Esther Sánchez - A falta de París

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A falta de París es una colección de relatos cortos cuyas tramas giran en torno a las relaciones emocionales. Desde una perspectiva psicológica quirúrgica, los personajes tanto femeninos como masculinos de estos cuentos ahondan en las problemáticas asociadas al sentimiento amoroso. El paso del tiempo, la melancolía, las derivadas sexuales y la imposibilidad lacaniana de acceder al objeto de deseo orbitan como mantras en el interior de este libro, escrito con un estilo exquisito y con una precisión tal que pareciera que está hurgando en nuestras propias vísceras, dibujando y desdibujando nuestros propios deseos, nuestras vivencias, hasta el punto de sentirnos observados desde las esquinas de cada una de sus páginas.

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¿Estaba siendo justa? ¿Estaba siendo lo sincera que le pedía a él que fuera? ¿Estaba siendo generosa con alguien que nunca había querido nada más que lo mejor para ella en realidad? ¿De verdad seguía enamorada de Pedro o era miedo a quedarse sola? ¿Quería recuperarlo por amor propio? ¿Por una necesidad de afirmación? ¿Había detrás de esa incongruente mezcla de intento de seducción y chantaje emocional algo más que sus inseguridades? ¿Y una vez lograda la reconciliación, si la lograban, iba a estar bien? ¿Lo suficientemente bien para hacerle feliz y serlo ella misma? ¿Todo aquello que achacaba y reprochaba a Pedro no eran proyecciones de sus propias expectativas, deseos subterráneos que no se atrevía a expresar abiertamente ni ante sí misma?

Compró una libreta. Escribió todas esas preguntas en ella. Le costó mucho hacerlo porque, aunque ponía interrogantes al principio y final de cada frase, sabía las respuestas. No, no podía reconocerse capaz de ser mezquina con el padre de sus hijos y no dejaba de intuir que era injusto y triste transmitirles a los niños que eso que Pedro y ella tenían era una pareja, porque una pareja debería ser otra cosa. Pero ella observaba otros matrimonios, no era necesario fijarse mucho. Creía ver infelicidad por todas partes, resentimiento, resignación. Se preguntaba qué clase de narcótico utiliza la gente parar aguantar esas convivencias que hacen aguas por todas partes.

Y luego estaban los que daban el paso, atrincherados tras acuerdos de divorcio, con sus rencores cuidadosamente apilados, listos para hacerse todo el daño posible a cualquier precio. Convirtiendo en objetivo de sus vidas amargar la existencia a personas a las que una vez amaron, o creyeron amar. Amargar la existencia al hombre o mujer que eligieron como padre, como madre de sus hijos.

Pedro no había pasado de ser el hombre que ella eligió como padre de sus hijos a ser un hijo de puta al que había que hacer daño a toda costa. Pedro seguía siendo Pedro, el de siempre, solo que ya no estaba enamorado de ella. Ella tampoco lo estaba de él, a estas alturas de la libreta eso lo tenía claro. Si lo estuviese, lo sabría, sin dudas. Sin todas estas dudas.

¿Qué les unía actualmente aparte de las obligaciones y responsabilidades familiares y económicas? Ya no había discusiones, ni malas caras, solo un inmenso y creciente silencio. Les unía un miedo común. La cobardía. La incapacidad para mirarse a la cara, para hablar, para comunicarse. ¿De verdad sabía quién era él? ¿Conocía al Pedro actual, el que dormía en su misma cama? ¿Le comprendía? ¿Comprender con todo lo que eso conlleva? ¿Solo su marido distorsionaba la realidad o eran ambos los que lo hacían en sus respectivas versiones de la situación? ¿Era más cómodo adoptar un papel de víctima y no asumir su parte de responsabilidad en este final? Si no hablamos, si alargamos esto como si no pasase nada, acabaremos odiándonos. Y nos destruiremos. Uno al otro, a nuestros hijos. Todo. Acabaremos con todo. Desde dentro. Con todas las armas que nos proporcionó compartir nuestra intimidad.

