Bradley Booth - Cadenas en China

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Cadenas en China: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1960, Chen, un fiel joven adventista del séptimo día, fue encarcelado y arrojado a «la jaula» por rehusarse a trabajar en sábado. A pesar de vivir en la más abyecta inmundicia y tener que sobrevivir con una dieta basada en el hambre, Chen siempre buscaba oportunidades para contarles a sus compañeros y encargados de la prisión sobre el amoroso Dios a quien él servía. «Cadenas en China» ilustra la tribulación que el pueblo de Dios a menudo ha tenido que enfrentar por causa de Cristo. Es una crónica sobre una devoción inquebrantable y un tributo a la fidelidad de un Dios que nunca nos abandona. Chen sabe esto por experiencia personal porque, de no haber sido por el milagro que Dios hizo para salvarle la vida, él habría muerto en la cárcel Wu Xi.

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La mayoría de los miembros de la junta eran jóvenes, no mucho más mayores que Chen mismo. El pastor Lin le había dicho a Chen que probablemente él pronto sería parte de esa junta, pues él trabajaba arduamente para lograr que se imprimieran esos libros. No obstante, Chen no se sentía digno de ese llamamiento. ¿Cómo podría ser parte de la junta, cuando su propia vida era un desastre, un fracaso en todo sentido? Él no tenía nada que ofrecer a la iglesia, en cuanto a liderazgo. Él no era sabio, ni rico ni influyente en la comunidad. Nadie en la calle lo llamaría una persona de éxito, de esto estaba seguro. Por causa de su determinación por guardar el sábado, había perdido su trabajo, a su esposa y a su hijo, todo en un solo día. La experiencia lo había sacudido hasta lo más íntimo, y se preguntaba si podría volver a ser el hombre fuerte y confiado que una vez había sido.

Todo parecía muy desalentador, pero el pastor Lin le recordaba que Jesús había hablado de esas cosas. Los cristianos podían esperar que los seguidores de Jesús fueran abandonados por su familia, y que perdieran sus posesiones y hasta su casa, por sus esfuerzos para mantener en alto las verdades del evangelio.

Estaba prohibida la evangelización de cualquier iglesia cristiana bajo el nuevo régimen chino, de modo que la Iglesia Adventista del Séptimo Día había pasado a la “clandestinidad”, como lo llamaba la policía del gobierno. Ahora, cada semana, nadie sabía realmente dónde debían o podían reunirse los cristianos. El edificio de la iglesia no era una posibilidad, aun en medio de la noche. Los espías del gobierno estaban en todas partes. Pululaban en cada muchedumbre y, a menudo, se infiltraban en las reuniones cristianas realizadas en secreto.

Pero esto no impedía que los cristianos se reuniesen. Las noticias de los servicios secretos corrían de boca en boca. Cuando los informantes daban al pastor Lin indicios de que los soldados del gobierno o la policía secreta estaban a punto de descubrir su escondite, ellos sencillamente cambiaban las reuniones a otro lugar. Aun la junta de dirigentes de la iglesia no se atrevía a encontrarse en la iglesia.

Chen bostezó y miró su catre en el rincón de la habitación donde estaba escribiendo. Hacía justo un mes que el pastor Lin le había hecho una oferta que no podía rechazar. A cambio de un lugar para dormir, Chen debía servir como guardia de seguridad, para prevenir robos en la iglesia. Ya nadie adoraba en el edificio, pero eso no importaba. Era un lugar perfectamente bueno para Chen, y estaba seguro de que los ángeles de Dios estarían con él en ese lugar. No podría haber pedido un lugar mejor.

Estaba agradecido al pastor Lin por aceptarlo así otra vez. Por supuesto, él sabía que el pastor Lin realmente no lo necesitaba en la iglesia por razones de seguridad. Chen estaba avergonzado por haber dejado su tarea como instructor bíblico, para tomar ese trabajo en el laboratorio farmacéutico. Pero en ese momento el dinero en el hogar era escaso, y Ruolan había sido muy insistente. No había sido una buena situación para un joven con familia, y la fe de Ruolan había sido débil, haciendo que fuera más difícil mantenerse junto al pastor Lin en la iglesia.

No obstante, ahora estaba de vuelta. Después de que Chen aceptara la oferta del pastor Lin de ser guardia de seguridad en la iglesia, el pastor había preguntado a Chen si podría ayudarlo a traducir Biblias y libros, usando una de las antiguas máquinas de escribir de la iglesia.

