“Eso”
Observaciones
Sarlo: la mitificación del pasado
Terranova y la ironía narcisista
Ecosistema
Almada y el fin de la historia
Tabarovsky: la rutina de lo inútil
Maggiori, Herrera y la violencia como cliché
Julián López, Lissardi y l’illusion érotique
Ronsino: la vaca atada
Harwicz: el otro frente al mundo
Venturini y la pérdida de las referencias
Falco, Lamberti y el realismo de los otros
Erlan y las formas de (no) volver a casa
María Pía López: el museo de la lengua política
Lo Prestim, Havilio y el yo que es otro y ajeno
Rodríguez, Godoy y el fuego plebeyo
Mauro Libertella: la inocencia artificial
Los dos Bitar
Schweblin y las fuerzas extrañas
Especies
Tres realismos
Reserva
Tres fantasías políticas
Reaccionarios, progresistas e infames
a los amigos que escriben,
este nuevo collage,
esta trasvestida novela.
La “mala” literatura es la que practica la buena conciencia de los sentidos plenos; la “buena” literatura es la que lucha abiertamente contra la tentación del sentido.
—Roland Barthes.
Eu não sou eu nem sou o outro,
Sou qualquer coisa de intermédio.
—Mário de Sá-Carneiro.
Este pequeño libro reúne una serie de notas de lectura sobre la narrativa argentina del siglo XXI. Despliega su análisis en torno a un espectro de proyectos activos y reconocibles con la intención de ofrecer una imagen sintética de las tendencias que prevalecen en ese espacio. Que el mapeo se realice centralmente sobre un conjunto reducido de textos de semblante realista no quita que sus hipótesis sinteticen en cierto modo también algunos rasgos característicos del estado de la imaginación contemporánea en el contexto de la lengua y la literatura rioplatense.
Va de suyo: como toda lectura está siempre histórica, cultural y socialmente situada, al abordar esa serie de textos como instancias de una praxis constituida sobre diversas escenas de representación, estas notas no pueden abjurar tampoco de su propia condición histórica. Al contrario: la lectura que en ellas se ensaya de las fantasías políticas latentes en los relatos se proyecta necesariamente sobre el horizonte de las configuraciones culturales, políticas históricas de quien las firma. Vale recordar por ello que la situación en que fueron escritas coincide con el momento en que cierto estado de la imaginación (cierta matriz de interpretación del proceso social e histórico) “nacional y popular” comenzaba a perder hegemonía y empezaba a ser oportunamente relevada por otra cuyo desangelado emblema fue la bandera del cinismo histriónico y la “posverdad”. No debe sorprender por ello que las interpretaciones aquí propuestas dejen muchas veces entrever recelos, suspicacias y desacuerdos polémicos; ni que, a través de lo leído, incluso las simpatías se conviertan eventualmente en semillas de la discordia. La conciencia de la historicidad no concede privilegios. Clausura toda solicitud de indulgencia al asumir que la lectura crítica supone necesariamente la experiencia de una relación —siempre tensa y siempre compleja— entre la indeterminación del texto y las determinaciones de la historia.
“La ausencia de ideología es ya una ideología”, sintetiza Barthes leyendo a Brecht. La alienación que produce no se reduce al modo en que las representaciones imaginarias subliman las contradicciones vividas; arraiga especialmente en el corazón oscuro de los relatos con los que (nos) contamos el mundo, en las maneras en que huimos de nuestras propias pulsiones ciegas, tornándolas a veces, en el borde de su perversión, un puro y simple deseo de pérdida: la melancolía que pisa todo brote de imaginación de futuro. No se trata de iniciar ningún proceso. Si, como decía el viejo Marx, no se puede juzgar a un hombre por la idea que se hace de sí mismo, tampoco es justo sentenciar a una época o a una generación por las representaciones que se hace de los conflictos que la acosan. Lo que en estas páginas se ensaya no es un juicio sino más bien una interpretación . Por eso mismo, los planteos presentados en este texto distan tanto de la inocencia como de la animosidad. Presentan en efecto a un lector enredado en los bucles de “las preguntas primeras” (cómo, qué, para qué o para quién se escribe), es decir, trabajando todavía el surco de una posible perspectiva crítica. Quizá por eso se imponen en un tono rústico y elemental, que se asume sin jactancia pero a la vez sin culpa. Ya lo dice Eagleton: en el ámbito de la crítica, la condescendencia es la forma más canalla y más rastrera del desprecio.
Que el conjunto de las lecturas reunidas devuelva la discutible imagen de un ecosistema de codificación ideológica ligado a las demandas de la contingencia histórica, obliga también a hacer algunas aclaraciones. En principio, insistir en que los nombres propios que aquí se citan remiten, no a sujetos biográficos, sino a personajes cuyas fantasías políticas se proyectan en intervenciones estéticas. Lo que soñamos —dice un poema del cordobés Carlos Godoy— también es parte de la historia. Y si es cierto que nadie es responsable por sus sueños, hay que admitir que sí lo es por la manera en que decide militarlos: sobre ese anatema básico, el relato crítico busca recrear el plano imaginario donde las diferentes especies se reproducen y metamorfosean en un campo ideológico tejido por fuerzas ficticias —un espacio donde cada intervención se realiza como instancia formal de mediación entre lo estético y lo político, entre lo particular y lo colectivo, entre lo razonado y lo inconsciente, entre lo público y lo privado, entre lo visible y lo enunciable. No es más que otra bella ironía de la historia que el relato que enhebra estas lecturas constituya también, entre líneas, una suerte de confesión o bosquejo de autocrítica.
Toda ficción se sueña como una pequeña máquina de guerra. La de la crítica no es una excepción. Su táctica pone siempre en escena una economía de medios y recursos ligados a un combate bastante elemental y bastante solitario por dar al fin con un sentido. En él, el verdadero adversario no es otro que el que se instituye en uno mismo como apariencia naturalizada de un saber. Por eso, en última instancia, como decía el bueno de William Empson, lo que toda nueva lectura viene a confirmar es que ningún texto es exactamente lo que habíamos creído que era. El enemigo de la crítica no es pues ni un sujeto ni un conjunto de sujetos constituidos en tal o cual libación ideológica; el enemigo de la crítica es el señuelo confortable de la sujeción, es decir, la jactancia del saber satisfecho que, reactivo, inhibe la emergencia de los sentidos nuevos.
Al comienzo de esa pieza magistral de la publicística borgeana que es “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw” se consigna la hipótesis de que una literatura difiere de otra anterior o ulterior menos por su texto que por la manera en la que es leída. La verdad de esa frase elegante es simétricamente proporcional al desafío que recela. Nadie mejor que Borges para dar fe de que el tiempo de la infamia es siempre el tiempo presente. No por casualidad ya desde muy joven abrazaba con discreta felicidad la idea de que la belleza ocurre fatalmente, pero siempre cortada del presente por una distancia higienista: “¿Los tranways de caballos y los compadritos que empezaban por un amejicanado chambergo gris y terminaban en botines de charol no solicitan acaso nuestra nostalgia? Hoy cantamos al gaucho; mañana plañiremos a los inmigrantes heroicos. Todo es hermoso; mejor dicho, todo suele ser hermoso,
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