Castelli actuó con creatividad y tenacidad por una liberación de España con contenido revolucionario. Con José Bonaparte en el trono de España, la hermana de Fernando VII, Carlota Joaquina, reclamaba la regencia de las colonias. Castelli, con acuerdo de Belgrano y otros criollos, redactó una propuesta a Carlota de asunción una corona nominal en una monarquía constitucional, pero la infanta rechazó el convite porque su aspiración era un régimen absolutista tradicional.
A comienzos de 1809 Castelli da nueva prueba de su plasticidad ante las coyunturas para mantenerse con firme coherencia en una política revolucionaria patriótica y popular. Apoya al virrey Liniers contra la revuelta encabezada por Martín de Álzaga —de relevante actuación en la segunda invasión inglesa y acaudalado comerciante de armas y esclavos— porque el objetivo del sedicioso, más que desplazar al sospechado por su origen francés, como se invocaba, era mantener la supremacía de los españoles sobre los criollos. La victoria de Liniers redundó en un aumento notorio del poder de los nativos patriotas y sus cuerpos armados.
Cuando en julio de 1809 llegó el nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, la propuesta de Castelli fue la más radicalmente independentista: creación de una junta de gobierno sin españoles. Pero primó la opinión de Saavedra de postergar las acciones, llegándose así al 14 mayo de 1810, cuando se supo que la Junta Suprema Central de Sevilla, que había asumido el gobierno de España, había sido disuelta por los franceses. La actividad criolla se tornó febril, con Castelli, Belgrano y Saavedra como sus líderes más notorios. La consigna era que la ausencia de esa Junta obligaba a los pueblos a tomar en sus manos la bandera de la fidelidad al prisionero Fernando VII. El historiador Enrique De Gandía escribió en su Historia Argentina: «Las memorias de los testigos y protagonistas de esos días mencionaron a Castelli en multitud de sitios y actividades: negociando con los hombres del Cabildo, en casa de los Rodríguez Peña participando de la planificación de los pasos a seguir, en los cuarteles arengando a las milicia. El propio Cisneros, al describir los acontecimientos al Consejo de Regencia, llamó a Castelli “el principal interesado en la novedad […] cual era de examinar si debía yo cesar en el gobierno superior y reasumirlo el cabildo”». El 21 de mayo se reunió gente en la plaza reclutada entre el bajo pueblo por tres eficaces agitadores (10)y provocaron la convocatoria al Cabildo Abierto del 22. Allí apareció la división más importante, la de colonialistas contra independentistas. El obispo Lué defendió el derecho de los españoles —hasta el último que quedara, dijo— para gobernar estas tierras y propuso la continuidad de Cisneros, con dependencia de la Real Audiencia de Charcas. Le respondió Castelli con una pieza de singular calidad retórica, tan legal como fogosa, sosteniendo la doctrina de la retroversión de la soberanía de los pueblos: cuando no existe autoridad legítima, la soberanía regresaba al pueblo y éste debe gobernarse a sí mismo. Su elocuencia hizo que desde entonces fuera conocido como “el orador de la revolución”. La votación favoreció la posición criolla por 38 votos a 6. Siguieron agitadas y exitosas maniobras políticas del sector conservador durante los dos días siguientes, que culminaron con un acuerdo sobre el establecimiento de una Junta presidida por Cisneros acompañado por representantes de los estados militar, judicial, clero y comercio. Se consumó una distorsión completa de lo resuelto, con clara derrota para los criollos independentistas firmes, que sólo contarían con Castelli —representando al “estado judicial”— para defender su causa. Se dio por primera vez en nuestra historia, ocurrido el cabildo abierto nítidamente independentista del 22 de mayo, la unión y triunfo de los conservadores nativos en colusión con los colonizadores extranjeros. Los revolucionarios respondieron como tales al arreglo entre conservadores ajenos y propios: con un golpe popular, que en eso consistió el 25 de Mayo. Ocuparon la plaza de Mayo y adyacencias con gente armada, se hizo saber a Cisneros que había cesado y fue designada una Junta con miembros de las distintas extracciones de la política local.
Los tres días transcurridos entre el 22 y el 25 de mayo de 1810 pusieron en el escenario, por primera vez en tiempos de independencia de estas tierras del imperio colonial, una diferencia antagónica, brecha o grieta —como se la quiera llamar— entre una concepción progresista, popular, nacional y democrática independiente de la corona de España y su contraria, una conservadora del orden establecido aunque por momentos aceptaran retoques insustanciales en las formas.
Hemos reseñado sucintamente los perfiles e influencia en ellos de quienes encarnaron de manera más pura la posición patriótica sin ambages: Moreno, Castelli y Belgrano. Sus señales vibraron desde entonces durante toda la historia argentina y perduran hoy con vigencia plena. La de sus contrarios, también.
