Alejandro León Galindo - Arkoriam Eterna

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Los elfos impuros han encontrado una piedra demonio, o al menos eso es lo que creen. Krina, una sacerdotisa de su estirpe, es la única persona que comprende lo que realmente es y conoce el peligro de los poderes contenidos en esa piedra. Decidida a protegerse y proteger a su especie huye, perseguida por su pueblo que se siente profundamente traicionado.
Scar, por su parte, es un mercenario humano recién llegado a la villa de Solaria. Una villa olvidada por los Sellos que, pese a todo, tiene reservado un trabajo para él. Tendrá que ir en busca de un objeto particular. Su travesía hacia las mazmorras de Solaría lo llevará a encontrarse frente a frente con su pasado.
Los elfos lucharán por recuperar el poder de la piedra; Krina tendrá que confiar en Scar y los mercenarios para librar la gran batalla de Villa de Solaria por su supervivencia

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No obstante, logró escapar (de nuevo).

***

Eran ya las últimas horas de la tarde, cuando los pocos rayos de sol que traspasan las grisáceas nubes de Solaria empezaron a desaparecer. En ese momento, el mercenario bajaba a la villa para comer y beber algo antes de hacer la primera guardia nocturna. El hombre, alto, de cabello negro y ojos oscuros, cruzaba en silencio por entre las pequeñas huertas sin prestar mucha atención a lo que en ellas ocurría. Lo contrario acontecía desde estas, ya que las personas detenían brevemente sus labores para verlo pasar: los niños se escondían detrás de sus padres y algunos más osados corrían hasta una distancia relativamente cercana para verle con detalle. Si era consciente de lo que pasaba, no lo demostraba, ya que solo mantenía la vista fija en el camino que tenía al frente, donde su mirada seria y fuerte ocultaba la vorágine de pensamientos que su pasmosa actividad no lograba distraer. Sabía dentro de sí que debía ocupar su mente con algo o pronto enloquecería de desesperación.

Estas personas que lo miraban se habían acostumbrado a su presencia e incluso agradecían en silencio el trabajo que realizaba en el lugar, ya que esto les permitía dedicarse con más empeño a sus pequeños terruños y dormir más tranquilos al saber que sus hijos se encontraban protegidos. Sin embargo, se sentían intimidados e incómodos con su figura.

El guerrero escasamente cruzaba palabras con el tabernero, el herrero y una que otra persona… solo para lo estrictamente necesario.

Muchos se cuestionaban las verdaderas razones para que un hombre como él aceptara el trabajo de guardia del pueblo por tan pocas monedas, e incluso algunos pensaban que algo se traía entre manos; tal vez estaba explorando la villa en busca de esclavos para algún señor o a lo mejor pensaba tomar como suyo el pequeño pueblo, desafiando el poder de Grash. De cualquier forma, y aun cuando las opiniones de los habitantes de Villa de Solaria se encontraban divididas, nadie se atrevía a expresar sus inconformidades y solo dejaban, como siempre, que la vida transcurriera como tuviera que ser. El temor hacía parte de su herencia.

***

—¡No pueden perderle el rastro! —dijo Nerisstine en un tono lleno de ira y frustración—. ¡No estando tan cerca de atraparla! ¡Cómo es posible que los engañara a todos! ¡Inútiles! —Sus ojos rojos miraban peligrosamente a todos los varones que junto a ella se encontraban, los cuales sabían muy bien que responderle en este momento supondría, si no la muerte, por lo menos un largo tiempo de torturas y vejámenes al volver a casa; por lo tanto, solo agachaban la mirada y dejaban que la enfurecida mujer descargara su rabia en insultos y resoplidos.

Tras largas semanas de búsqueda tanto por medios físicos como mágicos, lograron dar con el paradero de Krina. Se había establecido en un lúgubre lugar ubicado en el fondo de un grisáceo valle oculto por una densa niebla. Para sus perseguidores era obvio que intentaría esconderse en algún lugar de la superficie (la cual representaba una gran vastedad de lugares dónde buscarla), así que reunieron un grupo de soldados que tuviesen conocimiento y experiencia de campo en este tipo de terrenos. Delimitaron las áreas de búsqueda a aquellas que se encontraran más cercanas a las posibles salidas de su ciudad natal (que eran una gran cantidad) y empezaron a registrar la zona. Todo era infructuoso. Demasiado terreno por cubrir con tan poco personal y demasiados peligros que evitar si querían pasar desapercibidos entre tantas razas que buscarían darles muerte.

