Durante su larga y prolífica carrera, Handel experimentó muchos reveses y atravesó por momentos difíciles, pero ninguno lo mantuvo postrado por mucho tiempo. Su resiliencia lo impulsaba siempre hacia su siguiente foco de actividad, y su pericia empresarial propiciaba una y otra vez las circunstancias en las que sus proyectos podían llevarse a cabo. Hombre de insondable invención, arte exquisito, enorme energía, adicción al trabajo e insaciable apetito –para el goce artístico y social, pero también para la buena comida y el vino–, su camino por la vida lo realizó prácticamente en solitario. A diferencia de Mozart, quien continuamente abría su corazón y escribiría cientos de cartas que revelan su estado de ánimo de una manera tan vívida como sorprendente, Handel fue extremadamente reservado y rara vez confió sus verdaderos sentimientos en sus cartas, mucho más contenidas. De ahí que su vida privada, más allá de su fachada pública, deba ser generalmente espigada a partir de las anécdotas relatadas por otros, lo que plantea interrogantes sobre la autenticidad y la fiabilidad. A pesar de que Handel estuviese siempre rodeado de gente, y de que algunos de sus numerosos colegas se convirtieran en sus amigos, daba siempre la sensación de estar realizando una misión solitaria, cuyos objetivos eran privados. El hecho de que llevase a buen puerto tantos de esos objetivos y con consecuencias tan inmortales es un testimonio no solo de su incomparable maestría compositiva, sino de todos los aspectos de su profesión de músico.
Además de una investigación minuciosa de las actividades de Handel y del contexto en el que se desarrollaron, la escritura de este libro ha supuesto para mí una especie de juicio personal, ya que buena parte de mi trabajo se parece mucho a lo que él hacía entonces. Observar la manera en la que trató cada situación a medida que se presentaba –positivamente, viendo con sus ojos y oyendo con sus oídos– sigue siendo para mí enormemente instructivo. A través de las generaciones, Handel –tanto el artista como el músico profesional– continúa siendo una fuente de educación e inspiración.
1. NOMBRES: Muchas de las personas que aparecen en este libro anglicanizaron sus nombres cuando se establecieron en Londres. Para una mayor claridad, me refiero al personaje principal como «Handel» (incluso después de naturalizarse británico, su nombre siguió escribiéndose de varias maneras). Para el resto, incluida la familia real de Hannover, he conservado sus nombres alemanes hasta el momento en que ellos mismos se vieron obligados a cambiarlo o decidieron hacerlo *.
2. CALENDARIO: Durante la vida de Handel, el calendario inglés sufrió cambios. Hasta 1752 el año comenzaba el 25 de marzo (Lady Day), según el calendario juliano. En 1751, el Parlamento aprobó una Ley de Regulación del Comienzo de Año, y de Corrección del Calendario actualmente en Uso. El 1 de enero de 1752, Inglaterra cambió al calendario gregoriano, con el resultado de que 1751 fue un año corto. (Sumándose a la confusión, Escocia había cambiado al calendario gregoriano en 1600.) En aras de la comprensión, todas las fechas en el antiguo calendario juliano han sido corregidas al nuevo calendario gregoriano.
Notas al pie
*En la traducción hemos vertido al español todos los nombres de la realeza. [N. del T.]
Los conflictos en la Inglaterra del siglo XVII iban a tener repercusiones generalizadas en el siglo XVIII, y de forma muy significativa en la vida cultural de su capital. Las actividades de un joven músico alemán instalado en Londres en las primeras décadas del nuevo siglo estarían en parte dirigidas, moldeadas e incluso constreñidas por las sensibilidades políticas; el mérito de Georg Friedrich Handel fue el haber sido capaz de superar todas las tensiones y agitaciones políticas y sacar provecho de ellas.
