1 ...7 8 9 11 12 13 ...28 19 de enero - Espiritualidad
“La prueba de su fe produce constancia” (Sant. 1:3, NVI).
En el último cuatrimestre de la universidad, todo aparentaba marchar de maravilla. El cuatrimestre anterior lo había pasado prácticamente enclaustrado tratando de ponerme al día, pero ahora las mejores fechas del año estaban por llegar. Hasta que descubrí una pequeña preocupación en mis notas: necesitaba otro crédito en Educación Física.
Por mucho que me gustaban los uniformes, unirme al equipo de béisbol no estaba en mis planes a corto plazo, a menos que quisiera permanecer en la banca, que no era el caso. ¿Y baloncesto? Cuanto menos se diga, mejor. ¿Atletismo? Con mis pulmones dañados por el asma, apenas logro cruzar el campus de la universidad cuando ando de prisa. Quedaba, sin embargo, algo que nunca había probado antes: levantamiento de pesas.
La universidad a la que asistía anteriormente cobraba una tarifa por usar su gimnasio, y yo era demasiado pobre como para pagarla. Pero ahora asistía a una universidad en la que el gimnasio era gratis y estaba abierto a todos los alumnos, así que de repente lo que en algún momento me había parecido una buena idea se convirtió en un asunto de urgencia, al menos si quería graduarme. El hecho de que caminaba de tres a ocho kilómetros cada día desde mi apartamento hasta el campus me tenía algo en forma, así que pensé que podría aprovechar la oportunidad de pasar al siguiente nivel.
La profesora me mostró la sala de pesas y me explicó lo que debía hacer para cumplir con los requerimientos del crédito. Me comprometí a hacer ejercicio tres veces a la semana durante el cuatrimestre, levantar pesas para aumentar mi masa muscular y ejercitar varios músculos de los brazos, las piernas y los abdominales.
El primer día comencé lenta pero suavemente. De regreso a casa me golpeó la realidad: sentía dolor en todas partes, desde las pantorrillas hasta las clavículas. Simplemente me dolía el cuerpo como nunca. Sin embargo, de alguna manera el dolor era positivo. Me imaginé que no duraría. Y efectivamente, la próxima vez que hice ejercicio no me sentí tan dolorido después. Pronto, ya no me dolía nada.
Cuando trabajamos para fortalecer los músculos, traumatizamos las fibras musculares. Cuando el cuerpo repara el daño, hace que los músculos sean más grandes y fuertes que antes. Me parece que la fe funciona de la misma manera. Ejercitar nuestra fe, arriesgarlo todo para confiar y seguir a Dios, a veces puede ser doloroso. Pero la fe es como un músculo que debe rasgarse antes de que pueda desarrollarse.
20 de enero - Vida
Una oveja solitaria entre lobos
“Yo dejaré en Israel siete mil personas que no se han arrodillado ante Baal ni lo han besado” (1 Rey. 19:18).
Cuando Misión imposible debutó como serie de televisión en 1966, presentaba a un grupo de élite de agentes que trabajaban juntos semana tras semana para rescatar rehenes, frustrar conspiraciones maléficas, descifrar códigos y evitar que secretos de estado cayeran en manos enemigas. Cada semana se las arreglaban para lograrlo gracias a dispositivos de alta tecnología, disfraces audaces, nervios de acero y un dedicado trabajo en equipo.
Cuando Misión imposible se relanzó en 1996 como película, el concepto cambió por completo: ya no se podía confiar en el equipo. Ahora era un hombre contra el sistema, abriéndose camino por sí solo. Pero ¿quién necesita amigos cuando uno puede colgarse de un helicóptero mientras, debajo de ti, una serie de explosiones sacuden un túnel ferroviario?
