Personalmente, la mayor evidencia de un Dios amoroso y creador que conozco son las increíbles transformaciones que he presenciado, y que es obvio que no han ocurrido por evolución. Son los amigos y familiares que han pasado, de forma lenta pero segura, de ser personas cínicas y egocéntricas a seres leales a Dios, con una esperanza. Solo el poder del Espíritu Santo puede convertir la amargura y la tristeza en afecto y unión.
Antes del diluvio, la gente podía ver evidencias asombrosas del Dios Creador, incluyendo a un ángel que vigilaba las puertas del Edén; pero, aun así, decidió ignorarlo. Las creencias y las convicciones no son meros asuntos externos. Deben provenir del corazón.
7 de enero - Misión
“Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores” (Sal. 127:1).
Cuando cumplí trece años, me pasé el día pintando la que sería mi habitación en nuestra nueva casa. Pero mis padres me dijeron que el color les parecía horrible. ¡Demasiado verde! Querían algo azul. Todo un día esforzándome en pintar (hasta me causó dolores musculares) para nada. Así que dejé que mis padres pintaran de nuevo, a su gusto. ¿De qué sirve hacer algo que nadie aprecia? Juré que jamás volvería a esforzarme en un trabajo físico.
El día que cumplí catorce, tuve edad suficiente para comenzar a trabajar de forma remunerada en mi escuela, pero preferí quedarme en casa celebrando mi cumpleaños. Quería posponer eso del trabajo físico el mayor tiempo posible, y mi cumpleaños era una buena excusa. Pero al día siguiente, me tocó presentarme como parte del equipo de jardinería de la academia. Tenía que cortar el pasto y desmalezar arbustos. El jefe conducía cómodamente un tractor con techo mientras nosotros empujábamos segadoras bajo un sol abrasador. El hombre se paraba a dar indicaciones mientras nosotros llevábamos troncos de un lugar a otro. Aprendí mucho sobre el trabajo duro (específicamente, cómo evitarlo) y le tomé más fobia al trabajo físico.
Gracias a lo que podríamos catalogar como una intervención divina, después de solo dos semanas me transfirieron al feliz mundo del trabajo de oficina. Cuando cumplí quince años no le tenía miedo al trabajo. Claro, me refiero a fotocopiar, escribir, enviar faxes, ¡dénmelo a mí! Pero Dios aún no había terminado conmigo. Un día, puso en mi corazón viajar a la República Dominicana con misioneros de Maranatha. Yo aún tenía recuerdos poco gratos del trabajo duro al aire libre, pero Dios seguía llamándome a realizar aquel viaje misionero.
Me preguntaba cómo podía Dios pensar que yo era el adecuado si él había visto mi desempeño trabajando ocho horas diarias bajo el sol... Pero Dios es persuasivo, así que recaudé fondos y me sacrifiqué para pasar dos semanas trabajando en construcción en Dominicana. “¿Será diferente esta vez?”, me pregunté.
Al comienzo del viaje estaba un poco reacio a probar cosas nuevas, pero pronto me ambienté. Durante mi cumpleaños número dieciséis, en Santo Domingo, recogí tierra con una pala, me agaché una y otra vez para recoger rocas, empujé decenas de veces una carretilla llena de bloques de hormigón, vertí cemento en agujeros... Y fue divertido. ¿Por qué fue distinto esta vez? Porque en vez de hacer algo pensando en mí mismo, estaba haciendo algo por los demás.
8 de enero - Innovación
“Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen” (Gén. 1:27).
A todo el mundo le gusta tener una maestra sustituta. Bueno, a todo el mundo no. Yo logré mantener la cordura durante la ausencia por maternidad de mi maestra de tercer grado única y exclusivamente gracias a las predicaciones de la oradora invitada para la Semana de Oración, la reconocida autora Sally Streib. Y cuando la maestra Zane, sustituta, nos impartió la clase de arte de octavo grado, bueno, lo menos que la consideré en ese momento fue “amiga”.
