¿Y la observancia del sábado? Él sabía que nunca violaría las sagradas horas del sábado, sin importar lo que le hicieran, ya fuese pegarle, torturarlo, encarcelarlo o fusilarlo. Chen no quería ni pensar en eso.
Sin embargo, debía enrolarse. Y a eso se dirigía ahora: a las oficinas centrales del ejército. De todos modos, tal vez no lo llamaran para el servicio: había millones de jóvenes de la edad de Chen. ¿Cuáles eran las posibilidades de que lo llamaran justo a él?
Chen se unió a la fila en el distrito comercial. Su jefe en la fábrica de zapatos le había dado la mañana libre para ir a la oficina de enrolamiento, llenar los formularios apropiados y obtener su documento de identidad.
Dieciocho años . En la mente de Chen, él era todavía un muchachito. Su padre le había contado historias acerca de la Gran Guerra, o la Primera Guerra Mundial, como todos la llamaban ahora. Había habido tanto derramamiento de sangre sin sentido en esa guerra, y ningún bando se consideraba el vencedor; ni siquiera los que la habían ganado. Se habían gastado cerca de 200 mil millones de dólares para levantar otra vez a los países de Europa y de Asia, y unos 35 millones de personas habían perdido su vida. Qué desperdicio de vidas humanas, pensó Chen. Y en esta guerra también se estaba gastado mucho, mucho dinero, especialmente en la década de 1940, cuando todos recién salían de una depresión global.
Los hombres en las oficinas de enrolamiento fueron bastante corteses, a pesar de que Chen había escuchado relatos acerca de lo que era realmente el ejército, una vez que un soldado estaba reclutado. “Le enviaremos una carta de notificación acerca de cuándo y dónde deberá ir a servir”, le comunicó el hombre detrás del escritorio.
Esa noche, cuando llegó a su casa, el tío de Chen, Renshu, le entregó una carta. El corazón de Chen dio un vuelco. No podía ser que el oficial de enrolamiento lo estuviera llamando tan pronto. ¡Se había enrolado recién ese día! En el sobre no figuraba un remitente, de modo que no pudo adivinar de quién procedía. Sin embargo, cuando rompió el sobre, recibió la sorpresa de su vida.
“Querido Chen”, comenzaba la carta. “Queremos invitarte a ser un instructor bíblico para la iglesia adventista del séptimo día de Shanghai. El trabajo requerirá que pases largas horas yendo de una casa a otra, vendiendo Biblias y otros libros religiosos. También, demandará que tengas un buen conocimiento de la Biblia y que estés dispuesto a dar estudios bíblicos a quienes estén interesados. Si deseas conversar sobre esto, por favor, ponte en contacto con el pastor Lin David, en la Iglesia Adventista de Shanghai”.
Chen no sabía qué decir. A menudo se había preguntado cómo sería trabajar como instructor bíblico, pero nunca pensó que él sería elegido para esa tarea. En respuesta, esa misma noche escribió una carta:
“Muchas gracias por su bondadosa oferta. Me gustaría mucho llegar a ser un instructor bíblico, y estoy dispuesto a empezar cuando me necesiten. Sin embargo, debo decirles que acabo de cumplir 18 años y que podría ser reclutado por el ejército en cualquier momento. Oro a Dios porque me permita servir a su iglesia, en vez de servir al ejército, pero estoy dispuesto a permitir que Dios dirija todo”.
–No te ilusiones tanto –le dijo su tío, mientras Chen ponía su respuesta en un sobre y escribía la dirección del destinatario que figuraba en el texto de la carta–. Si el ejército te llama, esa es una orden que tendrás que obedecer. Recuerda: es la voluntad de Dios que cumplas las leyes de nuestro país; a menos que, por supuesto, estas leyes te exijan quebrantar los Mandamientos de nuestro Dios.
–Sí, señor –fue todo lo que Chen pudo decir.
