Jorge Pastor Asuaje - Por algo habrá sido
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Aunque lo conocíamos poco, Joaquín nos había transferido algo de su admiración por Iñaki, que reapareció en La Plata por una circunstancia infausta: el padre de Joaquín casi se muere de un ataque (un derrame cerebral o algo parecido). Esa circunstancia hizo que Joaquín pasara a ser el centro de atención de la división. De repente todos nos aglutinamos en derredor suyo como compitiendo a ver quien le daba más apoyo.
Hacía poco días los Areta habían sacado de la concesionaria un Falcon flamante, de un azul verdoso oscuro, al que Iñaki hacía doblar casi en dos ruedas alrededor de las plazas de La Plata, demostrando una habilidad conductiva forjada en actividades mucho menos superfluas. Aunque no lo sabíamos, en ese momento ya tenía una militancia intensa y medianamente extensa en las F.A.R. (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y más de una vez había sido chofer en alguna operación militar.
Como para consolidar la admiración que despertaba entre los amigos de Joaquín, incluso hasta de los apolíticos, como Bocha, Iñaki tenía una novia que era toda una “mujer”. Si, porque por más buenas que estuvieran, las chicas del Liceo, del Normal, del Eucarístico o cualquiera de las culo roto que frecuentaban los ambientes del Nacional, todavía no eran mujeres; no tenían ese aire de seducción que solamente se adquiere a partir de cierta edad. Y Mirta, Sandra, era una mujer hermosa y sensual, aunque se vistiera con la austeridad de las militantes.
La camisa que es bandera
La relación de Mirta, Sandra, con Iñaki no duró mucho, aunque después igual yo la seguí viendo, de lejos, en los actos y las movilizaciones de la Jotapé. Pero nunca había hablado con ella. La primera vez fue en el 84 u 85, en uno de los tantos actos contra las leyes de punto final y obediencia debida. Ella no me conocía, pero le conté que era amigo de Joaquín. Era otra mujer. El dolor, la guerra y la vida la habían endurecido. Había formado pareja con un compañero legendario para la militancia platense: el Flaco Sala. Antes de mayo del 73 el Flaco ya había caído varias veces en cana y se había transformado en un combatiente mítico, respetado, querido y perseguido, tanto la policía como los fascistas locales lo tenían en la mira. Por eso más temprano que tarde (mucho antes del golpe) tuvo que irse de la ciudad y recaló en el noreste; quien sabe, tal vez porque como hay tantos descendientes de rusos, polacos y alemanes, un flaco alto y medio rubión podía pasar más desapercibido. Y, para no perder la costumbre, el Flaco volvió a caer preso. Eso fue antes o después del golpe, no lo sé. La cuestión es que los militares lo tomaron como rehén, junto a varios compañeros más que estaban en la cárcel de Resistencia, en el Chaco. Un día se enteraron de que los iban a fusilar. En sus últimos momentos, el Flaco no se dedicó a lamentarse ni a llorar por su suerte. Tomó sus pertenencias, las cosas que tenía en el calabozo, y las distribuyó entre sus compañeros de celda. Como era el de mayor nivel, el que más grado tenía de entre todos los presos, impuso su autoridad y los obligó a aceptar lo que les estaba dejando como herencia. Había resuelto combatir hasta el último momento: sus cosas debían servir para que otros pudieran continuar la lucha en mejores condiciones. En la repartija, a uno de sus compañeros le tocó una camisa, eran compañeros del equipo de fulbito en la cárcel; “Esta es para vos, le dijo”. Cuando los vinieron a buscar, los compañeros los despidieron cantando, sabían que iban a la muerte.
Lo que pasó después asoma en estas correcciones que me hace Mirta, Sandra, luego de haber leído mi primera versión. Yo suprimo algunos errores y transcribo su carta, mil veces más explícita que mis páginas; pero para saber bien lo que pasó, como dice ella, hay que leer el libro de Jorge Giles, hermosamente vital y desgarrador. Yo sólo agregaré, que desde aquella madrugada el dulce nombre de Margarita Belén, así se llamaba el paraje donde se consumó la masacre, entró en la historia argentina como el símbolo de la ignominia, pero también de la dignidad. De la dignidad con que afrontaron la muerte los fusilados.
