1 ...7 8 9 11 12 13 ...23 Él intentaba no apresurarse y avanzar al mismo ritmo que Zoey.
—Esto no me gusta —balbuceó ella—. En especial si no puedo verlos.
Zackary le palmeó la espalda.
—Es mejor no verlos, créeme. ¿Quieres que te cargue?
—No. Tengo que ver y tocar el túnel por mí misma. Necesito vivirlo así —intento explicar ella.
—El pasadizo está aquí nomás.
Pronto alcanzaron la diminuta ramificación. Zoey convocó nuevamente una flama en el aire y Zack hizo un gesto, con los brazos extendidos, para presentarle su hallazgo.
—Es realmente pequeña —musitó ella, un poco extrañada—. En el sueño me había parecido más amplia.
—Es la única que encontré y solo se puede pasar de a uno. ¿Prefieres ir delante o detrás?
—Iré al frente —aseguró ella. Después de todo, lo que hubiera más allá no podía ser peor que los murciélagos.
Sin temor, Zoey pasó las manos por las paredes con un sentimiento genuino de confianza que la asaltó de inmediato. Sonrió cuando la llama la siguió por inercia. Esa podía ser la ruta, algo en su corazón se lo decía.
Zack fue quien la siguió en silencio esta vez. Y ella, a sabiendas de que la extraña sensación no era suficiente, le pidió que buscara una cruz tallada en la pared. La llama tampoco alcanzaba para obtener una visión ideal.
—Esto ha sido transitado poco —dijo él—. Pero alguien sabe que existe este túnel.
—No lo dudo. Sin embargo, ¿ves magia?
—No. —El chico negó—. No hay rastros de magia. Si alguna vez hubo, tuvo que haber sido hace mucho tiempo. Con una estela ya de unos meses estaríamos igual. No podría ver nada de ella. Si fuera de Peat… No lo sé, quizás. La suya es otra clase de magia y creo que ahora podría reconocerla. Pero no sé cuánto duraría.
Zoey negó con la cabeza.
—Eso no importa. Lo que sí importa es que tenemos un margen de seguridad.
El túnel comenzó a descender hacia la profundidad del fuerte. Ella pensó que, si había sido excavado a mano, de seguro habrá tomado muchos años. Un trabajo semejante, y en una época pasada, habría sido realmente una obra de ingeniería antigua magistral.
—Ten cuidado adelante —señaló Zack—. Creo que se termina.
En efecto, había un escalón y una cámara al final del trayecto. La llama de Zoey se elevó sobre sus cabezas, arrojando tanta la visibilidad como podía al entorno.
—¿Eso es una cruz? —preguntó a su compañero, con esfuerzo—. ¿La ves?
En el muro frente a ello había un tosco dibujo. Se acercaron para comprobar sus sospechas, ella más bien a tientas. La llama empezaba a apagarse y la oscuridad amenazaba otra vez con dominar el espacio.
—Esto es muy, muy viejo —notó Zack—. ¡Mucho más que las habitaciones de la logia bajo la iglesia! La gente debe creer que es una cámara de culto o algo.
Zoey asintió, pero se concentró en analizar el grabado en la pared. La cruz era profunda y, a pesar de que había sido hecha con precisión, estaba gastada. Fue en ese instante que las imágenes del sueño regresaron, superponiéndose con su realidad con nitidez. Los dedos gruesos del caballero templario ponían el dije contra la roca y la puerta secreta se revelaba. ¿Pero cómo hacerlo, si ella era el dije? Decidió empujar parte de su magia hacia la cruz.
La cámara se iluminó, justo cuando la llama se extinguía sobre sus cabezas. Una roca secundaria se partió y se salió de su sitio, mostrando una puerta que había permanecido invisible por siglos.
—Sí, deben creer que es una cámara de culto —soltó ella—, pero no lo es.
Más allá de la roca que se había desplazado, lenta y trabajosamente, había un fascinante camino de piedra tallada y refinada, de columnas y de arcos que se perdían en una extraña penumbra.
—Está lleno de magia ahí dentro —exclamó Zackary, sin moverse—. ¡Llenísimo!
