Claudia llevaba una falda amplia por debajo de las rodillas, botas altas y una camisa con parches en distintos tonos tierra. Yo también llevaba una falda similar, aunque en color negro, y en el último momento había decidido ponerme la camisa azul. Sara, por supuesto, era la que iba más arreglada, con un vestido largo pero ajustado, sin enaguas.
—¿Qué tal van tus estudios? —le pregunté tras un incómodo silencio.
—Bien.
Claudia apretó sus rodillas por encima de la falda.
—¿En qué te quieres especializar? —añadí tras unos momentos más.
—Invernaderos. Ane es mi mentora.
A trompicones y con algún que otro silencio más, conseguimos mantener la conversación hasta llegar al Aguadero. Una vez allí, la presencia de Liam y la cerveza ayudaron a normalizar la situación, y no pasó mucho rato hasta que me dejé arrastrar por Ethan y Noah para bailar.
Estábamos dando saltos y girando con los brazos en alto, riendo como idiotas, cuando sentí que alguien me sujetaba por la cintura con suavidad.
—¡McTavish! —exclamó Noah mientras yo me giraba.
—¡Hola! —lo saludé por encima de la música, dejando que rodeara mi cintura con su brazo—. ¿Qué haces aquí?
—Le dije que íbamos a venir —explicó Noah a gritos—, por si se quería pasar. No sabía que os conocíais.
—No podía permitir que hubiera una taberna que no hubiese visitado —me explicó él al oído.
Y, por supuesto, McTavish no había venido solo. Luther Moore se acercó también a nosotros, vestido con una camisa y una chaqueta informales y con el pelo rubio cuidadosamente despeinado. Lo saludé con la mano y él nos dirigió una inclinación de cabeza.
—Venid, os presentamos a los demás —dijo Noah.
Lo seguimos hasta nuestra mesa y pude ver cómo a Sara le cambiaba la expresión al reconocer quién nos acompañaba.
—Ethan, Liam, Claudia, Sara, y a Aileen ya la conocéis —nos presentó.
—Tengo el placer de conocer también a la señorita Blaise —dijo él cogiendo su mano para besarla—. Y algunos creo que ya conocéis a Luther Moore.
Nos sentamos todos de nuevo y Luther lo hizo junto a Liam mientras Noah insistía en hacerle sitio a McTavish a su lado. Sara me apretó la pierna por debajo de la mesa, pero no había nada que yo pudiera hacer. Bebimos, hablamos y seguimos bebiendo. Yo me contuve, sobre todo cuando vi cómo Noah e Ethan intentaban mantener el ritmo de McTavish, pero los demás no se preocuparon demasiado por la resaca que tendrían al día siguiente.
Pensaba que Luther se sentiría fuera de lugar, pero se integró sin problemas en la conversación. Era increíblemente raro verlo allí, en el Aguadero, vestido de forma tan informal.
—¡Que es verdad! —exclamó Noah golpeando su jarra de cerveza contra la madera—. McTavish, Ethan no se cree lo de las magias de tus abuelos.
—Es cierto —contestó McTavish disfrutando de ser el centro de la conversación.
Liam tiró de mi manga para llamar mi atención y me giré hacia él.
—Aileen —me dijo—. ¿Sabías que Luther conoce a tu madre?
—¿A mi madre? ¿Y eso?
—Bueno, solo la he visto un par de veces en algún evento en Nirwan —explicó Luther—. Mi padre le dio clases cuando era joven.
—No lo sabía —reconocí.
Mi madre apenas hablaba de su vida en el norte, aunque sí sabía que había recibido clases particulares al terminar la escuela.
Liam siguió preguntándole algo a Luther, mientras Noah e Ethan se ponían en pie para bailar de nuevo. McTavish, de alguna forma, consiguió convencer a Sara, pero Liam aún necesitó un rato más para reunir el valor suficiente e invitar a Claudia a bailar una canción lenta. Luther se puso en pie para que pudieran salir y cuando volvió a sentarse lo hizo más cerca de mí.
—¿Sabes qué?
—Sorpréndeme —bromeé, tal vez por la cerveza.