–Me gustó su idea cuando me la mencionó hace algunos años –admitió el pastor Lin–, pero no teníamos el equipo o las personas para hacerlo bien en ese momento. Pero ahora, gracias a usted, tenemos una buena operación en marcha aquí, en la iglesia, y podemos traducir y publicar más de media docena de libros por año.

La habitación donde estaban trabajando ahora era un cuarto interior sin ventanas, de modo que los dos podían trabajar con sus libros hasta tarde en la noche. La iglesia ya no se usaba para reuniones públicas, de modo que la policía no sospechaba que estaba realizando en ella una tarea editorial.

Capítulo 7

-Es mejor que nos vayamos a dormir –dijo el pastor Lin, como si fuera un eco de los pensamientos cansados de Chen–. No podemos terminar estos libros esta noche. Es mejor que me vaya a casa –agregó riendo, con una sonrisa cansada, y apagó de un soplido la llama de su lámpara de kerosén–. Si me quedo más tiempo, mi esposa se preguntará dónde estoy.

–No, no hay peligro de eso –respondió Chen, riendo también–. Usted hace esto casi todas las noches.

Chen siguió al pastor Lin hasta la salida, para luego cerrar con llave y poner el barrote en la puerta.

–Tengo que ir a ver a la viuda Lanfen mañana –dijo el pastor Lin, dándose vuelta por última vez en la oscuridad–. Ella se está deteriorando mucho, rápidamente. La semana pasada, su hija me rogó que fuera a verla, y me lo pidió otra vez este sábado, de modo que sencillamente no puedo postergarlo más. Espero visitarla a ella y a otra familia durante la mañana, y luego, más tarde, tal vez vaya a vender algunos libros. Estoy contento porque hayamos decidido que tú nos ayudes a traducir libros aquí, en la iglesia, en lugar de enviarte a recorrer las calles como lo hacemos el resto de nosotros. Alguien tiene que tratar de que los libros sigan saliendo de las prensas.

Puso una mano sobre el hombro de Chen e inclinó la cabeza instintivamente. “Señor, protege a mi hermano aquí esta noche, en la iglesia”, oró. “Que tus ángeles lo cuiden a él y a nuestra amada iglesia”. Dicho esto, se fue.

Chen volvió a su habitación y se arrodilló junto a su catre militar, antes de apagar la lámpara por esa noche. Le gustaba trabajar para la iglesia de esta manera, y se sentía honrado de servir a Dios en tiempos de persecución, pero el estar completamente solo le resultaba duro. Trató de no pensar en su esposa y su hijito, pero era casi imposible. Amaba a su esposa. Ella había sido una mujer muy buena, sirviendo con él en una de las iglesias de Shanghai, y su hijo era la niña de sus ojos. Se puso triste al pensar que todo había salido mal.

Debo confiar en el Señor, suspiró, mientras una lágrima furtiva se deslizaba por su rostro en la oscuridad . “Debo creer que tú puedes lograr que algo bueno resulte de estas grandes pruebas que me han ocurrido en la vida”. Y entonces se durmió, exhausto, pues había trabajado muchas horas.

A la mañana siguiente, despertó antes del amanecer con el sonido de suaves golpes en la puerta. Era Manchu, uno de los instructores bíblicos, que había venido a buscar ejemplares de Biblias y libros para vender. Chen se puso contento de ver a Manchu y le ofreció algo de comer, pero él declinó, temeroso de que la policía lo viera ir y venir a esta hora temprana, si se quedaba.

Chen lo ayudó a llenar su mochila con libros que estaban en u n escondite secreto debajo de las tablas del piso de la iglesia. Luego, después de una brevísima oración en la oscuridad, Manchu se apresuró a salir en medio de las nieblas del amanecer, con su mochila llena de libros en la espalda.

Fuera del pastor Lin, Manchu era la primera persona que había aparecido en la iglesia en casi una semana. Aun los otros miembros de la junta no se acercaban a la iglesia sino para buscar libros cuando se les terminaban, y entonces solo envueltos en la oscuridad.

Toda la mañana, Chen trabajó en su maltrecha máquina de escribir, terminando página tras página a la luz de su lámpara de kerosén, en la habitación sin ventanas. En su tarea de traducción, cuando llegaba a un lugar difícil del contenido, primero tenía que anotar sus pensamientos a mano en un papel, antes de escribir el texto en la máquina. Si había cometido un error al escribir, tenía que tomar una hojita de afeitar y raspar la tinta del papel, y luego corregir el error. Hacia el mediodía, había terminado cuatro páginas más, deteniéndose solo lo suficiente para comer apenas un poco de arroz hervido al vapor, con repollo y zanahorias ralladas.

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