La maestra Zane nos pidió que dibujáramos a nuestros compañeros, y a mí me pareció que mi amiga Christine era una excelente fuente de inspiración. Tenía una larga cabellera rubia, un rostro ovalado, gafas redondas y una nariz prominente. Picasso no podría haber estado más emocionado que yo con mi musa.
Christine se sentó a mi lado y empezó a posar mientras yo comenzaba a dibujarla. Exageré sus rasgos, convirtiendo su rostro en un revoltijo de curvas y ángulos, que era exactamente lo que yo estaba buscando. Seguí el famoso estilo de arte conocido como caricatura. Cuando terminé, a Christine le encantó, y solo faltó haber tenido una cámara a mano para capturar su sonrisa. La señora Zane, por el contrario, se mostró horrorizada.
–¡Qué dibujo tan horrible! –exclamó–. ¿Por qué hiciste una imagen tan fea de una chica tan linda?
–Es una caricatura –traté de explicarle–. Como las que hacen los que dibujan a los políticos o a ciertos personajes famosos. Exagera los rasgos físicos de la persona para lograr un efecto gracioso. Es como dibujar a Abraham Lincoln como un hombre exageradamente alto y delgado con un gran sombrero negro.
La maestra Zane refunfuñó, poco convencida. Si alguna vez me habría sentido orgulloso de haber obtenido la calificación más alta, habría sido ese día.
Aunque la señora Zane solo vio fealdad en mi caricatura, la fea verdad es que la vida está llena de caricaturas. Y las peores caricaturas son las palabras: palabras degradantes, humillantes y deshumanizantes. En el mundo de los negocios, los hombres veían a las mujeres en las oficinas como simples “faldas”. Los fanáticos de hoy lanzan improperios que se burlan de las personas por sus rasgos o sus acciones. El chino, el negro, el ilegal, el mocho… Cuando etiquetamos a las personas con motes burlones que las humillan, todos perdemos. Perdemos su valioso aporte. Y perdemos un poco de nuestra propia humanidad al negar la de ellos.
9 de enero - Adventismo
Los Estados Unidos despiertan
“¡Yo estoy por encima de las naciones!” (Sal. 46:10).
¿Cómo entretener a un país nuevo y en constante crecimiento? ¿Me creerías si te digo que con religión? No, no es falta de respeto, es lo que sucedió en los Estados Unidos poco antes del nacimiento de la Iglesia Adventista.
Verás, antes de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, los habitantes de esa nación adoptaron una actitud de “lo tomas o lo dejas” hacia el cristianismo. La gente había emigrado desde Europa, donde los gobiernos llevaban siglos discutiendo qué versión del cristianismo imponer a la gente, y la mayoría estaba feliz de haberse sacudido a la Iglesia Católica de encima. La mayoría de los fundadores de los Estados Unidos eran “deístas”, pensaban que Dios lo creó todo en el principio, pero que tenía mejores cosas que hacer que mantener este planeta.
El absurdo extremismo antirreligioso de la Revolución Francesa de 1789 aplacó un poco el deísmo, y la neutralidad religiosa oficial de los Estados Unidos inspiró a sus ciudadanos a darle un nuevo giro a la religión. Luego, el Segundo Gran Despertar hizo que los estadounidenses buscaran nuevamente la espiritualidad, así que muchos curiosos se mostraron dispuestos a probar algo nuevo.
Esa nueva nación independiente inspiró decenas de nuevas denominaciones, ya que muchos comenzaron a fundar iglesias. Las iglesias metodistas y bautistas se multiplicaron debido a que la gente acudía en masa a algo novedoso y divertido llamado “campestres”. Los campestres eran reuniones de reavivamiento que se celebraban al aire libre, en grandes espacios abiertos y con cantos, gritos y alboroto. Los predicadores les recordaban a sus oyentes cuán miserables pecadores eran, pero les aseguraban que Jesús les ofrecía una nueva vida. Y para demostrar que su religión era más que blablablá, comenzaron a trabajar para acabar con la esclavitud y con otros males que los deístas habían permitido. Incluso la creciente población de esclavos de los Estados Unidos adoptó el cristianismo al descubrir que aquello que sus amos hipócritas seguían podía liberar sus mentes y sus cuerpos de tanto sufrimiento.
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