Antes de Metropolis, su obra más conocida, Fritz Lang había dirigido la primera versión del Die Nibelungen, la ópera de Richard Wagner que se proyectaba mientras una orquesta actuaba en la sala. El acompañamiento era la única forma de ambientación musical en los años del cine mudo. Así sucedió con Berlin, Die Sinfonie der Großstadt, la monumental obra de Walter Ruttmann estrenada en el otoño de 1927 mientras se interpretaba la música expresamente compuesta por Edmun Meisel (de la Torre, 1930, 6). Aunque entonces no tuvo una buena acogida ni por parte del público ni de la crítica, esta obra representa la crónica más fascinante de lo que debió ser la capital del Reich en los años finales de la República de Weimar. La película, que se inicia con la salida de los empleados a su puesto de trabajo, registra el devenir de la ciudad desde la mañana a la noche en su poco más de una hora de duración.
Del mismo modo que Berlín, la película Menschen am Sonntag (en la que participaron Willy Wilder y Fred Zinnemann) mostró hasta donde podía llegar el cine sin sonido en 1930, cuando ya se habían rodado algunas películas sonoras. El relato de los días festivos de unos jóvenes berlineses retrata una Alemania moderna, ajena a los viejos hábitos de la era guillermina que anhelaba la libertad y la tolerancia que la república prometía a las nuevas generaciones.
Nuevas costumbres para un tiempo nuevo
La revolución trajo consigo nuevas costumbres y nuevas formas de relación que, aunque iniciadas tímidamente antes de la guerra, se hicieron más visibles en los años veinte. Como señala Eric Weitz, no es fácil saber si tales cambios se produjeron en todos los ámbitos sociales con la misma intensidad. (Weitz, 2009, 354). En grandes ciudades como Berlín, se hizo evidente una mayor libertad y cierta tolerancia hacia la homosexualidad, lo que no puede afirmarse que sucediera en ciudades más pequeñas. Las mujeres con el pelo corto se movían con desenvoltura por la capital del Reich, fumaban y mostraban con claridad su deseo de independencia. Esta moderna vida femenina, en la que se incluían también nuevas formas de sexualidad, producía rechazo en los sectores más tradicionales. El cambio en la moda, en la manera de vestir y de moverse, hacía irreconocibles las calles de Berlín si se comparaban con imágenes anteriores a la guerra. En palabras de Stefan Zweig, en esos pocos años las mujeres habían conquistado una situación completamente nueva:
“La maravillosa emancipación que la mujer ha conseguido respecto de su cuerpo, respecto de los suyos, su libertad y su independencia, nada de esto podrá detenerse porque se escandalicen unos cuantos carcamales, porque se rasguen las vestiduras unos pocos moralistas que acaban de descubrir su vocación de tales” (Zweig, 1919, 7).
Estas líneas corresponden a un capítulo de Die Frau von Morgen: Wie wir sie wünschen (Cómo nos gustaría que fuese la mujer del mañana), un libro editado por Friedrich M. Huebner con textos de conocidos escritores que intentaba aventurar cómo sería la mujer del futuro a la vista de los llamativos cambios que se habían producido en aquellos años. Y aunque era generalizada la satisfacción por los avances conseguidos, algunos capítulos muestran también un cierto malestar, “como si las mujeres hubieran ido demasiado lejos” en su pretensión de equipararse con los hombres. En palabras de Weitz, “la mujer moderna era el símbolo más visible, más jaleado y más conflictivo de la revolución moral y sexual de la década de los veinte” (Weitz, 2009, 361).
Nunca hasta entonces la mujer se había expuesto públicamente con tanto desenfado. Bañarse en público cuando llegaba el buen tiempo, se convirtió en una costumbre entre las clases menos pudientes. Menschen am Sonntag, la ya comentada película, mostraba las tribulaciones de varios jóvenes en el verano de 1929 en el lago donde pasaban los domingos los berlineses de aquel tiempo. Era un fiel reflejo de las nuevas formas de interacción social que trajo consigo el clima de libertad que se respiraba en los años de Weimar.
La emancipación del cuerpo, visible en las publicaciones que inundaban los quioscos y en los espectáculos teatrales y musicales, era una manera de afirmar la modernidad. Sin duda, la guerra y la revolución “socavaron profundamente el respeto a la autoridad, así como la normas sexuales y morales” que habían caracterizado los tiempos pasados (Weitz, 2009, 362).
Los anuncios para mantener un mejor aspecto o la exhibición del cuerpo humano en las competiciones deportivas se hicieron habituales en publicaciones ilustradas como el Berliner Illustrirte Zeitung. La música y los espectáculos sustituyeron la convencional elegancia de tiempos pasados por el frenético movimiento en un ambiente de libertad y falta de convencionalismos que entusiasmaba y repelía por igual. El jazz y la música de baile parecían para muchos el signo más evidente de un mundo desquiciado que buscaba en la agitación de la modernidad un nuevo significado a la vida del ser humano (Weitz, 2009, 372). La popularidad del jazz llegó a ser tan grande que dos aficionados berlineses, Francis Wolf y Alfred Lion (obligados a emigrar tras la llegada del nazismo), fundarían en Estados Unidos el sello musical Blue Note, el más prestigioso de la industria del jazz norteamericano.
Esta forma de asumir la propia corporeidad se materializó también en un culto a la belleza tanto masculina como femenina. La popularización del nudismo tuvo su manifestación más llamativa en el libro de Hans Surén, Der Mensch und die Sonne (El hombre y el sol) que llegó a vender 250 000 ejemplares en un solo año. En un lenguaje de llamativa cursilería, Surén afirmaba que “la alegría de vivir se experimenta con mucha más fuerza cuando os despojáis de vuestras ropas a orillas de un arroyo o de un lago para sumergiros en el agua y en el sol” (Surén, 1925, 678). Aunque la Freikörperkultur (la cultura del cuerpo libre) tenía partidarios entre las personas de toda ideología, adquiriría una especial relevancia durante los años del régimen nacionalsocialista que llegaría a autorizar el nudismo en 1933. La Freikörperkultur estaba también presente en Olympia, la película que Leni Riefenstahl realizó con motivo de los Juegos Olímpicos de 1936, reflejo de las ideas nacionalsocialistas. Después de la guerra, el nudismo sería una práctica mucho más frecuente en la Alemania Oriental que en la Occidental.
Club de baile en Postdam, 1923. Airelle Archives. The Big Band Era.
La renovación de las instituciones educativas
Quizás uno de los aspectos más característicos y controvertidos de la cultura de Weimar es que, como señalaba Walter Laqueur, “fue concebida fuera de las escuelas y de las universidades y nunca penetró en el sistema académico” condicionado, como estaba, por la presencia de grupos de poder forjados en el nacionalismo (Laqueur, 1980, 182). En opinión de Peter Gay, antes de la guerra, la universidad era ya un germen de la contrarrevolución:
“Las universidades, de las que los alemanes se jactaban, eran parvularios de un confuso idealismo militarista y centros de resistencia contra todo lo nuevo en arte o en ciencias sociales: judíos, demócratas, socialistas, outsiders en una palabra, eran mantenidos fuera del sagrado del conocimiento” (Gay, 1984, 13).
El ambiente en las aulas universitarias era esencialmente antirrepublicano desde los principios del régimen constitucional, aunque tal cosa no implicaba un alineamiento con las fuerzas que impulsaron el nacionalsocialismo. Durante los años de Weimar todavía se celebraban en las universidades acontecimientos como la fundación del segundo Reich cada 18 de enero o la batalla de Sedán que supuso la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana.
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