Ann Rodd - El Arca

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Zoey dejó su vida atrás. Debió huir y abandonar a su familia, a sus amigos y todo aquello que alguna vez conoció; un ser maligno e inmortal la persigue para asesinarla y para robar sus poderes, por lo que encontrar las respuestas a los misterios del dije puede ser la única forma de sobrevivir.
A través de leyendas antiguas y de confusas profecías, ella se aventura a un mundo olvidado que puede contarle innumerables historias.
Con la ayuda y con el apoyo de Zack, Zoey deberá superar sus propios límites, desentrañar los secretos del pasado que no debían ver la luz y hallar así la forma de salvarse a sí misma y a su propio mundo.

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—No tengo dudas de que esto debería llevar a algún lugar

—dijo por fin—. Tendría mucho sentido que así fuera.

—Prueba hacer lo que hiciste antes, empuja con el poder del dije —recomendó él.

Zoey lo hizo, pero no hubo respuesta del muro. Lo intentó varias veces más hasta rememorar lo ocurrido la última noche en el colegio durante la pelea con Peat.

—¿Recuerdas que el dije hablaba conmigo?

Zack asintió.

—Nos hizo volver al templo. Dijo que había un portal que nos llevaría a un sitio seguro.

—Y esto claramente podría ser un portal también, ¿no? —siguió él, palmeándole la espalda—. ¿Por qué tardamos tanto tiempo en llegar a esa conclusión?

—Sin el dije, no tengo ni idea de cómo abrirlo.

Se quedó callada, esperando en vano por ayuda. Ni siquiera cuando se dirigió directamente al dije logró obtener una respuesta. Cerró los ojos y le envió unos cuántos reproches, hasta que recibió un pellizco en la cintura.

—¡Ay! —gritó ella, volteándose para encarar a Zackary, que la miró estupefacto—. ¡Me dolió!

—¿Qué?

—¡Me pellizcaste!

—¡Obvio que no! —exclamó el muchacho, sorprendido.

Zoey se llevó la mano a la cintura, incrédula. Si no había sido Zackary, allí había algo o alguien más. Y eso la asustaba.

—Pues, algo me lastimó —dijo y se levantó la ropa. En efecto, tenía un círculo rosado en ese sector.

—Yo nunca haría eso —replicó Zack, con los ojos muy abiertos.

—Lo siento —contestó ella, frotándose la zona—. Pero alguien lo hizo. Alguien más.

No había nadie allí, estaban completamente solos. Zack lo corroboró al analizar su alrededor y jurar que no había más magia que la que siempre había estado. Salvo que esa misma magia tuviera vida propia, no podían pensar en ninguna opción más.

—Quizá debamos irnos. —La preocupación se hizo evidente en el tono de voz de él.

Zoey estuvo a punto de aceptarlo, cuando otro pellizco, esta vez en la mano, la hizo gritar.

—¡¿Qué?! —soltó él.

—¡Otra vez!

Un tercer pellizco tiró de su pierna hacia la pared escrita, y ella soltó una palabrota. Ya no dolían tanto, pero los ataques aumentaron hasta que a Zack no le quedó otra opción más que apartarse para no recibir los manotazos al aire que ella comenzaba a lanzar. Zoey intentó liberarse, insultando a quien fuera, pero no se detuvo hasta que se cubrió de llamas de los pies a la cabeza.

—¡Mierda! ¡Déjame en paz! —gritó, molesta y adolorida.

Zackary alzó las manos en el aire, mostrando su inocencia.

—Te juro que no hice nada.

—Ya sé que no fuiste tú —espetó ella, convertida en una antorcha andante.

—Estás llena de magia a tu alrededor, magia que no es tuya. La misma magia que flota en el aire se concentra junto a ti.

Zoey apretó los dientes y se cruzó de brazos. Al parecer, el fuego mantenía ese poder a raya, pero le quedaba claro que era el mismo ambiente quien la atacaba. La magia estaba viva y se la estaba liando con ella.

—¿Y qué es lo que pretende?

—No tengo ni la menor idea. No sabía que la magia daba pellizcos. —Zack bajó lentamente los brazos, observando los puntitos de colores brillantes que se reunían alrededor de ella, danzando sin poder atravesar el fuego—. Si no fuera porque no se ven a simple vista, hasta creería que son hadas.

—¿Hadas?

Zackary asintió.

—Por la forma en la que se mueven alrededor de ti. Son como miles de estelas pequeñas que brincan a tu alrededor. Son adorables.

—No me parecen adorables. Pero entonces, ¿no son fantasmas? —suspiró ella, relajando los hombros. Si llegaba a ver otra vez algo como a la chica de la iglesia del pueblo, moriría de un paro cardíaco.

