Hay un gran campo abierto ante los obreros evangélicos de sostén propio. Muchos pueden adquirir una valiosa experiencia en el ministerio mientras trabajan parte de su tiempo en alguna clase de labor manual; y por este método pueden desarrollarse poderosos obreros para un servicio muy importante en campos necesitados (Ibíd., 292, 293).
Ir con el espíritu del que estaba investido Pablo. Alléguense hasta sus prójimos uno a uno, acérquense muy junto a ellos hasta que sus corazones se enfervoricen con vuestro interés y amor desinteresados. Simpaticen con ellos, oren con ellos, vigilen las oportunidades que tengan de hacerles bien y, en cuanto puedan, reúnan a algunos y abran ante sus mentes entenebrecidas la Palabra de Dios. Manténganse vigilantes, como quienes deben rendir cuentas por las almas de los hombres, y aprovechen al máximo los privilegios que Dios les da de colaborar con él en su viña espiritual.
No descuiden el hablar a sus prójimos, y realizar en su favor todas las bondades que estén a su alcance para que por todos los medios puedan salvar a alguien. Necesitamos buscar el espíritu que constriñó al apóstol Pablo a ir casa por casa, predicando con lágrimas y enseñando el “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” [Hech. 20:21] (RH, 13-3-1888).
Las primeras obras en la iglesia del Nuevo Testamento. Las primeras obras de la iglesia se vieron cuando los creyentes buscaron a sus amigos, parientes y conocidos y, con corazones desbordantes de amor, les contaron la historia de lo que Jesús era para ellos (SpT “A”, Nº 2, p. 17).
El éxito del plan del Nuevo Testamento. Mientras más de cerca se siga el plan del Nuevo Testamento en la obra misionera, más éxito habrá en los esfuerzos que se hagan. Deberíamos trabajar como lo hizo nuestro divino Maestro, sembrando las semillas de la verdad con cuidado, ansiedad y abnegación. Debemos tener la mente de Cristo para que no nos cansemos en el bien hacer. Él tuvo una vida de continuo sacrificio para bien de otros. Debemos seguir su ejemplo (T 3:210).
CAPÍTULO
8
Obra e influencia de las sociedades de beneficencia Dorcas
Devuelta a la vida para continuar su obra. En el curso de su ministerio, el apóstol Pedro visitó a los creyentes en Lida. Allí sanó a Eneas, que durante ocho años había estado postrado en cama con parálisis. “Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó. Y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor” [Hech. 9:33-35].
En Jope, ciudad que estaba cercana a Lida, vivía una mujer llamada Dorcas, cuyas buenas obras le habían conquistado extenso afecto. Era una digna discípula de Jesús, y su vida estaba llena de actos de bondad. Ella sabía quiénes necesitaban ropas abrigadas y quiénes simpatía, y servía generosamente a los pobres y afligidos. Sus hábiles dedos estaban más atareados que su lengua.
“Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió”. La iglesia de Jope sintió su pérdida; y oyendo que Pedro estaba en Lida, los creyentes le mandaron mensajeros rogándole: “No tardes en venir a nosotros. Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas”. A juzgar por la vida de servicio que Dorcas había vivido, no es extraño que llorasen, y que sus cálidas lágrimas cayesen sobre el cuerpo inanimado.
El corazón del apóstol fue movido a simpatía al ver su tristeza. Luego, ordenando que los llorosos deudos salieran de la habitación, se arrodilló y oró fervientemente a Dios para que devolviese la vida y la salud a Dorcas. Volviéndose hacia el cuerpo dijo: “Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó” [Hech. 9:36-41]. Dorcas había prestado grandes servicios a la iglesia, y a Dios le pareció bueno traerla de vuelta del país del enemigo para que su habilidad y energía siguieran beneficiando a otros, y también para que, por esta manifestación de su poder, la causa de Cristo fuese fortalecida (HAp 108, 109).
