Pero Juan va aún más lejos. Otra vez utiliza una de sus frases recurrentes: «sabemos que». Juan insiste en que podemos y debemos saber algunas cosas muy importantes en nuestra vida cristiana. Y posiblemente lo más importante que podemos saber es que tenemos vida eterna. Podemos estar seguros de ello. De hecho, Juan nos dice que esa es la razón principal por la que escribió su Evangelio (Jn 20.30-31), y también la razón por la que escribió su carta (1Jn 5.13).
Juan quiere que sus lectores sepan con certeza que tienen vida eterna. Pero ¿cómo puede uno saber que tiene la vida que Dios da? Cuando ve la evidencia: la evidencia del amor que Dios produce en su vida. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte» (1Jn 3.14).
El amor cristiano es una cuestión de vida o muerte. Es así de serio. Es lo que prueba si uno ha pasado de lo uno a lo otro.
Ahora bien, ese versículo (1Jn 3.14) es muy similar a algo que Jesús dijo: «Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5.24). Así es que, cuando respondemos a Jesús y depositamos nuestra fe en Dios por medio de él, recibimos vida eterna (así dice Jesús). Pero, cuando nos amamos unos a otros, es que sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque vemos la evidencia (así dice Juan). Tener fe en Dios por medio de Jesús y amarnos unos a otros como cristianos van de la mano. Nuestra vida eterna se recibe por la fe y se demuestra por el amor.
¿Cómo sabemos si un árbol está vivo? Buscamos los brotes, las hojas y luego el fruto. El fruto es la evidencia de que el árbol tiene vida en su interior. Donde hay fruto, hay vida. Pero si no hay fruto, el árbol quizá esté muerto.
¿Cómo sabemos si un creyente o una iglesia están vivos? Buscamos el amor. Donde hay amor hay vida. Cuando los cristianos verdaderamente ponen en práctica el amor, eso es evidencia y confirmación de que la vida de Dios está presente entre ellos y en ellos. Pero cuando no ponemos en práctica el amor, cuando peleamos y discutimos, nos dividimos y nos denunciamos mutuamente… ¿eso qué dice de nosotros? Si no hay amor, dice Juan, no hemos vuelto a la vida en absoluto; más bien «permanecemos en la muerte».
El amor es cuestión de vida o muerte.
Para reforzar lo importante que es esto, Juan nos da dos ejemplos: uno a cada lado de su punto central en el versículo 3.14.
• El ejemplo negativo: Caín (vv. 12, 15). Caín estaba lleno de odio, y su odio lo llevó a la muerte. Así es como sucede. El versículo 15 ofrece una advertencia muy severa: odiar a un hermano cristiano es como cometer un asesinato (de nuevo, Juan repite las palabras de Jesús en Mt 5.21-22). Si las personas afirman ser cristianas, pero sus vidas, actitudes y palabras están llenas de odio hacia los demás, entonces Juan nos advierte que quizás ni siquiera tengan vida eterna, no importa lo que digan.
• El ejemplo positivo: Cristo (v. 16). Cristo estaba lleno de amor, y su amor lo llevó a entregar su vida (no a quitar la vida, como Caín). Así que la esencia del amor es autosacrificarse por los demás. Así es como el propio Jesús explicó su inminente muerte como el buen pastor (Jn 10.11, 15). Así lo dice Pablo: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5.8).
En resumen, Juan dice: no seamos como Caín (ni siquiera se lo imaginen). Seamos como Cristo (no solo en nuestros pensamientos, sino también en la vida practica, v. 18).
Y luego, por si se nos ocurre imaginar que el principio del autosacrificio, de entregar la vida por otros (v. 16), solo es para aquellos momentos muy raros y extremos, cuando quizás realmente pudiéramos tener que morir por otra persona, Juan inmediatamente, en el versículo 17, ilustra lo que quiere decir. Se refiere a oportunidades sencillas, comunes y cotidianas donde verdaderamente se demuestre la generosidad, el afecto y la bondad: «Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?». Se trata de una pregunta retórica potente, a la espera de la respuesta: «No es posible, no importa lo que diga la persona». No podemos afirmar que amamos a Dios, o que el amor de Dios está en nosotros, si no ayudamos a los necesitados cuando tenemos la capacidad de hacerlo. Bueno, podemos afirmar que amamos a Dios, pero se trata sencillamente de una mentira, como más adelante dice Juan con una lógica devastadora: «Si alguien afirma: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto» (4.20).
2. El amor mutuo es evidencia de la fe
Lo que expresa Juan sobre el amor (que necesita demostrarse con hechos concretos) es muy similar a lo que dice Santiago acerca de la fe en este conocido pasaje:
Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: «Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse», pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta (Stg 2.14-17).
Es obvio que Juan hubiera estado de acuerdo, y Pablo también. Pero Juan conecta la fe con el amor de una manera que los hace tan inseparables como la fe y las buenas obras. De hecho, los reúne bajo un solo mandamiento: «Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto» (1Jn 3.23).
Observen que Juan dice: «Y este es su mandamiento» (en singular). ¡Pero luego prosigue y afirma dos cosas! Hemos recibido el mandamiento de no solo creer en el nombre del Hijo de Dios, Jesucristo, sino también de amarnos los unos a los otros, y ambas partes forman un solo mandamiento. Si hacemos lo primero (creer), haremos lo segundo (amar). Si no estamos haciendo lo segundo (amarnos los unos a los otros), no estamos haciendo lo primero (creer en Jesús). No intentemos dividirlos, porque ambos son el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos los unos a los otros. Van juntos.
Así que el amor mutuo no es solamente evidencia de la vida de Dios dentro nuestro, también es evidencia de la fe por la cual hemos llegado a recibir esa vida en primer lugar. Santiago dijo que la fe sin obras está muerta. Juan expresaría su acuerdo, diciendo que la fe sin amor (amor que se demuestra en las buenas obras) también está muerta, es decir, que no es más que una afirmación sin valor. De hecho, ya que «este es su mandamiento», de allí se deduce que, si no estamos demostrando amor práctico los unos por los otros, estamos sencillamente desobedeciendo los mandamientos de Jesús en los que decimos que creemos. ¿Entonces qué clase de discípulos somos?
3. El amor mutuo es evidencia de Dios
Uno de los versículos más famosos de la Biblia, después de Juan 3.16, es «Dios es amor». Así como con todos los versículos de la Biblia, es importante leerlo en su contexto. Aquí esta, marcado en cursiva, en un pasaje maravillosamente rico sobre el amor de Dios.
Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente (1Jn 4:7-12).
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