Delfín de Color
ISBN edición impresa: 978-956-12-2583-1.
ISBN edición digital: 978-956-12-3506-9.
4ª edición: mayo de 2016.
Obras Escogidas
ISBN: 978-956-12-2584-8.
5ª edición: mayo de 2016.
Gerente Editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2013 por Alicia Morel Chaignaux.
Inscripción Nº 228.645. Santiago de Chile.
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Índice
EL BAILE DEL PICAFLOR
LOS ALEGRES AMIGOS DEL JARDÍN
LA RAMA NÚMERO 50
VUELTAS DE UN SENDERO
LA ÚLTIMA POLILLA DEL OTOÑO
El baile del Picaflor
Las polillas fueron las encargadas de repartir las invitaciones.
–Como son sencillas, tienen mejor voluntad –dijo la Rosa.
Para dar la fiesta, aprovecharon que el jardín estaba en plena floración, antes de que se deshojara la primera rosa. El invitado principal era el señor Viento, porque sin él, ¿cómo iban a bailar las flores pegadas a sus tallos? Pero a señor tan importante no podían mandarle como mensajero un escarabajo cualquiera y se le encomendó a la Mariposa esta delicada misión.
Un poco insegura, ella revoloteó hasta el bosque donde vivía el Viento y lo llamó con la voz más fuerte que pudo:
–¡Señor Viento, haga el favor de pararse un instante en las ramas!
–¿Uuuuuh? –contestó el Viento.
–¡Ay, no sople tan fuerte, que me arranca las alas! –se quejó la Mariposa.
–¡Ooooooh!
–¡Se trata de un baile!
–¿Eeeeeeh?
–¡Un baile de las flores!
–¡Aaaaah! –suspiró el Viento, complacido.
–La Rosa y yo lo esperamos a la caída de la tarde, no vaya a olvidarse.
–¡Iiiiiih! –aseguró el Viento, riendo.
La Mariposa se alejó para arreglar sus antenas y echarse polvo dorado en las alas.
No faltó nadie por invitar: ni los abejorros, ni las abejas, ni las delicadas libélulas, ni los elfos, ni los duendes, ni la reina de las hormigas. Pero no, alguien había sido olvidado: nada menos que el Picaflor.
–Esas locas no me invitaron –refunfuñó–. ¡Ya verán las ingratas, ya verán!
Voló a bañarse en rocío, para que relucieran los arcoíris de sus plumas. Mientras se restregaba contra las cañas, oyó las dulces y crujientes melodías que estas preparaban para la fiesta, con lo que el entusiasmo del pajarillo aumentó.
–Iré al baile de todas maneras. Emborracharé a las rosas y a las campanillas con el girar de mis alas.
La mañana se fue en preparativos. Al caer la tarde, invadieron el jardín las abejas y los abejorros, quienes depositaron en cada flor una gota de miel. Esta fue la señal para que empezara el baile. Libélulas, alegres cigarras y caballitos del diablo iban y venían, y el aire estaba lleno de zumbidos de toda clase. Por tierra avanzaron las hambrientas hormigas y grupos de cucarachas ordinarias. Los caracoles se daban importancia al caminar sobre una alfombra de plata. Los grillos tocaban sus violines. Los elfos y los duendes llegaron iluminados por las luciérnagas, saltaron de flor en flor y escogieron por compañeras a las más olorosas.
Pero el Viento, invitado principal, que debía abrir el baile con la Rosa, no llegaba; las flores estaban quietas, sin poder participar en la animación general.
La Rosa, muy preocupada, llamó a la Mariposa, que ya estaba medio borracha de felicidad.
–Por favor –le pidió–, anda a despertar al Viento. Nuestro baile será un fracaso sin él.
Disgustada por tener que interrumpir sus danzas, la Mariposa voló hacia las copas de los árboles, donde el Viento colgaba lacio, entregado a un profundo sueño. Entre vuelo y revuelo, la mensajera cantó:
El baile baile
ya empezó,
despierte el Aire
con su canción.
¡Vamos al baile,
vamos, don Aire!
¡Vamos, despierte,
que se hace tarde!
Pero el Viento ni se movió. Abrió apenas un ojo azul, batió un poco una de sus alas y dio un suspiro, que tiró lejos a la indignada Mariposa.
–¡Oh! –gimió esta, sujetándose las antenas–. ¿Qué le diré a la Rosa ahora?
–No te preocupes, Mariposa –dijo en ese momento el Picaflor–, dile a las flores que si el Viento falla, yo puedo hacerlas bailar, siempre que me inviten –y esperó, sosteniéndose en el aire. La Mariposa voló a dar el recado a la Rosa, que enrojeció al darse cuenta de su involuntario olvido.
–Por cierto, dile al Picaflor que nos perdone, nosotras...
Pero en ese instante se aproximó el Picaflor, sonriente y movedizo, y se inclinó ante la Rosa, haciendo brillar los colores dorados de su penacho.
–No te preocupes –dijo–, es mejor que el Viento no venga, puede despeinarlas. Yo las haré bailar y dar más vueltas que el sol. Empezaré por ti, bella Rosa.
Fascinada, la reina de las flores se dejó marear por el Picaflor, hasta olvidar completamente que ella estaba pegada a un tallo y que al día siguiente se deshojaría.
Bailaron todas las flores y se enamoraron del Picaflor. Para refrescarlas, el brillante pajarillo se mojó las alas y toda la agitada concurrencia lució su perla de agua.
El baile duró hasta que salió la luna. Las flores cerraron sus corolas, encerrando a más de un fatigado bicho entre sus pétalos. El Picaflor se durmió junto a la Rosa y las hormigas se llevaron la última gota de miel.
Solamente la Mariposa continuó persiguiendo su sombra entre las flores, sin darse cuenta de que el baile había terminado hace mucho rato.
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