En el lamarckismo, la unidad evolutiva es el individuo; en el darwinismo lo es el grupo, o la especie. En el primero, la especie evoluciona gracias a los individuos; en el segundo, la especie va transformando su composición genética y, con esta, las características individuales de sus miembros. En el primero, el papel del medio es generar las diferencias; en el segundo, efectuar la selección, pues las diferencias son productos espontáneos del azar. En el darwinismo, el sexo es fundamental para generar variabilidad; en el lamarckismo sobra, pues esta la genera el ambiente. La evolución darwiniana es un proceso vertical: se genera al pasar de padres a hijos. El lamarckismo es horizontal y vertical: todos los individuos de una generación, sometidos a las mismas exigencias, evolucionan al unísono; luego transmiten las conquistas a sus hijos.
La evolución hecha realidad
El denominado melanismo industrial, además de aportar una prueba clarísima a favor del modelo evolutivo propuesto, lo ilustra muy bien y de forma elemental. La mariposa del abedul, muy común en las grandes ciudades de Gran Bretaña, era originalmente de color gris claro, lo que le permitía pasar inadvertida cuando posaba sobre los troncos de los árboles, que también eran de color claro en aquella limpia época preindustrial (véase figura 2.2). En 1849 se descubrieron por primera vez algunos ejemplares aislados de la misma especie, aunque de color oscuro, característica atribuida a la mutación de un solo gen. Estos primeros ejemplares oscuros, bautizados con el nombre de carbonaria, fueron en su momento cotizadísimos entre los coleccionistas de mariposas.
Figura 2.2 Mariposa del abedul
En la imagen se puede apreciar el aspecto que presentan la forma melánica u oscura y la normal o clara de la mariposa del abedul.
Fuente: Sherman y Sherman (1989).
Al iniciarse la industrialización y a causa del hollín y de la contaminación ambiental, los líquenes, responsables directos de la coloración gris clara de los troncos, se fueron extinguiendo poco a poco. Las cortezas de los árboles comenzaron a adquirir al mismo tiempo un tono cada vez más oscuro, de tal suerte que las mariposas de color claro, antes invisibles, empezaron a destacarse sobre el fondo y a incrementar de tal manera su vulnerabilidad frente a los predadores habituales, los pájaros insectívoros (de suerte negra, puede hablarse). A medida que esto ocurría, la variedad oscura resultaba cada vez más favorecida por la polución, hasta que su eficacia reproductiva igualó y superó la correspondiente a la variedad clara y, de manera lenta y progresiva, comenzó a sustituirla.
En 1895, el 95 % de la población de mariposas pertenecía a la variedad de color oscuro, y en tres años más llegaba al 99 %. Los ejemplares de color claro empezaron a ser perseguidos con avidez por los coleccionistas de fin de siglo. La oferta exagerada desvalorizó las carbonarias. Después de siglo y medio de industrialización, la variedad clara fue casi completamente remplazada por la oscura; sin embargo, hoy, después de la intensa campaña para eliminar la polución, las cortezas de los árboles de las grandes ciudades industriales inglesas están retornando a su color original, y con ellas también las mariposas, pues la mutación que determina el color conmuta espontáneamente entre claro y oscuro.
Cómo se hace máxima la eficacia biológica
¿Cómo podría obtenerse una alta eficacia reproductiva, si, como parece, hay cierta contradicción entre las capacidades de supervivencia y reproducción, por un lado, y el altruismo, por el otro? La respuesta es que para cada nicho particular existe al menos una mezcla apropiada de los tres componentes, combinación que produce la máxima eficacia reproductiva. Y, por lo común, las especies son conducidas de modo automático por el proceso evolutivo hacia ese punto óptimo. En los animales de vida solitaria priman los dos componentes egoístas; el tercero, prácticamente no cuenta, excepción hecha de las hembras que, como regla casi general, tienen que cuidar sus crías. En cambio, para las especies con organización social más compleja, el tercer componente se convierte en un factor importantísimo de eficacia biológica, pues lo perdido por el altruismo se ve recompensado por la seguridad y otras ventajas conferidas por la vida en grupo.