—¿Y de dónde viene esa luz? Es muy suave, como si alguien tuviera velas encendidas… velas de luz blanca —musitó Zoey, asomándose apenitas—. Es como una lámpara de papel, ¿no?
Ninguno de los dos se atrevió a avanzar de inmediato.
—¿Es la entrada a la ciudad? ¿A la Ciudad de Césares? —preguntó Zack mientras aferraba la de Zoey—. ¿Debemos suponer que la ciudad en sí es mágica? ¿O más bien que alguien prendió esa lamparita para nosotros?
Desde la cámara —o desde la antecámara, más bien—, el camino de bienvenida no parecía tener la presencia de ningún ser. La tenue luz provenía del recorrido mismo, del aire, como si el espacio los recibiera.
—Esta es la parte en la que nos preguntamos si tenemos algo que perder… —susurró Zoey, sin mover los ojos de aquel sitio. Esperó sentir algo en el pecho, una señal del dije, tal y como la sentía cuando se acercaba al templo en el bosque, pero no sucedió. No captó nada en particular, no estuvo la sensación de llegar a casa, de felicidad y de necesidad apremiante que esperaba. Nada, tal y como había sucedido cuando llegaron al fuerte. Quizá, por eso mismo, no había peligro alguno al frente.
Zack apretó los labios.
—Yo ya estoy muerto. Y, de todas formas, tú también lo estarás si Peat nos atrapa.
Ella bufó.
—Es verdad. No veo por qué no entrar. Además, atrás hay murciélagos.
—Y policías buscándote.
Zoey suspiró.
—Mejor entremos —terció ella, decidida, y apretó la mano de él antes de dar un paso adelante.
Ambos contuvieron la respiración, quizás esperando trampas de defensa contra intrusos inoportunos como en las películas de Indiana Jones. Sin embargo, nada pasó.
—Bien —festejó Zack, con tono duro—. ¿Qué tal unos pasos más?
Caminaron prestando exhaustiva atención a su alrededor. Las columnas se veían profesionales, hechas con esmero, al igual que los arcos que culminaban en ornamentos sobre ellos. Ya no era un túnel apretado y tosco, sino un hall digno de cualquier castillo medieval en excelente estado de conservación. Y, efectivamente, la luz provenía del lugar mismo. No había lámparas ni antorchas, ni velas ni candelabros.
—¿Dónde ves la magia?
—Está en el aire, flotando. De allí debe venir la luz.
El camino se extendía mucho más allá. Y, cuando empezaban a pensar que parecía no tener fin, llegaron a un arco de roca cuya pared interior estaba llena de escrituras. Era la culminación del pasadizo.
—Son iguales a las letras del templo —señaló Zoey.
—Necesitaríamos a Jessica aquí. Quién sabe qué dice, y no tenemos tiempo como para averiguarlo —se quejó Zackary.
—Hay que arreglarnos sin ella.
Tomaron los cuadernos y los papeles del código para intentar obtener pistas, pero, por alguna razón, eso parecía ser más difícil de leer que los textos del templo. Y el problema no tenía nada que ver con sus habilidades para descubrir qué significaban las palabras.
—Es como si fuera un nivel más complejo. Ya sabes, como cuando sabes inglés, pero te dan un texto lleno de vocabulario técnico.
Zoey apartó los cuadernos cuando comprendió que no entenderían nada. Miró a su alrededor y se preguntó qué hora era y también qué deberían hacer a continuación. Tal vez podrían volver al exterior, ir a la ciudad por comida y regresar allí para acampar, cerrando la puerta de la antecámara para que nadie los descubriera.
—¿No es como una puerta? —dijo entonces Zackary, caminando de un lado a otro—. Creo que es como la puerta anterior.
Ella frunció el ceño, pensativa. Miró el arco en la pared, directamente tallado sobre ella, y las palabras escritas. Sin más que hacer, y con esa posibilidad en la cabeza, se acercó y pasó los dedos por la superficie, entre la unión del arco con el plano escrito. No había ninguna fisura, pero en la puerta de la antecámara tampoco.
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