Los métodos mágicos no arrojaban mejores resultados. Todo intento por escudriñarla resultaba en fracaso gracias a los poderosos objetos mágicos que Krina había reunido durante los largos meses de planeación. Pero Nerisstine, aunque sabía que el tiempo jugaba en su contra no desesperaba pues conocía muy bien a la mujer en fuga (o por lo menos eso creía) y sabía que más temprano que tarde la jactancia de Krina la llevaría a cometer un error, y entonces pagaría por los crímenes cometidos contra su gente. Ese momento era ahora. Ese momento era ahora y sus montaraces habían perdido el rastro.

***

Tras semanas de planeación para tomar la casa de Krina, que estaba protegida por criaturas repugnantes y peligrosas que merodeaban en los alrededores, decidieron dar el golpe. Como tinieblas de la noche se dirigieron hacia el lugar protegidos por la densa niebla, eliminaron rápido y en silencio a las bestias más cercanas pero, aunque lograron avanzar hasta la entrada de la solitaria casa, fue inevitable que las silenciosas alarmas que la mujer había preparado se activaran.

Previendo cualquier emergencia, Krina había preparado una ruta de escape a través de una pared falsa que la llevaría hasta un caballo que tenía dispuesto en un minúsculo establo a pocos metros de la casa. Y habría logrado llegar hasta allí sin mayores problemas de no ser porque en el último momento uno de los soldados logró divisarla y alertar a los demás. Todos los que pudieron, entonces, se apresuraron a salir de la casa. Todos los que pudieron, ya que algunos se encontraban enzarzados en batalla con las criaturas que la protegían. En medio del desespero, la mujer dejó caer un pequeño cofre y los ojos de los que allí se encontraban se abrieron de par en par puesto que sabían que dentro del mismo se encontraba lo que habían venido a buscar, la razón por la cual Krina había huido, la razón de todo este desastre.

La mujer, al darse cuenta, maldijo su suerte y con torpe habilidad (puesto que en su tierra no existen caballos y poco tiempo le dedicó a aprender a manejarlos con destreza) logró dar vuelta a su jamelgo para encaminarse de regreso, a por el cofre. Pero así también había corrido el soldado y, al encontrarse este más cerca, no perdió segundo alguno en hacerse con pequeño baúl. Krina, al ver que no llegaría a tiempo decidió, ejecutar un conjuro en contra de aquel varón. Trató de centrar sus pensamientos en las palabras correctas que desatarían un ataque paralizante sobre su enemigo, mas le fue imposible mantener la concentración en el hechizo al mismo tiempo que, con dificultad, mantenía en la dirección correcta a su montura. Es así como el soldado logró llegar primero hasta el cofre y reclamarlo para sí.

Sin embargo, la suerte estaría del lado de la mujer. El guerrero, vanagloriándose de su agilidad y buen ojo, no midió la distancia que existía entre él y la mujer en carga: si este hubiese tratado de escudriñar con más detalle entre la neblina, hubiese visto que ella no había disminuido la velocidad en ningún momento, y lo arroyó y mató en el acto. Krina entonces, sin perder tiempo, tomó el cofre y reemprendió la huida cuando ya empezaban a aparecer los compañeros del ahora cadáver cargando sus ballestas.

En un punto del camino, cuando había llegado a una zona boscosa, descendió del caballo y, palmeándolo fuertemente, lo envió en una dirección como señuelo para sus perseguidores mientras ella, lanzando un conjuro de levitación, tomaba el camino contrario sin dejar huella alguna.

Una vez más había logrado escapar, una vez más había logrado engañarlos, pero a un riesgo muy alto. Ya no podría volver por sí sola a la casa que había ocupado; las criaturas del lugar ya no le reconocerían como ama y había gastado la mayor parte de sus objetos mágicos, así que no podría hacerles frente. Sabía que Nerisstine no tardaría en descubrir su treta, tenía que volver y sacar la piedra del lugar. Si no ella, alguien que lo hiciera en su nombre.

***

El mercenario, tras su largo día, había llegado a la taberna. Abrió la puerta y Wilice, el tabernero, un hombretón de espeso y castaño bigote, lo recibió de buen agrado alistando la jarra en la que le sirvió el aguamiel mientras esperaba la comida. Con aire ausente, bebió su pinta y no se dio cuenta de que el volumen de los comentarios en la taberna había bajado de nivel. Si hubiese estado un poco más alerta habría entendido que esto solo ocurría cuando alguien ajeno al lugar entraba en el sitio. De no haber estado tan absorto en sus pensamientos, hubiese visto la menuda y delgada silueta que había llegado hasta su lado, sentándose junto a él.

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