En el siglo XVII, Inglaterra decapitó a un rey y depuso a otro: el impopular Carlos I fue ejecutado en 1649, y Jacobo II fue depuesto en 1688. El primogénito de Carlos I subió al trono como Carlos II con la restauración de la monarquía en 1660, y fue sucedido en 1685 por su hermano, Jacobo II. Pero los súbditos protestantes de Jacobo estaban alarmados, pues había contraído matrimonio con su segunda esposa, María de Módena, y ahora era católico; y aunque sus hijas, María y Ana, continuaron siendo educadas en la fe protestante, un nuevo hijo, nacido en la religión católica en 1688, estaba destinado a heredar el trono. También María y Ana se sintieron consternadas por el nacimiento de su hermanastro. Se juraron fidelidad entre ellas y a su religión protestante, y más tarde, en 1688, en lo que se conoció como la Revolución Gloriosa, María y su esposo holandés, Guillermo de Orange, invadieron Inglaterra y depusieron a su padre. Accedieron juntos al trono como Guillermo y María, mientras Jacobo y su hijo huían a Francia. María murió de viruela en 1694, dejando a su marido reinar en solitario como Guillermo III.
Como Guillermo y María no tenían hijos, la heredera al trono de Inglaterra pasaba a ser Ana, que estaba casada con el príncipe Jorge de Dinamarca. Su hijo Guillermo, duque de Gloucester, parecía asegurar la continuidad de la línea protestante, pero el joven Guillermo murió en 1700, a la edad de once años. Dado que no había más herederos ni por la parte de Guillermo III ni por la de la princesa Ana, el siguiente en la lista debía ser el depuesto Jacobo II o su hijo. Y así, en 1701, el Parlamento aprobó el Acta de Establecimiento, decretando que, a menos que Ana o Guillermo (si se volviera a casar) tuviesen otro vástago, la sucesión pasaría a los más cercanos descendientes protestantes de Jacobo I: su nieta Sofía, electora de Hannover, y sus hijos y nietos (de un plumazo fueron ignorados más de cincuenta católicos con superiores credenciales sucesorias).
La ciudad de Hannover era el centro de uno de los estados más prósperos y pacíficos de Alemania, Brunswick-Lüneburg. Había sido admitido en 1699 como noveno electorado del Sacro Imperio Romano Germánico, y a su gobernante, que tenía el poder absoluto (supervisaba todas las decisiones importantes, ya se tratara de asuntos internos o externos, presupuestos, procesos penales, nombramientos militares o ministeriales), se le había concedido el título de elector. La corte de Jorge Luis, hijo de la electora viuda Sofía, giraba en torno al espléndido Leineschloss, a orillas del Rin, en el centro de la ciudad, y al palacio campestre de Herrenhausen, a unos cinco kilómetros de distancia, donde la electora Sofía había creado magníficos jardines barrocos. Las artes prosperaron, mientras que los hombres de talento y conocimiento (entre ellos el matemático y filósofo Gottfried Leibnitz) frecuentaban sus salones. Pero en este entorno tan civilizado también había tensiones y desacuerdos. La familia electoral, con sus lazos de conveniencia con otras potencias europeas, era de una enrevesada disfuncionalidad. El desacuerdo entre las generaciones (un tema recurrente en el acervo genético de la casa de Hannover) era generalizado, y había descortesía e incluso animosidad entre sus miembros. Y, en la primera década del nuevo siglo, la sucesión de la casa de Hannover al trono de Inglaterra consumió sus energías por encima de cualquier otro asunto.
La princesa Ana se convirtió en reina de Inglaterra a la muerte de Guillermo III, en 1702. Pero la persistente amenaza de los descendientes y partidarios del exiliado Jacobo II, junto con los propios paroxismos de culpa retrospectiva de Ana por haber participado en el derrocamiento de su padre, parecieron poner repentinamente en peligro toda la sucesión hannoveriana. El elector sintió una alarmante inseguridad acerca del puesto al que estaba destinado, al igual que su hijo recién casado, el príncipe Jorge Augusto, y su esposa, la princesa Carolina.
Читать дальше