De pronto siente tanta ternura por Pedro, por ella misma. Necesitan ayudarse. Necesitan salir de esto juntos. Necesita su equilibrio y su fuerza, como en todos estos años. Necesita sentir a Pedro de su lado, para salvarse, unidos, de la única forma posible. Qué lejos todo. La ilusión del principio, con su hipoteca y su correspondiente rectángulo de césped. ¿Qué les queda? ¿Algo de cariño, quizá? Tantos malentendidos acumulados, una ira silenciosa, todo mezclado, convertido en algo enorme y confuso, enraizado en disputas hace tiempo olvidadas, mucho más grande que ellos y ya inmanejable. ¿Dónde están Marta y Pedro? Los que fueron, aquella pareja, su amor, su ingenuidad, su indefensión. Quiere creer que son los mismos. ¿Los mismos? Por separado. Sin complicidades. En medio de una hostilidad que ni siquiera ellos comprenden. Impermeables a los gestos, a las miradas, a los últimos cartuchos. Tan solos, tan cansados, tan vulnerables. Alejándose cada vez más del punto en el que las cosas tuvieron algún sentido.

Significados

Desde hace unos días, «grave» se ha vuelto un término ambiguo y confuso. Ha sido de tanto mirarlo escrito en ese papel que le entregaron con esa frialdad administrativa de los hospitales. Le ha dado vueltas y vueltas, a lo de «grave», y ha resultado que tiene sitios a los que agarrarse, que no es concluyente, ni definitivo. Él está grave. Está. Eso sí es un término que no admite discusión. Un término claro. Un término sólido. Está y mientras esté , «grave» será solo una posibilidad de algo que no se atreve a pronunciar. Esa manía tuya con la precisión de las palabras , diría él si pudiese hablar, pero no puede, ya ni sílabas sueltas. Desde hace unas horas solo emite algunos sonidos, ininteligibles. Dejó de hablar casi desde el momento en que «cáncer» apareció en los renglones de otro de esos papeles. «Cáncer» sí es un término grande, avasallador, también claro, pero a la vez oscuro. «Cáncer» intimida. «Cáncer» amenaza. «Cáncer» es una palabra perturbadora y autosuficiente. «Cáncer» transmite una seguridad demasiado aterradora. Y todo revestido de la engañosa autoridad de esos documentos.

¿Y su nombre? ¿Y él? No logra encontrarlo. ¿Dónde queda entre tantos términos abrumadores?

Hoy hay una palabra nueva, aunque no se la han dado por escrito ya no se borrará de su memoria. «Desahuciado». «Desahuciado» no admite interpretaciones, quizá podría admitir aplazamientos, pero parece que no es el caso. «Grave» sí las admitía, ahora se da cuenta, aunque eso ya carece de importancia. «Grave» era amable, era compasivo, «desahuciado» no tiene ningún tipo de piedad. «Desahuciado», una palabra tan larga, fea, incontestable.

Viene un médico para decirle, con semblante serio, que ya puede volver a la habitación y que él ha fallecido. Y es duro y patético a la vez que no pueda evitar mirarle el escote mientras se lo dice. Y para asombro de ella misma, en lugar de enfadarse, le apena la falta de dignidad de ese tipo. Y le da un poco de envidia también. Le gustaría preguntarle cómo se logra esa indiferencia . Pero no lo hace.

El hombre la deja sola unos minutos en la habitación y ella no sabe cómo incorporar todo esto a su vida. Sí sabe que mientras no salga del hospital no empezará a tomar conciencia de esta nueva realidad. Estando aquí puede dejarse llevar por la argucia mental de pensar que quizá no es más que una pesadilla y que, como cada día, él la despertará tres minutos antes de que lo haga la alarma del reloj, podrá hablar con normalidad y le dirá buenos días, perezosa . Pero él ya no está aquí. Se lo han llevado a otra sala y una auxiliar, que parece un poco violenta con la situación, intenta hacerle ver con sus ademanes, y sin tener que pronunciarlo con palabras, que debe dejar libre la habitación, que otro paciente espera para ocuparla y tiene que preparársela. 86B. Está segura de que nunca olvidará el número de ese cuarto de hospital. Pero no es cierto. Sí lo olvidará. Y cuando se dé cuenta de que lo olvidó, llorará amargamente. Y se lo reprochará durante días. Pero lo olvidará. Porque son el tipo de cosas que se olvidan para poder seguir viviendo.

Carta

De un tiempo a esta parte, querida, me resulta inabarcable la tarea de hacerte feliz. Hace mucho que comprendí que las renuncias no eran tan provisionales como yo deseaba creer y que los esfuerzos, independientemente de su grado, resultarán siempre insuficientes. Solemos movernos entre lo peor y lo mejor de nosotros mismos. A veces, permanecer impasible hace más fáciles las cosas, pero tampoco eso ha resultado. Así que, por mi parte, abandono.

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