No queda del todo claro si el contrato de arrendamiento de Handel (o la aceptación de hospitalidad) se produjo en realidad en Barn-Elms o en la residencia de Mr. Andrews en Londres. En 1799, William Coxe, hijastro del alumno y copista de Handel, J. C. Smith, escribió en un libro de anécdotas handelianas que, al cabo de un año, era en realidad en ambos lugares:
«En el transcurso del verano, Handel pasó varios meses en Barn Elms en Surrey, con Mr. Andrews; y en el invierno, en la casa de ese caballero en la ciudad» 26.
Otro generoso anfitrión de Handel en estos primeros años londinenses fue el joven Richard Boyle, tercer conde de Burlington. De solo diecinueve años en 1713, ya era (desde los diez años, de hecho) propietario de numerosos títulos y haciendas, incluyendo Burlington House, en Piccadilly, una casa de campo en Chiswick, y grandes propiedades en Yorkshire e Irlanda. Tanto Il pastor fido como Teseo le habían sido dedicadas, y muchos escritores posteriores, entre ellos Hawkins y Coxe, afirman que Handel vivió en Burlington House durante tres años. En este lugar, como en el círculo del Kit-Cat en Barn-Elms, Handel conoció a otras luminarias artísticas y literarias, incluyendo a Alexander Pope, John Gay y al músico aficionado y médico personal de la reina, el Dr. John Arbuthnot, a quien ya había conocido en la corte. Coxe describió sus relaciones con el círculo de Piccadilly: «Pope no solo carecía de conocimiento alguno de la ciencia musical, sino que no hallaba satisfacción en “la concordia de los dulces sonidos”. A Gay le gustaba la música sin entenderla, pero se olvidaba de ella en cuanto cesaba de sonar. Arbuthnot, por el contrario, que poseía juicio musical y era además compositor, reconoció la valía de Handel y desarrolló una gran estima por él» 27.
Pope, Gay y Arbuthnot habían fundado el Scriblerus Club, un grupo rival del Kit-Cat Club (del cual no eran miembros, como tampoco lo era Handel). Significativamente, Handel fue capaz de moverse con libertad y confianza, de forma sociable pero prudente, entre todos estos ambientes literarios, contribuyendo a ellos de modo relevante. Tal como Gay informaría más tarde en su poema Trivia acerca de las actividades en Burlington House (dando una impresión perfectamente válida de que apreciaba lo que allí se escuchaba, a pesar de las dudas de Coxe acerca de su sensibilidad musical):
There Hendel strikes the Strings, the melting Strain
Transports the Soul, and thrills through ev’ry Vein;
There oft I enter (but in cleaner Shoes)
For Burlington’s belov’d by every Muse * 28.
Sin duda la combinación de Vanbrugh y el Kit-Cat Club, Burlington y el Scriblerus Club, una vibrante red social de artistas y activistas artísticos y políticos con un intenso compromiso con la sucesión protestante (es decir, hannoveriana), tuvo enormes repercusiones para Handel. Nunca declararía lealtad hacia ninguna facción política, como tampoco abriría su corazón a ninguna relación amorosa permanente. Sería siempre un outsider. Pero su progreso a través de la sociedad londinense, y la interpretación que dio en su música de los acontecimientos políticos y sentimentales, muestran su sagaz e instintiva comprensión de ambos. Y aquí Handel fue reforzando tranquilamente su posición en vista de la gran conmoción política que sin duda se avecinaba.
