Santiago Manuel Sáenz Torres
Nicolás Gaitán-Albarracín
Lina María Cortés
Jairo Andrés Peña
Jhon Freddy López Medina
Conclusión
Epílogo
Autoras/compiladoras
Como compiladoras, agradecemos a todas y todos los artífices de la transformación social en Colombia, manos y corazones que hacen de las experiencias agroecológicas muestras ejemplarizantes de co-existencia, dignidad y armonización, pese a las escasas condiciones que favorecen su desarrollo en el territorio.
Un agradecimiento especial a las personas detrás de las formas dignas de co-existencia en Bogotá-región: Samzará, Mercado Agroecológico Tierra Viva, Jero el granjero, Red de Permacultura de la región del Tequendama, La Canasta Agroecológica, Parque temático en salud pública Chaquén, Reserva natural de la sociedad civil Tenasucá y Tienda agroecológica La Canasta Solidaria. Al Comité de Integración del Macizo Colombiano (CIMA) en el Cauca. Al etnocampesinado organizado en el Nodo Mocoa. A la región sur de Bolívar y los protagonistas del “Campus Universitario del Sur de Bolívar (CUSB)”. A la Red de Jóvenes por el Oriente de Caldas, al Jardín Botánico de la Universidad de Manizales y los hacedores de Campinagro en Manzanares. Al Colectivo de Agroecología Tierra Libre, al programa UTOPIA de la Universidad de la Salle, al Programa Especial de Admisión y Movilidad Académica (PEAMA), sede Sumapaz de la Universidad Nacional de Colombia y al Laboratorio de Innovación para la Paz.
A los autores, que con una lectura atenta y respetuosa han interactuado, hecho parte y puesto al servicio su labor cuidadosa de reconocer, visibilizar y acompañar las formas dignas de co-existencia en Colombia.
A la Red Nacional de Agricultura Familiar (RENAF), por todo el esfuerzo de articulación que desde el 2012 ha logrado configurar en el país y que nos honra con su presencia en la Cátedra Unesco de Desarrollo Sostenible.
Al Convenio entre el ZEF de la Universität Bonn y el Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad Nacional que financió parcialmente la investigación aquí consignada, vinculando a Juliana Cepeda Valencia como beneficiaria del “Programa bilateral de apoyo a la formación doctoral en construcción de paz, ambiente y desarrollo en Colombia” con el proyecto “Identificando y valorando formas dignas de co-existencia: ciudadanos y comunidades que apuestan por el desarrollo territorial”.
A la Editorial Universidad del Rosario (Juan Felipe Córdoba), por su trabajo coordinado para desarrollar el proceso editorial que da como resultado la publicación de esta obra.
A Gabriela González, por su apoyo en traducción, y a las asistentes de investigación Juanita Delgado y Sofía Pérez, por su colaboración.
Y, sobre todo, a la Tierra y su inconmensurable generosidad y paciencia para con esta humanidad que poco a poco aprende a cuidarse como se cuidan las abejas y a honrarla como lo hacen las semillas.
Prólogo dinámico. Un libro urgente
Gustavo Wilches-Chaux
Texto y contexto
Desde cuando recibí el primer borrador de este libro, en enero de 2020, decidí que el título del prólogo que Juliana Cepeda y Nathaly Jiménez me invitaron a escribir sería: Un libro urgente . Mantengo esa decisión porque este libro es cada día más urgente … Y le agrego un antetítulo: Prólogo dinámico .
Juliana y Nathaly son coautoras, junto con todas las demás personas que, con sus teclados y con sus herramientas de labranza, han contribuido a la construcción de este vivero de esperanza.
En ese momento, y desde varias décadas atrás, una creciente cantidad de las personas que somos parte de este país (de este planeta en general) requerimos con urgencia argumentos concretos para reafirmar la esperanza —o para recuperarla quienes la hayan perdido— en que la vida misma, de la cual los seres humanos también somos expresiones, encontrará estrategias adecuadas para superar esta multitud de crisis interrelacionadas que se tornan cada vez más complejas, y que, de una u otra manera, se han convertido en la manera de existir de una multitud de especies (hoy me atrevo a escribir que incluida la humana), que, por distintas razones, están cada vez más en peligro.
En esos primeros días del año la expresión más evidente de la crisis global se daba en los procesos del clima y del tiempo atmosférico, hasta el punto de que poco después, en distintos lugares del mundo, incluida Colombia, se comenzaron a dar pasos para la declaración de la crisis climática ; o, más exactamente, para reconocer oficialmente la existencia de una crisis climática, concepto que supera cuantitativa y cualitativamente al de cambio climático .
En diciembre se confirmó que con 2019, el año más caluroso que hasta ese momento se había registrado, culminaba también la década más calurosa registrada hasta entonces en la Tierra. Incendios forestales, algunos de los cuales se prolongaron hasta 2020, devastaban millones de hectáreas en Australia, en África, en California y en el Amazonas (Brasil, Bolivia, Colombia…), mientras otros más pequeños, pero igualmente destructivos para los ecosistemas que afectaban, tenían lugar en otros lugares del mundo, incluidas regiones de Colombia, como Bogotá y sus alrededores.
A principios de febrero nos enteramos de que en la estación argentina Esperanza, situada en la punta norte de la Antártida, se registró una temperatura récord de 18,3 ºC, mientras en la vereda Toquilla, a 2945 msnm y a 10 km del casco urbano del municipio de Aquitania (junto al lago de Tota, en Boyacá, Colombia), se registró una temperatura, también récord, de -11,2 °C. Este último es otro ejemplo de cómo el calentamiento global, paradójicamente, puede generar fríos extremos en algunos lugares.
De tiempo atrás, los científicos venían alertando sobre el hecho de que el descongelamiento del permafrost , la delgada capa de hielo que cubre los suelos de los lugares más fríos del planeta, estaba teniendo lugar 70 años antes del momento en que estaba previsto que ocurriera, y de lo que eso significaría en términos de la aceleración del cambio climático.
Pero esta no era la única crisis que afectaba en ese momento al país ni al resto del planeta. En un texto denominado “Pactos por la TOTA-lidad” 1, que forma parte del libro Boyacá Compleja , transcribí estos apartes de un artículo de El Espectador 2(19 de junio de 2019), que hoy tomo prestados de nuevo:
Desde 2015, [Colombia] es el país que más desplazados internos tiene, superando a Siria que ya llega a 6’183.900, luego de más de ocho años de una guerra civil. Así lo reportó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en su informe ‘Tendencias globales: desplazamiento forzado en el 2018’, que se publicó hoy.
En el mundo el desplazamiento forzado se incrementó durante el año pasado, pues la cifra de desplazados llegó a 41,3 millones de personas, 1,3 millones más que en 2017. Además, es la cifra más alta que ha reportado el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IMDC, por sus siglas en inglés), que desde 1998 documenta este fenómeno a escala mundial.
En Colombia 7’816.500 de personas han huido de la violencia. Supera a República Democrática del Congo, Somalia, Etiopía, Nigeria y Yemen. Durante el 2018, según el documento, 118.200 colombianos abandonaron sus hogares huyendo de la guerra.
Estas cifras aterradoras no incluyen a los cerca de dos millones de migrantes y refugiados venezolanos que, ‘según datos de las autoridades nacionales de inmigración y otras fuentes’ que recogen la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), han llegado al país. Esa cifra sigue aumentando y no es fácil saber con exactitud hoy cuantos son.
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