No se podía prescindir de la digna discípula. [Dorcas] había sido una digna discípula de Jesucristo y su vida se había caracterizado por actos de caridad y bondad hacia el pobre y el afligido y por su celo en la causa de la verdad. Su muerte fue una gran pérdida; la iglesia naciente no podía pasarse sin sus nobles esfuerzos.
Esta gran obra de resucitar a la muerta fue el medio para convertir a muchos en Jope a la fe de Jesús (SP 3:323, 324).
PARTE IV
EVANGELIZAR EL VECINDARIO
Pensamiento áureo
Los miembros de iglesia deben hacer trabajo evangélico en los hogares de sus semejantes que aún no han recibido plena evidencia de la verdad para este tiempo. La presentación de la verdad con amor y simpatía, de casa en casa, está en armonía con la instrucción que Cristo dio a sus discípulos cuando los envió en su primera gira misionera. Con himnos de alabanza a Dios, con humildes y sinceras oraciones, con una simple presentación de la verdad bíblica en el círculo familiar, muchos serán alcanzados. Los obreros divinos estarán presentes para promover la convicción en los corazones. “Estoy con vosotros todos los días”, es su promesa. Con la seguridad de la permanente presencia de ese Ayudador, podremos trabajar con esperanza, fe y valor...
Mis hermanos y hermanas, entréguense al Señor para el servicio. No desaprovechen ninguna oportunidad. Visiten a quienes viven cerca de ustedes, y con simpatía y bondad procuren ganar sus corazones. Visiten a los enfermos y dolientes y muestren un bondadoso interés en ellos. Si es posible, hagan algo para que estén más cómodos. Por estos medios, ustedes podrán alcanzar sus corazones y hablar una palabra por Cristo. Únicamente la eternidad revelará de cuánto alcance puede ser esta clase de trabajo (RH, 21-11-1907).
CAPÍTULO
9
Diferentes formas de dar el evangelio a los vecinos
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16).
Una gran obra frente a nuestras iglesias. Hay una labor que deben realizar nuestras iglesias de la que pocos tienen idea... Debemos dar de nuestros medios para sostener a obreros en el campo de cosecha y regocijarnos al recoger las gavillas. Pero, si bien es cierto que esto es bueno, hay una obra, hasta ahora intacta, que debe ser realizada. La misión de Cristo fue sanar a los enfermos, alentar a los desesperanzados, vendar a los quebrantados. Esta labor de restauración debe ser hecha entre los dolientes necesitados de la humanidad.
Dios no solamente pide vuestra caridad sino vuestro semblante alegre, vuestras esperanzadas palabras, el apretón de vuestra mano. Alivien a algunos de los afligidos de Dios. Algunos están enfermos y han perdido la esperanza. Devuélvanles la luz del sol. Hay almas que han perdido su valor; háblenles, oren por ellas. Hay quienes necesitan el pan de vida. Léanles de la Palabra de Dios. Hay una enfermedad del alma que ningún bálsamo puede alcanzar, ninguna medicina curar. Oren por estas [almas] y tráiganlas a Jesucristo. Y en toda vuestra obra, Cristo estará presente para impresionar los corazones humanos (Manuscrito 105, 1898).
Visitar a cada familia y conocer su condición espiritual. Dondequiera que se establezca una iglesia, todos los miembros deberían empeñarse activamente en una obra misionera. Deberían visitar a cada familia del vecindario y conocer su condición espiritual. Si los profesos cristianos se hubieran empeñado en este trabajo desde el momento cuando sus nombres fueron por primera vez inscriptos en los libros de la iglesia, no habría ahora una incredulidad tan difundida, tales profundidades de iniquidad, una impiedad tan sin paralelo, como se ve en el mundo en la actualidad. Si cada miembro de iglesia hubiera procurado iluminar a otros, miles de miles hoy día estarían con el pueblo que observa los mandamientos de Dios.
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