—Pensaba que estabais juntos —me dijo—. Liam y tú.
—¿Qué? ¡No! —exclamé—. Liam es mi primo, mi mejor amigo.
—¿Esa no es la señorita Blaise?
¿Por qué a ella todo el mundo la llamaba señorita?
—Ella es mi mejor amiga. No es lo mismo.
—En absoluto —aceptó Luther, con una sonrisa—. Supongo que yo tampoco te conozco tan bien como pensaba.
—Bueno, confundir a mi primo con mi novio no es lo mismo que no saber que llevas casado quince años, pero entiendo lo que quieres decir.
Fui a tomar un sorbo de mi cerveza, pero ya estaba caliente y la volví a dejar en la mesa.
—¿Puedo invitarte a algo distinto? —me ofreció Luther.
—Vale.
Luther se levantó y volvió poco después con dos grandes vasos.
—¿Qué es? —le pregunté aceptando uno de ellos.
—Una mezcla secreta —me contestó enigmáticamente—. Todo norteño, por supuesto.
—Por supuesto —repetí yo, de buen humor.
Le di un sorbo al cóctel y sentí el ácido sabor de la mezcla.
—Um… Está buenísimo.
Luther sonrió.
—Es muy suave —me dijo—. He notado que apenas estabas bebiendo y no estaba seguro de si era por la cerveza o porque no querías beber demasiado.
—La cerveza me encanta, por muy mala que sea. Es un don. Pero he visto cómo estaban bebiendo Ethan y Noah, intentando impresionar a McTavish, y alguien tiene que quedar en pie.
Luther asintió, sonriendo.
—La próxima vez les tocará a ellos —añadí al cabo de un momento, intentando rellenar el silencio.
Miré hacia McTavish, sintiendo la mirada intensa de Luther sobre mí, y tomé un nuevo sorbo de mi bebida para evitar decir algo sobre la otra noche.
—¿Vas mucho a Nirwan? —me preguntó Luther.
—Bastante. Voy todos los veranos con mi familia, y en los últimos años voy de visita de vez en cuando.
—¿Y te gusta?
—Es raro. Me encanta ir, me encanta pasar tiempo con mis abuelos y vivir durante unos días como ellos —reconocí—. Pero… hay cosas que no soporto. No se puede hablar de política en la casa y siguen tratándome como si fuera una niña, tal vez porque no vivieron mi infancia, no sé. Además, siempre intento vestirme lo más norteña posible y, aun así, mi abuela me compra ropa mientras estoy allí, sabiendo que luego no la voy a usar.
Luther miró por un instante mi camisa. Su camisa. Pero no dijo nada y yo seguí hablando, animada por el alcohol y por la forma en que me escuchaba, como si estuviera memorizando cada una de mis palabras.
—A veces se aprovechan del hecho de que me mantienen en la corte. Insistieron mucho cuando dije que me gustaría seguir estudiando aquí, en que querían hacer algo por mí, que soy su única nieta, y todo eso. Incluso… —Tragué saliva; necesitaba contárselo a alguien—. Me ofrecieron recuperar el apellido. Mis padres no lo saben. Nadie lo sabe.
Las últimas palabras apenas fueron un susurro, pero Luther, que se había inclinado hacia mí, me había escuchado sin problemas.
—Creen que la línea puede acabar con tu tía, ¿verdad?
Asentí.
—¿Y lo harías?
—No podría hacerle eso a mi madre. Somos Dunns. Y hay apellidos, legados familiares, que merecen salvarse. Pero… sé lo que pasó con mi madre. Y no puedo evitar pensar que si digo demasiadas cosas que no quieren oír, tal vez un día se cansen y me deshereden a mí también. No creo… No creo que el apellido Thibault merezca ser salvado, pero tampoco puedo decírselo. Les dije que lo pensaría en unos años.
Luther me miró un largo momento y me pregunté si a él también se le llegaba a olvidar quién era yo en realidad. De repente, a través de la neblina del alcohol, me di cuenta de algo.
—No es por el dinero —añadí rápidamente—. Eso no me importa. Es por… Por no discutir. Por no perderlos.
Luther asintió.
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