—No creo. Fantasmas de hadas, tal vez —soltó él, encogiéndose de hombros.

Guardaron silencio, sin saber qué hacer. Zoey detuvo las llamas durante unos segundos, esperando ser atacada otra vez. Los puntos alrededor de ella, según Zackary, se quedaron quietos.

Ella volvió a cubrirse de fuego, por si acaso.

—Creo que esperan a que te aburras —sugirió Zack.

Confundida, ella volvió a apagar las llamas. Y, pasados un par de minutos, la magia del lugar volvió a pellizcarla, aunque con menos rudeza.

—¿Qué es lo que quieren de mí?

Zack se hubiera encogido de hombros otra vez, de no ser porque sus ojos pudieron captar mejor lo que sucedía. Los puntos chocaban con la piel de Zoey con menos ansiedad que antes, pero, al alejarse, lo hacían más brillantes que cuando llegaban. Pudo también vislumbrar pequeños hilos plateados que se escapaban de Zoey e iban hacia los puntos.

—Están robando tu magia —musitó él, sorprendido y, a la vez, asustado—. Roban tu magia, ¡pon el fuego otra vez!

Ella obedeció, con las manos extendidas, solo para que él comprobara que los pequeños puntos ya no se le acercaban.

—¿Y ahora? No puedo ser Lavagirl el resto del camino.

—Lo único que se me ocurre es que estas luces llevan aquí siglos sin una fuente de magia de la cual alimentarse —dijo Zack, agitando la mano cerca de las motitas invisibles—. Quizá no es que el sitio en sí sea mágico, sino que estas «hadas» son magia en sí misma. Magia que vive aquí y que se apaga de a poco. Es posible que haya notado que tú eres el dije y que por eso se hayan vuelto locas.

Eso hizo que ella apretara los labios. Los fantasmas de hadas parecían histéricos, pero eso no explicaba por qué no habían actuado así desde el principio. Lo único que se le ocurrió es que habían notado su poder recién cuando intentó abrir el supuesto portal.

—Creo que lo mejor es que nos vayamos, por ahora —admitió Zoey—. No puedo estar así todo el tiempo. No quiero ser la antorcha humana.

Él asintió.

—¿El dije nunca te dio información sobre cómo abrir el portal del colegio? ¿No te orientó ni un poco? —preguntó.

A pesar de lo incómoda que estaba, ella respondió.

—No. Dijo que necesitaría a Jessica para traducir, ¿recuerdas?

—Jessica tradujo y no abrimos ningún portal —insistió Zack.

Se miraron en silencio, buscando sentido a lo ocurrido.

—¿Habrá que traducir y hacer magia al mismo tiempo?

—¿O decir las palabras correctas al mismo tiempo? —corrigió Zack—. ¿Cómo era lo dicho por Jess?

Él se apresuró a tomar las notas de Jessica en el cuaderno de traducciones. Por supuesto, esa última noche ella había anotado lo traducido del templo del colegio. Lo había aprendido de memoria en esos momentos extremos, a pesar de que ahora ellos no podían recordar exactamente cómo iba.

—«Lapis Exilis es el santo grial de la vida eterna. La vida se sentará en el trono de oro y reinará con el bastón de mando en su mano derecha. La oscuridad no tendrá cuórum, pues la vida supera toda sombra y toda tristeza. Este es el reino perdido, esta es la profecía de la sangre eterna» —leyó—. «Lapis Exilis es el santo grial de la vida eterna» —repitió al final, mirándola.

—Si eso es lo que quería que tradujera, ¿podemos suponer que funcionaría como un conjuro?

Zack alzó las cejas, mostrando su incertidumbre.

—Repite después de mí y has tu magia —pidió él.

Zoey no apartó el fuego, por las dudas. Puso ambas manos sobre la roca escrita y cerró los ojos, buscando concentrarse en el poder que venía desde lo profundo de su alma, desde el dije.

—«Lapis Exilis es el santo grial de la vida» —dijo antes de que él se lo recordara. Infundió magia a la piedra, considerando que eso era siempre mucho menos trabajo que pelear con Peat. El cansancio del día y del viaje no podían vencerla.

—«La vida se sentará en el trono de oro y reinará con el bastón de mando en su mano derecha» —siguió Zackary, pero de allí en más Zoey repitió la frase como si la conociera de memoria. Al final, él guardó silencio y presenció cómo su magia se deslizaba por el arco y lo transformaba a cada palabra dicha en voz clara y precisa. No había ninguna fuera de lugar, no había equivocaciones.

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