Pero él estaba ahora muy preocupado. ¿Qué pasaría si, después de todo, lo llamaban al ejército, como decía su tío? ¿Qué pasaría, si tuviera que ir a la guerra? Él prefería luchar en el ejército de Dios en contra de las fuerzas de las tinieblas, en lugar de pelear en un ejército contra los japoneses.
–Por favor, Señor –oró Chen junto a su cama esa noche–, ¡este es un sueño hecho realidad! Permíteme servirte como instructor bíblico. Hay muchos jóvenes de mi edad que serían buenos soldados para China, pero no hay muchos que estén dispuestos para luchar las clases de batallas que estaré peleando con mi Biblia en la mano.
Los días pasaron lentamente. Llegó y pasó el mes de julio, y pronto llegaron los sofocantes calores de agosto (verano en el hemisferio norte). Chen renunció a su trabajo en la fábrica de calzado, donde se hacía botas para los soldados, y se puso a trabajar como instructor bíblico de la iglesia de Shanghai. Sin embargo, esperaba cualquier día recibir noticias de la Oficina de Reclutamiento.
Y leía los diarios. Las noticias acerca de la guerra aparecían en todos los diarios de la tarde, y mientras leía las noticias, se preguntaba qué vendría después. Sin embargo, la primicia que recibió la tarde del 6 de agosto no era de ninguna manera lo que esperaba.
Estaba bajando la escalinata de la iglesia adventista, cuando vio que había personas que corrían y gritaban por la calle. Muchos agitaban diarios en las manos, así que, él corrió entre la gente para ver de qué se trataba toda esa conmoción.
–¡Escuchen esto! –gritó alguien, mientras leía en voz alta el artículo de portada, y el ruido de la calle disminuyó mientras todos se detenían para escuchar:
“El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, los Estados Unidos dejaron caer una bomba atómica sobre Hiroshima, Japón, que destruyó totalmente la ciudad. No se sabe cuántas víctimas resultaron de la explosión, pero el censo más reciente de Hiroshima registra más de ochenta mil habitantes. Todos los informes indican que no hubo sobrevivientes”.
Chen se apoyó contra un farol, para estabilizarse. ¡Qué giro alarmante de los eventos! Les habían dado un terrible golpe a los japoneses, y ¿quién podría predecir qué seguiría a eso? ¿Se rendirían? ¿Tendrían los estadounidenses otras bombas como esta?, Y si así fuera, ¿la arrojarían también sobre Japón?
Nadie sabía las respuestas. Pero tres días más tarde, el 9 de agosto, la ciudad japonesa de Nagasaki también fue bombardeada, lo que selló la suerte del Japón. Se decía que la Segunda Guerra Mundial había terminado. China estaba a salvo; y eso significaba que Chen estaba a salvo. No tendría que servir en el ejército chino para pelear con armas y granadas. Podría, en cambio, servir en el ejército del Señor, peleando las batallas de la gran controversia entre el bien y el mal. Esa era una guerra que Chen sabía que podía ganar. La iglesia de Dios podría perder algunas batallas en el proceso, pero la guerra había terminado ya el día en que Jesús murió en la cruz.
“Gracias, Señor”, fue todo lo que Chen pudo decir mientras volvía en su bicicleta a su casa esa tarde. Dios obra de maneras misteriosas para responder a nuestras oraciones, pensó Chen. Aunque ni en sus sueños más descabellados había esperado que Dios lo hiciera de ese modo.
Nacido en Ning Bo, China, en 1927, de padres adventistas, Chen había sido criado para servir a la iglesia. Las responsabilidades de su padre como evangelista misionero para la Iglesia Adventista en la provincia de Zhe Jiang habían mantenido a la familia siempre en movimiento. Esto dificultaba la vida de la familia de muchas maneras. Cuando Chen cursaba la primaria, no permanecía en una misma escuela más de tres o cuatro meses seguidos, por causa de los viajes de su padre. Su asistencia esporádica influyó en sus calificaciones, lo que le impidió acceder a la enseñanza media. Esa era una verdadera desventaja, y más adelante sufrió por ello.
Читать дальше