A primera vista, la Biblia parece estar llena de ovejas solitarias entre lobos. Después de matar y enterrar a un capataz egipcio, Moisés huyó solo al desierto. Elías se escondió teniendo como única compañía a los cuervos. Pero luego todo cambió. Moisés permaneció entre ovejas durante cuarenta años mientras los esclavos israelitas seguían siendo explotados y muriendo. Elías celebró ante la gente una demostración increíble del poder de Dios. Cuando Dios le preguntó qué estaba haciendo en el desierto, se quejó: “Yo todo este tiempo te he defendido tanto, Señor, ¡y ahora Jezabel quiere matarme!” Dios le dice que se levante y actúe, porque hay mucho que hacer y hay siete mil fieles que pueden respaldarlo.
En el jardín del Getsemaní, ante el final de su misión y su muerte inminente, Jesús rogó a sus amigos que se quedaran a su lado. “Estoy muy apesadumbrado –les dijo a Pedro, Santiago y Juan–. Manténgase despiertos conmigo”.
La sociedad de hoy celebra el individualismo, pero no fue así como Dios nos creó. Necesitamos extender nuestras manos y mantenernos unidos. Las investigaciones así lo demuestran. Cuando los científicos de la Universidad Carnegie Mellon expusieron a varias personas a virus activos del resfriado, los que tenían fuertes conexiones sociales presentaron cuatro veces menos probabilidades de enfermarse que los que estaban socialmente aislados. Investigaciones demuestran que, para las personas mayores, unirse a un club o a una asociación puede reducir en un 50 % su riesgo de morir en el siguiente año.
Como ves, el amor y la comunión no son solo un lujo que pueden darse los que tienen mucho tiempo libre. Es una cuestión de vida o muerte.
21 de enero - Misión
“El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron’ ” (Mat. 25:40).
Residuos de sangre y huesos flotan en el ambiente mientras sostengo una linterna en una pequeña escuela de un lejano país. El sudor se me acumula en los guantes, a pesar de habérmelos cambiado unas cincuenta veces en el día. Mientras tanto, Sean, el dentista al que ayudo, está en proceso de salvar un par de dientes de una niña de doce años.
Un equipo de ocho dentistas y asistentes dentales misioneros se instalaron en la capilla de una pequeña escuela, que se convirtió en una clínica dental. Se sacaron las bancas y se colocaron sillas dentales, aunque llamarlas sillas dentales es un chiste. Eran, de hecho, cuatro sillas plegables viejas, desvencijadas y raídas, que podían reclinarse. Las equipamos con un par de “esquís” de aluminio soldados rudimentariamente, que aseguraban los pasadores para evitar que las sillas se plegaran sobre el paciente. La desinfección dependía completamente del agua de la llave y de unos pocos frascos de desinfectantes con nombres impronunciables. Sean me explicaba cómo y dónde quería que lo ayudara. Dos días antes, yo había sido un patán en un avión al insistir en que me dieran otra bolsa de pretzels. Ahora era un asistente dental sin medios, muy lejos de casa.
La niña se quedó petrificada cuando comenzaron a taladrarle el diente, mientras yo alumbraba su boca con una linterna del tamaño de un bolígrafo. Tenía dos manchas grises en sus dos dientes frontales. Sean continuó taladrando. En segundos, llegó al núcleo de ambos dientes, que estaban completamente podridos. El interior se veía arenoso y mugriento, con una consistencia parecida a carbón humedecido. Eran sus dientes permanentes, y probablemente llevaba semanas con dolor. Sean raspó toda la caries, dejando un hoyo circular limpio en cada diente. Intenté encontrar el color de relleno adecuado para colocarlo en el aplicador. Torpemente, con mis guantes pegajosos, logré cargar el cartucho de llenado y se lo entregué a Sean, que se mostraba muy paciente conmigo.
Finalmente, terminó. Sean le dijo a la niña que no comiera hasta que se le pasara el efecto de la anestesia. Ella sonrió y saltó del sillón reclinable mutante. El siguiente niño se subió de un salto. Sus dientes estaban peor.
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