El compañero que recibió la camisa tuvo un poco más de suerte que el flaco, porque al tiempo consiguió salir del país haciendo uso de las opciones que de vez en cuando concedían los militares. Y el compañero fue a varios países hasta anclar finalmente en Nicaragua. Los sandinistas estaban en el poder y la revolución era todavía una bella y cercana ilusión. Cuando cayó la dictadura argentina y muchos emprendieron la vuelta, él prefirió quedarse, pensó que su puesto de lucha estaba allá, entre los volcanes y la selva. Los yankees asediaban cotidianamente a la revolución; a través de los “contras” incursionaban cotidianamente asesinando militantes populares y simples vecinos. Crueldad del destino, el compañero no cayó combatiendo contra los contras pero puede decirse que también cayó en combate. Estaba al servicio del Ministerio del Interior sandinista cuando el camión que conducía se desbarrancó por la ladera de la muerte para dejar su corazón latiendo eternamente en Nicaragua. Su compañera y sus hijos lo enterraron allá, pero conservan todavía esa camisa con la esperanza de encontrar algún día a los hijos del Flaco Sala y entregársela.
Querido Metra
Que sensaciones me dio leerte, me puse contentísima de volver a leer la vida de Joaquín, tan hermoso él que no sabía que lo vieran petiso, me impactó que supieras lo del papa porque fue un golpazo, éramos muy jóvenes y el papá también, él era muy querido y los hijos como vos contás lo rodearon muy abrazadoramente.
A Iñaqui lo había conocido en una reunión de ámbito en Buenos Aires, lo recuerdo con un buzo negro o pullover negro, el estaba de novio, el gran amor de su vida, minón total era Susana Quinteros, de arquitectura, se peleaban y se amigaban seguido.
Cuando el padre se enferma el me comenta al pasar y yo que no sabía quien era, como se llamaba de apellido, lo busco en el Instituto Médico Platense, ahí fueron a internar al papá, y me aparezco en el piso de internación como un fantasma, a la vez rompiendo todas las medidas de seguridad porque estaba prohibidísimo destapar nombres y apellidos por eso conocí a Joaquín, a quién admiré mucho y nos encontrábamos con subterfugios para hablar de política o de no se que…no se si no quise más a Joaquín que a Iñaqui, sino fue más leal Joaquín que Iñaqui conmigo porque eran relaciones diferentes. Cuando leí que conocías mi historia con Iñaqui me dio calor, me dio vergüenza, son pocos los que la conocen y justo vos la recordás! Fue un amor fugaz y tormentoso con Iñaqui. Cuando ya había nacido Mariana, mi hija, nos cruzamos en la calle 7 y 51, el Flaco Sala sin- “s” al final- y él, nos abrazamos bien fuerte, ya era la primavera del 74 y estábamos por la plaza caminando por la tardecita. Fue la última vez que lo vi a Iñaqui. Después en la facultad de Humanidades lo encontré a Joaquín y recuerdo que hablamos de la película Operación Masacre con la misma ternura de siempre. Lo quise a rabiar.
La historia del Flaco Sala si podés cambiala en el libro, nos fuimos porque el CNU Patricio Fernández Rivero consideró que la muerte de Martín Sala, el que trabajaba en el Cine 8 había sido producto de una traición del Flaco Sala.
Lo que quiero que modifiques, si estás a tiempo, es la historia final, la crueldad con que lo mataron antes de salir, lo que narrás es de la Unidad nro. 7, después lo llevaron al Regimiento y con una bayoneta lo punzaron, lo dejaron sangrando, lo llevan junto con el Pato Tierno y demás a otra cárcel, la Alcaidía y ahí los rematan, una fila india de policías los hacen pasar y los muelen a palos, salen casi muertos…para Margarita Belén.
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