Reina Reech fue mi estrella favorita de la infancia. Veía todos sus programas, viajé a Buenos Aires para ir a su obra Yo soy colores en el Teatro Astros, compraba su revista y me sabía todas sus canciones. Cuando dejó de hacer programas infantiles y sus fans ya no éramos niños, Reina anunció su propio concurso de talentos, Generación Pop . Si tenés entre diez y quince años, sos de la Generación Pop; si te gusta cantar, bailar y actuar, sos de la Generación Pop. Sin ninguna duda, yo era de esa generación. Les pedí a mis papás que me inscribieran en el concurso y que me dejaran viajar a Buenos Aires para participar del casting. Aceptaron gracias a mis insistencias aunque no les convencía el premio: formar parte de una banda pop y actuar en una serie juvenil. Para eso tendría que dejar el colegio y vivir en Buenos Aires.
Una vez que ya estaba inscripto no podía dejar de pensar en el programa. Mi papá no quería que hiciera papelones y me buscó un profesor de canto. Ulises venía tres veces por semana. Le conté cómo era el concurso, quién era Reina y me ayudó a grabar una canción en un cassette que había que enviar para ser preseleccionado. Grabamos una de Chayanne porque quedaba bien con mi tono. Antes de enviarla la borré y me grabé en mi cuarto cantando “Tu veneno” de Natalia Oreiro. Ulises siempre me decía que había mucho por hacer, el concurso era muy pronto. Tenía que preparar tres canciones: una de Diego Torres, la de Aladdin y la de la apertura del programa. Ulises también me hacía hacer ejercicios de respiración y recitar trabalenguas. Él era cantante de ópera, pero había dejado de cantar cuando se casó con una chica de mi pueblo. Ahora vendía jeans y daba clases particulares de canto. Él se definía como soprano.
Para ganar Generación Pop tenías que saber cantar, actuar y bailar. La parte de actuación era mi fuerte, porque hacía años estudiaba teatro en el taller municipal. Avisé que tenía que faltar dos clases para irme a un casting en Buenos Aires. La profesora se emocionó y me dijo que iba a brillar. El baile me salía natural, siempre practicaba en mi dormitorio con temas de Britney y otras cantantes. Mi único problema era el canto, pero gracias a Ulises estaba listo para ganar.
Viajamos con mamá un lunes, llegamos el martes. Nos tomamos el día para acomodarnos. El miércoles tenía el casting en el Parque de la Costa. Me puse un pantalón cargo desmontable y un buzo nuevo que me había comprado para el programa, azul con manchas negras y el número 23, mi favorito. Cuando llegamos había tres cuadras de cola. Las mamás se tenían que quedar esperando en el patio de comidas del parque y nosotros pasábamos al anfiteatro. Me tocó el número 2963, había más de cuatro mil chicos. Algunos hablaban entre ellos pero yo no, eran mi competencia. Comenzó el concurso, pusieron el tema de Diego Torres y teníamos que cantar todos al mismo tiempo. Los jurados pasaban escuchando entre las gradas. Si les gustaba cómo cantaba alguno, se quedaban un rato más y anotaban el número en un papel. No sabían nuestros nombres. En esos tres minutos de canción tenía que aplicar todo lo que había aprendido con Ulises. Las respiraciones, los tonos, elevar la voz. Mucha presión. En un momento, uno de los jurados se acercó y me escuchó de cerca. Se quedó unos quince segundos, anotó mi número en un papel, me sonrió y se fue. Me sentí ganador. Había más de diez jurados, entre ellos estaba la hija de Reina. Tenía nuestra edad y era la más envidiada de toda la generación.
