Fran Sánchez
Cegados Parte II
Cegados Parte II
Fran Sánchez
Tektime (2018)
Valoración:
Etiquetas: Ciencia Ficción Distopía, Apocalipsis, Postapocalipsis, Distopía, Ciencia Ficción
Una gran catástrofe asola a la humanidad. Una intensa luz cegadora ilumina por unos instantes el cielo azul mediterráneo. Casi todos los habitantes se quedan ciegos, solo unos pocos logran escapar a esta situación.
La novela, dividida en varias historias, narra cómo viven y reaccionan de forma diferente varios personajes en esta situación apocalíptica.
Imagínate ciego, todo en el más absoluto negro, perdido en medio de la ciudad o en casa. Ningún servicio público funciona, nadie para socorrerte…
Cegados
Parte II
Por Fran Sánchez
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Blog Cegados por los libros
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Advertencia
Calificación por edades: mayores de 18 años
© 2018 Francisco José Sánchez Contreras
© Imagen de portada 2016 Francisco José Sánchez Contreras
© Blog Cegados por los libros
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Calificación por edades: mayores de 18 años.
1.ª edición
Impreso en España
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Roberto (Cegados)
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LA ATRONADORA VOZ DE Sandra volvió a resonar en su adormilado cerebro.
–¡Robeeerto!, que se hace tarde, levántate ya, que no llegamos —dijo con enfado—, es la segunda vez que te llamo.
–¡Uahhhh! —Se desperezó por fin.
–Baja, que ya te he puesto el desayuno, se van a enfriar las tostadas y, como siempre, llegaremos tarde.
Roberto, tras su protocolo matutino de descargas fisiológicas, lavado de cara, cepillado de dientes y peinado, se dispuso a elegir su vestuario del día. Hoy tocaban unos sencillos vaqueros azules y una cómoda camiseta roja estampada con la frase «Hoy no, mañana…» en letras grandes amarillas. Como hacía buena temperatura, incluso algo de calor, desechó la chaqueta y la volvió a colgar dentro del armario. Hizo la cama con desgana y bajó al comedor, temiendo un tenso desayuno.
Sandra ya había terminado y mientras recogía su zona de la mesa, recriminaba a Roberto que siempre tenían que ir con prisas. Si tenía sueño por las mañanas era porque no descansaba lo suficiente, por acostarse demasiado tarde por las noches. Roberto la miró con desdén mientras engullía el último trozo de tostada, no replicó, no quería comenzar una discusión. Además, opinaba que Sandra tenía razón, pero no podía evitar entretenerse por las noches, siempre le surgía algo, un programa de televisión ameno, algo que leer o simplemente soñar despierto con una reconciliación.
Tras apurar la taza, la dejó en el lavavajillas junto a su plato, limpió su trozo de mesa y salió veloz hacia la puerta, donde Sandra continuaba metiéndole prisa a base de voces.
–¡Que ya voy, pesada! —terminó por replicar Roberto.
Caminaban ligero intentando ganar tiempo, pero Roberto se quedaba rezagado. A esa hora siempre había bastante afluencia de vehículos y peatones por las calles, gente que se encaminaba a sus trabajos, padres llevando a sus hijos a los colegios, repartidores de mercancías ya metidos en plena faena.
Debían cruzar la calle por un paso de peatones sin señalización semafórica y este cambio de acera siempre era muy conflictivo. Los conductores circulaban con prisa y era raro el que obedecía la norma de preferencia de paso y menos en este concreto paso de peatones, famoso en la ciudad porque detenerse allí era perder unos valiosos minutos, imprescindibles para no llegar tarde al destino. El torrente de viandantes también era numeroso por la cercanía de varios colegios y si detenías el automóvil, el vaivén incesante de peatones por ambos extremos te impedía iniciar la marcha. Esta lucha casi titánica entre peatones y vehículos había generado más de una polémica en la prensa local, obligando al ayuntamiento a establecer casi permanentemente un árbitro en forma de agente de la policía local que regulaba como podía aquel caos.
Aquella mañana, por motivos desconocidos, la ausencia del agente provocaba que los vehículos fueran ganando esta peculiar batalla.
–Es que no para ninguno —protestó Sandra—, ahora sí que llegamos tarde.
La detención obligatoria de un vehículo de autoescuela ante el paso de peatones fue como un salvavidas para las numerosas personas que esperaban. La riada humana emprendió rauda la marcha en ambas direcciones encontrándose en el centro, donde debieron esquivarse unos a otros para poder continuar.
–Sandra —llamó Roberto en el momento más inoportuno.
Ella no respondió.
–Con las prisas, he dejado el bocadillo sobre la mesa —susurró Roberto muy afligido.
–¡Roberto! ¡Otra vez!
Ella se detuvo al borde de la acera y le miró unos momentos, incrédula. Cuando logró reaccionar, reanudó la marcha.
–¡Vamos, rápido, Roberto! ¡Aprovecha y cruza ya!
Aquello le dio un poco de respiro ante la monumental bronca que Roberto adivinaba en el horizonte. Después de cruzar in extremis , se detuvieron a los pocos metros.
–Primero, te tengo dicho mil veces que no me llames Sandra, así me pueden llamar los millones de habitantes del planeta, pero el único que tiene el privilegio de llamarme mami eres tú, así que usa esa potestad.
–¿Qué es potestad? —preguntó Roberto.
–No empieces a salirte por la tangente, lo buscas luego en el diccionario y así practicas.
–¿Qué es tangente? —insistía.
–No puedo contigo, no puedo —se lamentó Sandra con amargura—, no me haces caso, te acuestas tarde, te levantas tarde. Por tu culpa siempre llegamos tarde, tú al colegio y yo al trabajo, ya es la segunda vez esta semana que se te olvida el bocadillo. Ahora tenemos que parar en la tienda a comprarte algo, aunque me dan ganas de dejarte sin nada que comer, a ver si aprendes.
Roberto bajó la mirada, vidriosa por las lágrimas, y permaneció en silencio.
Había tenido una primera infancia muy feliz y sus padres habían sido una gran pareja. Siempre animosos y alegres, en casa se respiraba buen ambiente. No tenían problemas económicos y se regalaban numerosas excursiones y viajes. Siempre pensando en la diversión de su único hijo, habían visitado todos los parques temáticos del país e incluso Disneyland París un par de veces.
A Roberto no le faltó nunca de nada, renovaban su videoconsola por la de última generación junto con las últimas novedades en videojuegos, incluida la conexión a Internet. Era la envidia sana de sus compañeros de clase, menudas tardes de juegos se habían raspado en su espaciosa casa. Sus siete fiestas de cumpleaños habían sido chulísimas, unas con magos, otras con payasos, otras en los mejores centros de ocio infantil de la ciudad. Hasta había sido el primero de su cole en conseguir un teléfono móvil de última generación; vamos, una pasada. Pero los tentáculos de la crisis económica alcanzaron de lleno a la empresa de su padre, muy dependiente de la construcción de viviendas. En un breve periodo de tiempo su mullido colchón financiero se había desinflado. Los ingresos habían caído en picado, los gastos por despido del numeroso personal mermaron la capacidad financiera de la empresa, las deudas y préstamos bancarios les acosaron y unas desafortunadas inversiones provocaron el resultado definitivo del cierre total del negocio.
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