Esta manera de proceder resuena en la siguiente afirmación acerca de la praxis crítica: “significa un ‘continuum’ de contaminaciones y tránsitos teórico-críticos, el cual combina aproximaciones experimentales y eclécticas en productos literarios” (Figueroa, “La enseñanza de la crítica” 15). Así, por los múltiples artículos y conferencias de su fructífera vida académica desfilan autores y nociones de teorías literarias como el formalismo ruso, el posestructuralismo, la narratología, la poética sociológica, la semiótica, por citar los más sobresalientes. Este movimiento continuo de una noción a otra, de una teoría a otra, habla no solamente de un profesional inquieto, siempre a la caza de nuevos conocimientos que nutran su quehacer investigativo y docente; también confirma el lugar privilegiado del texto literario 7en el ejercicio de una crítica contextualizada y el rechazo a un único modelo y a la sujeción del crítico y del estudioso de la literatura a una forma de proceder estandarizada. Esta es otra de las lecciones que, entre muchas otras, imparte Cristo Rafael: la libertad del crítico, su independencia respecto tanto a teorías como a modas y presiones académicas.
Diálogo interdisciplinario
El examen, la explicación y la valoración de una obra reclaman no solo diferentes herramientas teóricas enunciadas desde la teoría y la crítica literaria, sino que también convocan diversidad de disciplinas de las ciencias sociales. Así, la praxis crítica “exige confluencia y diálogo interdisciplinario de saberes historiográficos, sociológicos, antropológicos, estéticos y de teoría y crítica literarias” (Figueroa, “ El vuelo ” 91). Pero esta cooperación interdisciplinaria no termina ahí y se invita a franquear los límites de los estudios literarios para adentrarse en el espacio de los estudios culturales , toda vez que
los aportes [de los estudios culturales] han hecho posible superar formalismos estrechos o inmanentismos ensimismados de los segundos [los estudios literarios]: las miradas interdisciplinarias en los estudios literarios hacen converger categorías provenientes de disciplinas afines, convirtiendo la literatura en objeto privilegiado del análisis cultural. 8(Figueroa, “Necesidad y vigencia” 170)
Entre muchos casos, puede citarse el análisis de la reconstrucción literaria de Cartagena por parte de los escritores Germán Espinosa y Roberto Burgos Cantor, en el que se conjugan diferentes propuestas interdisciplinarias sobre la memoria, con el fin de demostrar las resonancias significativas de algunas de sus novelas en el contexto cultural colombiano. La ciudad en la obra del primero se
reconstruye con sus sedimentos y persistencias coloniales, invocando una “memoria histórica y enciclopédica” de estirpe manierista, con el objeto de evidenciar crisis irresolutas de un pasado que se creía concluido; el segundo, la refunda imaginariamente, invocando una “memoria colectiva y regenerativa” de estirpe barroca, con el objeto de sacar a flote las asimetrías y desigualdades de los procesos de modernización y urbanización ocurridos desde la segunda mitad del siglo XX. (Figueroa, “Memoria y ciudades” 259)
Como puede observarse, el diálogo entre estudios urbanos, la historia literaria y las derivas interpretativas del crítico se conjugan para postular una hipótesis de sentido, por lo cual las obras en cuestión se presentan como respuesta a situaciones sociales y culturales objeto de preocupación en un contexto y situación histórico determinado. 9La cooperación entre los estudios literarios y los estudios de la cultura se precisa aún más en el siguiente fragmento de la conferencia “Horizontes y agendas de los estudios literarios en la actualidad”, que bien puede considerarse como una declaración de principios:
Como genealogista de los estudios literarios de las dos últimas décadas del siglo XX y de los efectos de la primera del siglo XXI, insisto en ascendencias, en genes recesivos y dominantes que tiene la denominada crítica literaria/cultural latinoamericana, cuyo código genético muta cada determinado tiempo; como cartógrafo trazo mapas, encuentro puentes visibles y otros invisibles, me sorprendo al descubrir intersecciones y atajos en los caminos de los estudios literarios que no conocía, encuentro salidas y el trazado que emprendo no siempre se corresponde con lo que intento caracterizar, pero usualmente lo circunscribe y hasta lo potencia en insospechados horizontes y vínculos interdisciplinarios. (2)
Así, se expresa que, en una propuesta de lectura con fines críticos, corresponde al genealogista precisar los rasgos de una postura estética que se actualizan, se renuevan o se transforman en una obra literaria. El cartógrafo , por su parte, determina, mediante el análisis, los puntos nucleares, formales y de sentido de ese mundo posible que propone una obra literaria. El trabajo del genealogista se justifica toda vez que, si bien es cierto que la historia literaria se pronuncia sobre posturas y movimientos estéticos en general y, en esa medida, aporta un marco teórico y descriptivo amplio, también es indudable, como bien lo señala Cristo Rafael (“Barroco criollo”, “México y Colombia”, Barroco y neobarroco ), que el análisis particular de obras y autores permite detectar singularidades, rupturas o continuidades de un autor a otro, de una región a otra y en diferentes momentos históricos. Ejemplos ineludibles de este papel del genealogista son sus trabajos sobre el barroco y el neobarroco, que dan cuenta, además, de la elección, el desarrollo y la persistencia en el tiempo, de un interés, intelectual y pasional por un tema. Es desde esta perspectiva que en su libro Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX se propone demostrar cómo una serie de obras, “más allá de recrear fórmulas y procedimientos del barroco del siglo XVII, rehabilitan tradiciones propias, multiplican identidades, contemporanizan pasado y presente o instauran espacios heterogéneos” (21-22). La cartografía resultante de esta investigación constituye un aporte importante a la historia y a la crítica literaria de América Latina, en general, y, de manera muy particular, a la colombiana, toda vez que ofrece nuevas categorías, fundamentadas en un análisis riguroso y serio, para nombrar los cambios e innovaciones de la literatura de la nación. Autores como Rafael Humberto Moreno Durán y Germán Espinosa, para nombrar los dos casos más sobresalientes, son exponentes, el primero, de “neobarroquismos paródicos y carnavalescos que desestabilizan la modernidad ideológica del país, relativizando sus órdenes”; y el segundo, de “neomanierismos saturados de erudición y artificios centrados en enunciar imaginariamente la historia” (261).
Pero los resultados de esta investigación son interesantes también por lo que representan en términos de un llamado a los estudiosos de la literatura, para que la investigación y la crítica literaria dirijan sus esfuerzos hacia la generación de nuevos conocimientos que impacten y renueven la historia literaria, de forma tal que –es otra de las propuestas que se destacan– aquella se construya “desde el espacio inestable de las lecturas y no desde periodizaciones estáticas o estrechos marcos generacionales” (Figueroa, “Necesidad y vigencia” 167). 10
En cuanto al propósito cartográfico, que se asume como uno de los objetivos de la lectura con aspiraciones críticas, vale anotar que la cartografía se toma “como modelo de análisis cultural que pone en crisis la legitimidad de los discursos centralizadores, al involucrar en su quehacer las experiencias cambiantes del conocimiento y las permanentes mutaciones de la percepción” ( Barroco y neobarroco 20) y, en tanto tal, requiere de la experticia analítica del crítico. Y es en este punto donde nuevamente desempeña un papel importante la teoría literaria, en tanto provee, para seguir con la metáfora geográfica, una ruta metodológica y determina los elementos y aspectos a considerar al momento del análisis.
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