La gota de la reina Ana, que ya le había arruinado la coronación, había continuado molestándola cada vez con mayor frecuencia, y también fue aquejada de porfiria. Era conocida su afición al alcohol (una estatua de ella que se erigió en el exterior de la catedral de San Pablo fue objeto de mofa por parte de sus súbditos, que advirtieron que no miraba hacia la catedral, sino hacia la tienda de vinos de enfrente), lo que pudo haber agravado sus dolencias. Todavía albergaba agobiantes sentimientos de culpa al contemplar todo el asunto de su sucesión, pues era ella quien había conspirado para destituir a su padre, Jacobo II, y su propia incapacidad para engendrar un heredero vivo había sido la causa del nombramiento de la electora Sofía de Hannover como su sucesora. Idealmente quería que su hermanastro Jacobo Estuardo, que a sus veinticinco años se agitaba en su exilio francés, cambiase su religión, momento en el cual ella podría revocar el Acta de Establecimiento y asegurar la línea Estuardo para la siguiente generación. Pero en marzo de 1713 el pretendiente confirmó inequívocamente su negativa a renunciar a su fe católica, y la reina Ana se encontró de nuevo en el punto de partida, enfrentándose sombríamente a la inevitable necesidad de entregar su trono a personas a las que nunca había conocido y por las que instintivamente sentía antipatía. En el otoño de 1713, cuando llegó a Londres el nuevo delegado de Hannover, Georg von Schutz, los rumores entre los círculos whig le convencieron de que la reina albergaba, de hecho, un «gran prejuicio» hacia los hannoverianos, y que preferiría «dejar la corona al mayor de los extraños antes que… a la familia electoral» 29. Fueran cuales fueran sus verdaderos sentimientos, estas habladurías dejaron consternada a la reina. En la primavera de 1714 envió a Thomas Harley, primo de su ministro, en una misión diplomática especial a Hannover: debía ofrecer a la electora Sofía una pensión extraída de su propia Lista Civil de la Reina. Además, Ana se comprometía a hacer todo lo que estuviera en su mano, «de acuerdo con su honor, con su seguridad y con las leyes», para proteger la sucesión, como Horace Walpole recordó en sus memorias, en 1798. Y reafirmó su determinación en la sesión de apertura del Parlamento, en marzo de 1714, quejándose de que cualquier insinuación contraria era «el colmo de la malicia» 30.
Pero también había murmullos en Hannover. La familia electoral había estado presionando para tener alguna presencia en Gran Bretaña, posiblemente en la figura de Jorge Augusto, hijo del elector. La reina Ana se había resistido vehementemente a tal sugerencia, temiendo que se estableciera una corte rival en su reino, debilitando su propia autoridad. Sin embargo, por cortesía, en 1706, admitió al príncipe electoral en la Orden de la Jarretera y le otorgó un generoso puñado de títulos: Duque de Cambridge, conde de Milford Haven, vizconde Northallerton, barón Tewkesbury. Ahora, en 1714, los whigs animaron a Georg von Schutz a reclamar que el príncipe ocupara su escaño en la Cámara de los Lores. Aunque la reina se mostró horrorizada ante tal posibilidad, Harley la convenció de que, legalmente, no podía negarse. Mientras los rumores se propagaban con avidez por Londres (sonaban las campanas y se brindaba por la inminente llegada del príncipe electoral), Ana volvió a sucumbir a la fiebre y a la incapacidad. En mayo recuperó sus fuerzas, y de hecho su determinación, y escribió con firmeza a Hannover, rechazando firmemente sus demandas. Curiosamente, esta comunicación precipitó el final de la disputa, ya que, a los pocos días de recibir la carta de la reina, la viuda electora Sofía tuvo un síncope y murió a los ochenta y tres años, y poco después la propia reina Ana enfermó de nuevo y sufrió una serie de derrames cerebrales. Falleció el 1 de agosto. Su médico, el Dr. Arbuthnot, informó a Alexander Pope que «nunca el sueño fue más bienvenido para un viajero cansado que la muerte para ella» 31. Tenía cuarenta y nueve años.
Bien instalado en Burlington House, donde recibía noticias diarias sobre Hannover, y, a través del Dr. Arbuthnot, sobre el estado de salud de Su Majestad, Handel aguardaba el ahora inevitable cambio. Sus antiguos patronos, y de hecho amigos, estaban a punto de acceder al trono. Pero, ¿haría el pretendiente algún movimiento para reclamarlo para él? ¿Habría guerra civil?
Notas al pie
*Cesa de alzarte, soberano del día.
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