1 ...7 8 9 11 12 13 ...41 El giro identitario en el estudio de los movimientos sociales puede ser aprehendido con más facilidad si se piensa en términos de “viejos” y “nuevos” movimientos sociales. La diferencia está en el tipo de demandas que esgrime cada uno. Los nuevos reivindican valores “posmateriales” y sus miembros no pertenecen a una clase claramente identificada; en ellos predomina la diversidad en su composición. Estos nuevos movimientos presentan un grado mayor de individuación y diferenciación, de ahí que la colectividad se vuelva menos duradera. Desde esta corriente interpretativa todo movimiento social se relaciona con un cambio estructural de la política, lo que implica un proceso de aprendizaje de la sociedad civil a partir de la autorreflexión y la autoorganización en la vida cotidiana.
En el enfoque de la escuela identitaria se piensan los movimientos sociales como una conjunción de relaciones en forma de red. En particular, en los denominados nuevos movimientos se enfatiza la reivindicación en términos de derechos tanto sociales como de reconocimiento y de control del poder político. Esto conduce a una reformulación en la comunicación entre la sociedad y las esferas de poder a partir de la fragmentación de identidades que experimentan los sujetos. De esta forma, el movimiento social contempla la creación de identidades grupales y de lógicas comunitarias alrededor de causas que defiende, que pueden ser globales y a la vez locales. En este proceso, la creación de códigos culturales y de significados alternativos es relevante, pues se gestan los principios de identidad y oposición en la visibilización del poder, generan un control de este. En otros términos, el estudio de los movimientos sociales, además de tener en cuenta las condiciones estructurales, debe fijar su análisis en las ‘negociaciones de sentido’ que configuran los conflictos. Esto es lo que Villafuerte denomina el enfoque cognitivo.
Esta perspectiva analítica de los movimientos sociales permite comprender por qué y cómo la protesta o lucha social está en permanente relación con representaciones culturales y simbólicas. Las prácticas políticas internas y externas se ubican en un marco cultural determinado, que incide en la construcción de los miembros del movimiento y en la identidad colectiva que se genera en su interior. Si se sigue a Luis Fernando Villafuerte, este enfoque pretende reconstruir los elementos discursivos de los movimientos situándoles en relación con sus prácticas internas y externas y con los referentes que producen la identidad grupal e individual. Para efectos de este trabajo, los postulados del enfoque cognitivo son una alternativa metodológica viable para explicar la revolución cultural planetaria, entre los años de 1968 y 1972, en la que se tendrá como referente de análisis el movimiento estudiantil colombiano de estos años35.
Recapitulando, los movimientos sociales son la sociedad civil en acción, que se mueve del aislamiento de los intereses privados a la intervención en el espacio público para reivindicar derechos conculcados, plantearle al poder político demandas de diversa índole o proponer distintas formas de vida. Los movimientos sociales son, en primer lugar, formas de acción colectiva que involucran un gran número de personas capaces de hacerse visibles en el espacio público. Estas acciones afectan a toda la sociedad, sin importar la escala espacial. La segunda condición para hablar de un movimiento social involucra su permanencia en el tiempo. Aunque es muy difícil definir una duración mínima o máxima de un movimiento, la escala temporal es pertinente para pensar en la persistencia de la acción colectiva. Luis Alberto Restrepo también aclara que el movimiento social no tiene que estar en todo momento activo; más allá de los estallidos de los conflictos, los movimientos también se incuban en periodos de latencia. Lo anterior permite diferenciar la existencia del movimiento como tal de las expresiones organizativas formales36.
En la conceptualización de los movimientos sociales, otra variable remite al grado de cohesión de estos. Hay movimientos que se caracterizan por un alto grado de dispersión y aislamiento, mientras que otros se pueden relacionar con experiencias muy organizadas y centralizadas. En el fondo de este asunto está el nexo o no entre los movimientos, las organizaciones sociales y los procesos de institucionalización de la sociedad civil. Respecto a la centralización de los movimientos, se pueden enumerar la fuerza y la coherencia interna que tienen estos para el desarrollo de sus luchas, lo que se traduce en mayor visibilidad pública e igualmente en la posibilidad de tener un impacto social más fuerte. No obstante, se corre el riesgo de que los aparatos organizativos terminen a la larga suplantando al movimiento, burocratizando la lucha social y desmotivando a sus actores.
Con base en esta discusión se plantea la posibilidad de pensar las acciones de protesta del estudiantado universitario colombiano como un movimiento estudiantil. Las protestas estudiantiles alcanzan a ser una forma de expresión y de acción colectiva de un sector específico de la sociedad civil, con momentos de aguda presencia pública y otros de latencia, que logra visibilidad en la escena pública local y nacional. En el mismo sentido, defienden intereses, reivindican y exigen derechos. Para el caso de 1971, año de la cresta de la movilización estudiantil en Colombia, proponen una serie de lineamientos de la educación universitaria. La movilización se realiza sin la existencia de una organización formal que aglutine a los universitarios, pero sí a través de la convergencia de diferentes grupos y corrientes políticas estudiantiles37.
No obstante la definición amplia de movimiento social que ofrece Luis Alberto Restrepo, adecuada a las particularidades del estudiantado universitario, Mauricio Archila38 sugiere algunos reparos al empleo de la noción de movimiento estudiantil. La heterogeneidad de intereses, la intermitencia de las actuaciones y la variabilidad temporal en su composición son variables que condicionan el uso del concepto de movimiento estudiantil. Al respecto, se puede decir que estas observaciones parten de cierta idealidad en la constitución de los movimientos sociales, pues como acción colectiva no se puede esperar la homogeneidad de intereses, a pesar de que en momentos concretos se expresen demandas generalmente compartidas. En cuanto a la intermitencia, expresada por Archila, es posible hacer una inflexión al análisis: los periodos de latencia no se pueden considerar, in situ, como tiempo vacío, aunque sí es muy pertinente la distinción que hace este para diferenciar entre el movimiento social de protesta y el de conflicto.
Archila destaca tres variables de gran utilidad para delimitar las acciones de los estudiantes. En primer lugar, recuerda el carácter cíclico y transitorio de la protesta universitaria, no solo en términos de actores, sino de liderazgos. Por lo tanto, la movilización contestataria estudiantil no acumula una experiencia densa, sino que se caracteriza por la rotación en ciclos, por lo general, de cinco años. Esta particularidad se halla directamente involucrada con los enfrentamientos generacionales y las pautas de comportamiento de las distintas cohortes académicas de jóvenes. En segundo lugar, Archila recuerda que las expresiones políticas de los universitarios son cercanas a la izquierda o, por lo menos, se encuentran asociadas a las luchas por la participación política. Por último, llama la atención acerca de la necesidad de abordar la problemática de la cultura juvenil y los fenómenos de sociabilidad que ayudan a comprender la protesta juvenil.
En este orden de ideas, la revolución cultural del 68 contiene la emergencia de un nuevo actor social: los estudiantes. Ubicado en la convergencia de nuevos consumos de la cultura, las alteraciones generacionales y las transformaciones del campo educativo, el movimiento estudiantil se convierte en una posibilidad conceptual para entender el acontecimiento del 68 en Colombia. Sin desconocer las advertencias sobre el empleo de la categoría, es pertinente mantenerla, sobre todo si se toman como referentes los marcos culturales de la protesta universitaria aludidos en el enfoque identitario de los movimientos sociales. Ahora, este énfasis implica preguntarse cómo y por qué la historiografía puede asumir el estudio de la cultura escrita y de los impresos en la convergencia: conflicto universitario - movimiento estudiantil - impresos.
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