Pero aunque las circunstancias impusieron la presencia en la Primera Junta, el primer gobierno patrio, de algunos integrantes «moderados», resaltaba un detalle esencial: Moreno, Castelli y Belgrano estaban en él, el primero como Secretario. Castelli y Moreno compartían el ideario de El Contrato Social de Rousseau, y como cabezas de las posturas más radicales en favor de concretar la revolución empezaron a ser tildados de «jacobinos». No dudaban en propiciar las medidas más extremas si eran necesarias para el triunfo de la libertad y la igualdad. Por caso, una de las primeras decisiones de la Junta a instancias de Castelli fue la expulsión de Buenos Aires de Cisneros y los oidores de la Real Audiencia, a los que se embarcó rumbo a España. Además, el 27 y 29 de mayo la Junta y el Cabildo de Buenos Aires dirigieron comunicaciones a las ciudades y villas del virreinato explicando los motivos de la deposición del virrey y pidiendo el reconocimiento de su autoridad provisional y el envío de diputados para formar un gobierno de todas las provincias. El sector revolucionario de la Junta no ignoraba que las provincias, bajo dominio de capas más conservadores, actuarían en su contra aduciendo, por caso, que quedarían como colonias de segundo grado en beneficio de los porteños. Por esa razón, «por si acaso», la comunicación iría acompañada por un ejército que partiría para asegurar la «libertad de los pueblos» en la selección de los diputados. De esta forma aparecía en el horizonte la posibilidad de una guerra civil entre quienes apoyaban a la Junta revolucionaria de Buenos Aires y quienes sostenían el Consejo de Regencia de Cádiz.
Se despacharon de inmediato dos expediciones militares, una al Paraguay al mando de Belgrano y otra hacia el Alto Perú. La expedición al Paraguay tuvo numerosas dificultades de reclutamiento y logísticas que dificultaron su llegada a destino. Con más relevancia aún, llevaba una equivocada evaluación de la realidad paraguaya, engañada por las informaciones de José Espínola, militar paraguayo nativo que por dos veces había sido desplazado del gobierno en su país y el 25 de mayo estaba en Buenos Aires gestionando su reposición ante Cisneros. Según informó a la Junta 200 hombres armados serían suficientes para auxiliar a los paraguayos que anhelaban, en su mayoría, adherir al movimiento porteño. Belgrano dijo, después, que el gobierno creyó lo que decía Espínola porque era «fácil persuadirse de lo que halaga». La realidad era tan otra como que Pedro Alcántara de Somellera —exfuncionario en Paraguay desde 1807 por designación de Liniers y promotor de la anexión al gobierno revolucionario en el Río de la Plata— sostuvo sobre Espínola que «no había un viviente más odiado por los paraguayos», lo que confirma su historia personal de oportunismo personalista y despotismo desplegado en sus tierras. Por encima de todo, se sumaba el elemento esencial, cuanto era que Paraguay llevaba ya una larga historia de sumisión económica al Buenos Aires colonial, que decidía sin consultas el corte de su tránsito fluvial y el comercio de sus frutos del país, lo que en el plano subjetivo había alimentado una prevención, rayana con el odio, hacia los dueños del puerto. «La mayor influencia de los comerciantes porteños sobre las autoridades coloniales en comparación con sus colegas del Alto Plata generó en las distintas áreas que componían dicha región (Paraguay, las provincias del Litoral, sur del Brasil) un profundo sentimiento de suspicacia y recelo hacia la poderosa ciudad-puerto (11). No ayudaba tampoco que el enfrentamiento, en sus formas, era entre “españoles”: los que defendían a la Junta de Cádiz y los que lo hacían con Fernando VII. El resultado fue que, como lo informara Belgrano, se encontró con un país al que no debía anoticiar de las «buenas nuevas» y contribuir a su liberación, sino a conquistarlo. La guerra terminó con la derrota de Tacuarí y el retiro de las tropas rioplatenses. En tanto, los cambios políticos ocurridos en Buenos Aires con el triunfo de saavedristas sumado a conservadores del interior, en su ofensiva desplazaron a Moreno, separaron de sus mandos a French y Berutti por morenistas y lo enjuiciaron a Belgrano por su derrota. En ese juicio, en el que insólitamente no se lo escuchó a él, todas las declaraciones fueron muy favorables al comandante y finalmente el tribunal en agosto de 1811, declaró que Manuel Belgrano « […] se ha conducido en el mando de aquel ejército con un valor, celo y constancia dignos de reconocimiento de la patria; en consecuencia queda repuesto a los grados y honores que obtenía y que se le suspendieron…; y para satisfacción del público y de este benemérito patriota, publíquese este decreto en La Gazeta (12). Una brecha nítida quedó manifestada entre morenistas y conservadores. Éstos, aupados en el perfil de impronta cultural colonial que le dio la incorporación de los diputados del interior a la llamada Junta Grande que sucedió a la Primera, no eludieron atacar de todas formas al sector revolucionario de Mayo, con decisiones ejecutivas y juicios. Otra secundaria pero potente, que se manifestó una y otra vez a lo largo de la historia argentina también quedó a la luz: la frecuente y fundada desconfianza del interior hacia los porteños.
Читать дальше