Pese a estar ejecutado con dignidad, el personaje de Adela resulta sensual e incluso perverso pero nunca emotivo. Su constante vinculación con los bajos fondos no tendría por qué ser impedimento para mostrar sus temores o ensoñaciones y ahondar en la relación con su familia, sus compañeras de trabajo o sus ambiciones. Aun así, no se puede quitar mérito a la apuesta actoral de Balagué, así como al hecho de que la protagonista absoluta del cartel sea Forner. Conviene apuntar también la aparición del cómico transformista Pierrot en una secuencia en la que recrea su labor de maestro de ceremonias del Barcelona de Noche.
Como suele suceder con este tipo de películas, Adela no obtuvo gran reconocimiento, pese a críticas como la que publicó el periódico La Vanguardia el 12 de abril de 1987, dos días después de su estreno:
El talón de Aquiles del relato, sin embargo, reside en la omisión por parte del director —también guionista— de adentrarse en las zonas oscuras de su héroe, en las raíces de su «amour fou» por ese travesti fatal, que hemos de dar por simplemente supuesto cuando es, ni más ni menos, el mismísimo revés de la trama: si Adela fuese realmente una mujer, no puede decirse que esta película variaría en lo más mínimo. […] Con toda su modestia, hay en Adela mucho más cine del que suelen ofrecer muchas otras producciones nacionales de mayor pretensión y presupuesto: una virtud tradicional, por lo demás, en el thriller barcelonés del que esta película proporciona una aportación estimable.
La película fue distribuida en vídeo bajo el título de Corrupción policial , con un cartel distinto y sin referencia alguna al personaje de Adela, esperando así captar a todos aquellos espectadores que la habían rechazado en la pantalla grande.
«Me llaman La Agrado porque toda mi vida solo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás». Así comienza el potente monólogo de uno de los personajes más queridos y reivindicados en la filmografía de Pedro Almodóvar. El director escribió el papel de una carismática prostituta transexual de gran corazón que cautivó al público y enseguida fue encumbrada como icono LGTBQ. Antonia San Juan fue la actriz que encarnó sublimemente a tan singular heroína callejera, en un papel que se disputaron muchas intérpretes.
He aquí su ya legendario monólogo, que resulta toda una oda a la autenticidad aunque la artificialidad esté de por medio:
¡Miren qué cuerpo! Todo hecho a medida. Rasgado de ojos, ochenta mil. Nariz, doscientas. Tiradas a la basura porque un año después me la pusieron así de otro palizón. Ya sé que me da mucha personalidad, pero si llego a saberlo no me la toco. Continúo. Tetas, dos, porque no soy ningún monstruo. Setenta cada una, pero estas las tengo ya superamortizás . Silicona en labio, frente, pómulo, cadera y culo. El litro cuesta unas cien mil, así que echar las cuentas porque yo ya la he perdío . Limadura de mandíbula, setenta y cinco mil; depilación definitiva al láser, porque la mujer también viene del mono, bueno, tanto o más que el hombre. Sesenta mil por sesión, depende de lo barbúa que una sea, lo normal es de dos a cuatro sesiones, pero si eres folclórica necesitas más, claro. Bueno, lo que les estaba diciendo, que cuesta mucho ser auténtica, señora. Y en estas cosas no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma.
En alguna ocasión, Almodóvar comentó que tan cómica secuencia está basada en una situación real que vivió la actriz argentina Lola Membrives y que, desde que supo la existencia de aquella historia, estaba deseando plasmarla en el cine. Así lo explicó el cineasta: «El sistema eléctrico del teatro donde actuaba falló a la hora de la función. Membrives, que no se arredraba ante nada, decidió ser ella misma la que, desde el escenario y alumbrándose con una vela encendida, diera la noticia al público. “Ya que están aquí, les pediría que se quedaran y prometo entretenerles contándoles la historia de mi vida”, dijo. Aquella tarde, doña Lola hizo la función de su vida».
Cuando en este país a muchas artistas les caía de rebote el cuño de «diva gay» pese a carecer de implicación alguna y hasta denotar cierta lástima por los homosexuales, Alaska se encontraba en un posicionamiento real con conocimiento de causa. Quizás porque, como ella misma dijo muchas veces, no se sentía diva gay, sino que directamente el mundo gay era su mundo. Un mundo en el que convivía con artistas como Bernardo Bonezzi, Fabio McNamara, Las Costus, Sigfrido Martín Begué, Pedro Almodóvar o sus compañeros musicales Carlos Berlanga y Nacho Canut, con quienes llevaría a cabo unas cuantas canciones que alcanzarían el estatus de himno. La carrera de Alaska es sobradamente conocida, por lo que no necesita ninguna exhumación de datos. Pero, al igual que otras muchas artistas que se encuentran entre estas páginas, sin motivos de condición e identidad, sí es necesario y de justicia hacer un desglose de méritos por los que ha llegado a encumbrarse como icono LGTBQ. Porque méritos Alaska tiene unos cuantos.
Con una adolescencia marcada por el libro Gay Rock de Eduardo Haro Ibars, publicado en 1975, la artista parecía estar sobradamente preparada para encarnar a una de las primeras lesbianas del cine español —obviando aquellas películas creadas para explotar el morbo sexual, con su correspondiente clasificación S— bajo las órdenes de Pedro Almodóvar en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Haber interpretado con solo dieciséis años a Bom, una cantante punk acostumbrada a enamorarse de mujeres mucho mayores que ella, la ha acompañado durante innumerables entrevistas.
El tándem Canut-Berlanga, con sus letras refinadas repletas de referencias y humor inteligente, puso en boca de Alaska canciones que solo ella podría haber defendido con tanta veracidad. Ya como Dinarama, alcanzaron el éxito absoluto en ventas con el disco Deseo carnal , lanzando en 1985 un tercer single del propio álbum que lleva por título Un hombre de verdad . En definitiva, una canción compuesta por dos hombres donde la cantante se entrega, se anuncia, suplica y se arrastra para encontrar sin dudar un hombre de verdad. El mérito del mensaje es que la canción de marras se halle en su disco más comercial, logrando que chicas y chicos coreasen el tema, aunque algunos de estos últimos lo hiciesen con la boca pequeña. Una canción de la que el colectivo gay se adueñaría muy pronto, hasta el punto de ser elegida como himno del Orgullo de 1998. Mención aparte merece la portada del single , con dos hombres musculosos entregados cuerpo a cuerpo, emulando un relieve clásico en mármol que encaja perfectamente en lo que hoy denominamos homoerotismo. El siguiente álbum de Alaska y Dinarama, No es pecado , contenía la canción que se convertiría en el himno LGTBQ por excelencia: A quién le importa . Cualquier persona se adjudicaría el tema con semejante letra de autorreafirmación. Éxito asegurado en karaokes, bodas y demás celebraciones, es en la manifestación del Orgullo donde, desde hace más de dos décadas, cobra verdadero sentido.
En 1986, la cantante posa en lencería para la revista Interviú , cuya portada lleva como titular la frase: «He hecho el amor con una chica». Lo verdaderamente destacable no es el acto ni la confesión, sino cuándo estos tienen lugar. En esa época, Alaska se encontraba presentando el programa La bola de cristal , en Televisión Española, de forma que su posicionamiento sobre la bisexualidad se producía en un momento álgido de su carrera. Ese mismo momento en que otros muchos de la industria musical prefieren mirar hacia otro lado. En dicha entrevista, le preguntan si cree que la ambigüedad femenina es muy silenciosa, a lo que la artista responde:
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