Ya al fin de sus días, que habían sido empleados siempre en ayudar a los menos afortunados, un amigo lo visitó y se encontró con este y otros poemas.
Hoy es un himno cantado por millones de cristianos de diferentes denominaciones y culturas. Y es que el amor de Dios, que sostuvo a Joseph en sus peores momentos, es el mismo que nos puede sostener hoy.
Te invito a pensar en la letra de este himno y a cantarlo con convicción. Jesús, en su Palabra, nos llamó amigos. Nosotros, en nuestra vida, podemos demostrar que lo llamamos así también.
¡De cuánta paz nos perdemos! ¡Cuánto dolor cargamos innecesariamente! ¡Qué privilegio llevarle todo en oración!
Historias de hoy - 6 de enero
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).
Había perdido un vuelo y estaba a punto de perder otro. Transitaba los interminables pasillos del aeropuerto con dos mochilas pesadísimas en la espalda y el brazo izquierdo. Con la mano derecha acarreaba una valija. Pero esa valija no tenía ruedas, así que, por el cansancio, muchas veces la iba pateando lentamente para avanzar. Estaba concentrada en mi mal humor. De repente, una mujer me preguntó, con cara de dolor, si la podía ayudar. Tenía un brazo fracturado y venía haciendo malabares con su equipaje también. Me detuve a ayudarla, caminamos apresuradamente y, al llegar al mostrador donde nos tenían que asignar un nuevo vuelo, comenzamos a conversar más calmadamente en una mezcla de español y portugués. Hablamos de problemáticas sociales, familia, estudios, trabajo y… de Dios. Le conté que era adventista. Ella me dijo que había visto programas de familia y alimentación saludable en el canal Nuevo Tiempo y también me contó algunas otras inquietudes espirituales. Quería saber más sobre nuestras creencias y se la veía muy animada a pesar de la noticia: ya no había vuelos y nos tocaría esperar. A ella, en un hotel; a mí, en el piso del aeropuerto... cinco noches (aunque a esa altura aún no lo sabía). Antes de salir hacia el hotel, y aprovechando los tickets de comida que le habían dado, me invitó a desayunar. Eran las 4 de la mañana y nos sentamos en uno de los pocos locales abiertos. Decidimos intercambiar direcciones para seguir en contacto y, mientras ella escribía sus datos, aproveché a sacar mi Biblia para compartir mi versículo favorito con ella: Romanos 8:28, que tan apropiado resultaba para la situación que estábamos pasando. Ella terminó de escribir y me pasó el papel. Cuando lo vi, para mi sorpresa, me di cuenta de que además de sus datos había escrito con su letra de abuela en prolijo portugués: “Carol, todas as coisas cooperam para o bem daqueles que amam a Deus” (Rom. 8:28).
Seguramente, Dios quería recordarnos esa promesa a las dos. Él es especialista en transformar situaciones desafortunadas en una enorme bendición.
Seguramente, hoy quiere recordarte esta promesa a ti también. Ámalo. Él hará el resto.
Valores - 7 de enero
Los rocklets de la Regla de Oro
“Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Mat. 7:12, NVI).
En mi pueblo venden un brownie bañado en chocolate y mini Rocklets . Una vez llevé ese postre para festejar el cumpleaños de una de mis alumnas. Entre globos, risas y actividades, la clase transcurrió normalmente, terminó y los chicos se fueron. Me quedé en silencio para limpiar y ordenar todo, y cuando fui a guardar lo que quedaba del brownie , me encontré con que a la porción le faltaban los mini Rocklets . Su ausencia había dejado un espacio vacío... y se notaba.
No sé quién los comió ni si hubo mala intención al efectuar ese robo tan pequeño. Pero sé que la actitud nació de donde nacen todos los males: de nuestro egoísmo humano innato.
¡Cuántas veces sacamos de los demás sin que nadie vea, sin que se den cuenta! Sacamos algo porque nos beneficia, y tener ese “ mini Rocklet ” es para nosotros más importante que el vacío que queda en su “porción”.
Hoy en día lidiamos con robos, usos y abusos mucho más grandes que ese, pero recordemos que el egoísmo no es la solución para las carencias o los apetitos; aunque sea grande o pequeño, nuestro accionar puede dejar un vacío innecesario en algo o en alguien.
Nuestra forma de manejarnos, al final, sí marca la diferencia, aunque sea en las personas que nos rodean.
No es tarde para restituir algunas cosas, o para llenar con gestos pequeños pero significativos los espacios que han quedado vacíos, a veces sin mala intención, a veces pensando que nadie lo notaría.
¿Qué “confites” crees que tienes a tu alcance hoy para “decorar” un espacio vacío?
En El discurso maestro de Jesucristo , Elena de White comparte unas citas respecto a este tema:
“En tu trato con otros, ponte en su lugar. Introdúcete en sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares. Identifícate con ellos, y luego trátalos como quisieras que te trataran a ti si cambiaras de lugar con ellos. Esta es la regla de honestidad verdadera. [...] Y es la médula de la enseñanza de los profetas. Es un principio del cielo [...]. Cuando los que profesan el nombre de Cristo practiquen los principios de la Regla de Oro, acompañará al evangelio el mismo poder de los tiempos apostólicos” (pp. 123, 124, 126).
Encuentros con Jesús - 8 de enero
“Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció” (Mat. 8:1-3).
Nos hemos acostumbrado a las etiquetas, pero algunas veces nos etiquetan no en fotos, sino con adjetivos que duelen.
¿Qué pasaría si todos anduviésemos por la calle con un cartelito con las etiquetas que otros nos ponen, o esas que a veces nos autoasignamos, que pueden tener un poco de razón, o solo ser un espejo de cómo se siente el otro?
El hombre de nuestra historia llevaba una etiqueta antigua que no podía esconderse detrás de una pantalla o de un perfil estratégicamente pensado. Tenía que gritar “¡Inmundo! ¡Inmundo!”, por si alguien no se había “actualizado”.
En El Deseado de todas las gentes , leemos que ellos, los leprosos, “no se atrevían a esperar que Jesús hiciese por ellos lo que nunca se había hecho por otro hombre. Sin embargo, hubo uno en cuyo corazón empezó a nacer la fe” (pp. 227, 228).
Una mañana se animó a salir de su escondite. No sabemos si vistió sus mejores ropas, si se lavó la cara y se peinó.
¿Lo sanaría él? ¿Lo maldeciría por sus pecados? ¿Le diría que se alejara para no contaminarse? ¿Lo rechazaría como todos los demás? ¿Lo miraría con asco?
Se acercó con temor, a lo lejos. Lo escuchó, lo vio poner sus manos sobre los enfermos. Quizás al final sí era real...
Intercambiaron dos frases que lo dijeron todo y, en ese instante, al desaparecer la lepra visible, Jesús arrancó de su pecho la etiqueta invisible, borró de sus cuerdas vocales el grito desesperado y puso en sus labios una historia para contar. Jesús no solo obra externamente; transforma la identidad, restaura, reúne a las personas aisladas, saca de la cueva y lleva a la casa, convierte a un montón de harapos en persona y a una víctima en testigo.
Es posible que hoy estés luchando con una etiqueta, mirando desde lejos a Jesús y preguntándote si realmente él es capaz de sanarte. Llévale todo. Deja que en tu corazón nazca la fe y permítele obrar un milagro en tu vida también. Está ahí, con el ícono de “Eliminar etiqueta” abierto, esperándote para hacer el clic.
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