En un momento se hizo un gran silencio. Unas luces robóticas empezaron a moverse por todo el escenario y lo invadieron serpentinas de colores. Apareció ella. Reina Reech. Pusieron la música de Generación Pop y todos la aplaudimos. Entró bailando la córeo del programa con un montón de bailarines, era una reina de verdad. Los chicos de la Generación Pop la amábamos. Habíamos crecido con Colores y empezamos a pedir que la cantara. Reina se hizo rogar pero terminó cantando su hit y nosotros, felices. Ese fue mi premio porque después Reina leyó los números elegidos y el mío no estaba. Me puse triste. Sentí que no había sido escuchado, quería mostrar cómo bailaba y cómo actuaba. Los jurados ya no estaban. Busqué a mi mamá por el patio de comidas. La abracé y le dije que no había quedado, que estaba enojado, que todo estaba arreglado, que nadie me había escuchado bien. Odié a Reina por unos minutos.
Lo peor iba a ser enfrentar a todos mis compañeros de colegio y teatro a los que les había dicho que nunca más los vería porque me habían llamado de la tele, de un programa de Buenos Aires. Pero cuando llegué a la escuela todos se alegraron de verme y no paraban de preguntarme por la televisión, cómo había sido la grabación, cómo era Reina en persona. Al final nadie me veía como un perdedor, yo sí. Unos meses después, una amiga me llamó desesperada. Me había visto en la publicidad del programa, muy rápido. Decía que me había visto levantando el papel con mi número. Me puse a ver televisión todo el día esperando la publicidad. Me parece que se confundió, yo no salía ni un segundo. Igual, yo sé que soy de la generación pop.
Terminé en esta fiesta porque no acepté una cita. Él me mandó un mensaje de voz. Dentro del mensaje cantaba un tema de Arjona en el baño. Tres minutos, él cantando toda la canción. Buena voz, pero no podía aceptar una cita de este pibe. Me bloqueé. Creo que hice bien. No estoy para citas, y menos con chicos con los que ya sé que no va a funcionar. Así que terminé viniendo a este evento algo extraño con mi amiga, la actriz de moda que ahora es DJ. Ella se ríe de eso porque no lo es, pero actúa como si fuese una. Lo toma como un personaje más de su repertorio. Se compró una Mac y se bajó un par de programas que le recomendó un ex novio que sí es DJ de verdad. Así que ahora temas de pop con otros de hip hop y un poco de cumbia para darle una impronta latina y vender su estilo al exterior.
La fiesta es en una peluquería y está auspiciada por una marca de mojitos. Por una bebida sabor a mojito. Al entrar te dan la botella, después una fotógrafa espera el momento justo para sacarte una foto disfrutando el “trago”. La peluquería tiene luces de tubo intervenidas con aerosoles. Las paredes no están pintadas, más bien son un gran collage con fotos de clientes famosos del lugar. Algunas personas llegan para cortarse el pelo o teñirse de flúor. Mi amiga está en una cabina improvisada, más morocha que nunca por una película de época que está filmando. Se alegra de verme. La liberé de un flaco que la estaba acosando. Me muestra su look, presumiendo que el vestido y las botas son un regalo de un fan, uno con buen gusto y posibilidades de pasar de fan a otra cosa. Está muy linda. También algo fastidiada, no es el evento que esperaba, hay muy poca gente y menos gente cool. Pero bueno, le pagan en dólares, me dice eso todo el tiempo, una hora más y más verdes. Le hacen notas para dos revistas y treinta páginas de internet. Yo, como siempre, sonriendo al costado, intentando no pensar en mi vida por un rato.
La fotógrafa de la fiesta la conocía y nos empieza a contar sus proyectos personales, como el documental El Soundtrack de tu Vida en el que quiere entrevistar a músicos famosos y artistas para que cuenten cuál es la canción más importante para ellos. Luego pondría un poco de la canción armando el soundtrack de la humanidad. Me tiento al imaginar cómo la rechazan los músicos importantes cuando los llama. Pobre, lo dice tan entusiasmada, no se da cuenta de que la cosa no es tan fácil. Igual le decimos que la idea nos parece genial, que re queremos ver el documental. Le pide a mi amiga que vaya pensando la canción de su vida. No podés faltar en mi documental, tenés que estar, le dice.
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