar de interpretaciones en vivo.
A la inversa, el Santiago colonial -fundado por Pedro de Valdivia en 1541-tenía características que lo diferenciaban de su homólogo actual. Una de ellas eran sus dimensiones, mucho menores que hoy en día. Según Armando de Ramón, el plano original de la ciudad estaba compuesto por 126 manzanas, cuyos lados medían aproximadamente 125 metros. Más adelante, en 1748, Jorge Juan y Antonio Ulloa afirmarían que la ciudad tenía 1 946 metros de largo y 973 metros de ancho, lo que denota un crecimiento importante. Su descripción, sin embargo, no incluye el barrio de La Chimba, que estaba situado al norte del río Mapocho, a medio camino entre lo urbano y lo rural. 71En cuanto a su población, las cifras disponibles no son del todo confiables, pero señalan un número aproximado de cinco mil personas en 1657, doce mil en 1700, treinta mil en 1779 y sesenta mil hacia 1810. Al parecer, la evolución demográfica se caracterizó por un crecimiento de los «españoles» (tanto peninsulares como criollos) y afrodescendientes, mientras la población indígena disminuía y era reemplazada por mestizos. 72
No debe olvidarse, sin embargo, lo ambiguos que resultaban términos como «mestizo» y «español» en el contexto colonial, dado que muchos indígenas intentaban hacerse pasar por mestizos y estos últimos por criollos. Por ejemplo, en 1648 la Real Audiencia de Chile autorizó a los mestizos a vestirse de españoles, pero no así a los indios, que debían vestirse como tales, «eligiendo cada uno el traje que le toca». La medida a la postre resultó inoperante (los indios comenzaron a hacerse pasar por mestizos y entonces podían vestirse como españoles), pero demuestra cuán problemática resultaba para la mentalidad jerárquica del conquistador la inevitable integración del indígena en su cultura. 73Estas tensiones se acentuaron en el siglo XVIII, lo que se relaciona con el auge de las ideas ilustradas, que promovían una mayor ortodoxia religiosa y un rechazo hacia las manifestaciones populares. 74Pero también se relaciona con dos hitos en la historia de la ciudad. A fines del siglo XVII los indígenas libres aumentaron considerablemente a causa de la brusca disminución de la encomienda, 75que se había transformado en una fuente de abusos y trabajos forzados. Al mismo tiempo, Santiago comenzó a aumentar su tamaño por el norte y el sur, a causa del crecimiento de sus suburbios o arrabales, en los que la población indígena, mestiza y afrodescendiente predominaba. 76Esta población se hizo gradualmente más numerosa, lo que provocó en las elites una reacción temerosa y violenta para mantenerla bajo su control. 77A esto se agregaba una particularidad no menor: el casco histórico de la ciudad no tenía áreas segmentadas étnicamente como las había en otras ciudades de Hispanoamérica (por ejemplo Cuzco); de manera que la elite estaba siempre interactuando con los otros, hecho que contribuía a aumentar su inseguridad. 78Así lo confirma una «relación» escrita en 1744: «No tiene [Santiago] gente tributaria; porque los mulatos, negros, sambaigos y indios libres son todos milicianos y hacen envueltos entre el concurso al servicio a Vuestra Majestad y al común vecindario en que se confunden». 79
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