El altruismo familiar es común en el mundo animal. En una manada de papiones, los machos se encargan de enfrentar al leopardo y proteger el grupo familiar, sin importarles demasiado su propia vida. Las abejas y termitas han llegado al extremo máximo del altruismo: las obreras trabajan para el bien común y, en ellas, el segundo componente o capacidad reproductiva es nulo. El material genético pasa a las generaciones siguientes por conducto de una de sus hermanas que será la próxima reina. Recordemos que las abejas de una misma colmena, fruto de una rareza reproductiva, son más que hermanas, superhermanas, dado que comparten en promedio tres cuartas partes de sus cromosomas.
En numerosas especies vivas, al tiempo que se magnifica el componente reproductivo, se reduce de manera simultánea el altruismo familiar, lo que conduce a una justa compensación biológica. Un salmón hembra puede llegar a producir en una sola desovada cerca de veintiocho millones de huevos, y las ostras alcanzan sin esfuerzo los cien millones, que se convertirán en una multitud de huérfanos, pues los padres, una vez realizado el acto reproductivo, abandonan por completo su millonaria descendencia. La fuerza bruta del número será la encargada de salvar unos pocos y hacer que lleguen a la edad reproductiva. Aquí opera la implacable ley protectora de la especie: muchos son los llamados, poco los escogidos. Muchísimos descendientes, pero pocos herederos, aunque suficientes. Esta estrategia reproductiva es común en especies cuyos individuos son de pequeño tamaño: invertebrados, vertebrados inferiores y todo el reino de los hongos. No se presenta nunca en las especies superiores.
Las plantas, dado su carácter estacionario, es poco lo que pueden hacer directamente por sus descendientes, así que se amparan en una variación a la ley anterior de los grandes números: producir semillas en cantidades elevadas y que sea el puro número el elemento salvador. Las plantas modernas, sin embargo, han evolucionado un poco en el sentido nepótico y hacen algo por la suerte futura de sus semillas: revestirlas de pulpa nutriente. El gasto energético extra hace que el número disminuya sensiblemente, pero se aumenta en proporción similar la probabilidad de convertirse en una nueva planta. La naturaleza juega oportunamente las dos estrategias extremas: pocos y bien vigilados; muchos y descuidados. Y son numerosas las ocasiones en que le apuesta a una estrategia intermedia.
El pavo real macho proporciona un ejemplo muy trillado de eficacia biológica obtenida por maximización del segundo componente o capacidad reproductiva. El plumaje esplendoroso lo hace de alguna manera más atractivo y les proporciona fácil acceso a las hembras. Con ello aumenta su capacidad reproductiva, pero, al mismo tiempo, disminuye de manera apreciable sus posibilidades de supervivencia, pues el mismo plumaje lucido y aparatoso lo hace, por un lado, más conspicuo, por el otro, más vulnerable frente a los predadores. Si la especie de los pavos reales ha sido desarrollada en un medio de baja depredación —como pudo ser el caso—, lo que ganó el animal en eficacia reproductiva debido al incremento en atractivos, fue superior a lo que perdió por la mayor vulnerabilidad. Si ahora colocásemos los pavos reales en un medio de alta depredación, probablemente lograríamos en el curso de unas cuantas generaciones que los individuos más adornados fuesen desapareciendo para beneficio de los menos, con el resultado final de una especie nueva de machos modestos e incoloros. Cabe una observación en este punto: podría ser que la cola del pavo real no lo hiciese tan vulnerable como parece a primera vista, pues comentan algunos conocedores que el animal, cuando se ve atacado por un perro, abre su cola y exhibe los adornos que simulan grandes ojos, lo que desanima al depredador; en otras palabras, que la lujosa cola, además de hacerlo atractivo para las hembras, lo hace temible para los predadores. Doble ganancia.
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