Jonathan Maberry - Ruina y putrefacción

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En el mundo postapocalíptico infestado de zombis donde vive Benny, todo adolescente debe encontrar trabajo al cumplir quince años o su ración de comida será reducida a la mitad. Benny no quiere ser aprendiz de su hermano mayor Tom Imura, un mítico cazador de zombis armado con una katana al que llaman «el Samurái», pero no le queda otra opción. Cuando comienza a acompañar a Tom a la zona llamada «Ruina y Putrefacción», habitada exclusivamente por zombis, piensa simplemente que tendrá que matar zombis por dinero, sin embargo, allí descubrirá algo mucho más importante que le enseñará lo que significa ser humano.Acompañado de sus amigos, Benny se aventurará en un viaje más allá de la seguridad de su pueblo cercado para entrar en el mundo de los muertos. En el camino, deberá enfrentarse a un mal más grande que el de los infectados: la crueldad que corroe a los vivos. «Una impresionante mezcla de significado y caos.» Booklist «Una mirada llena de acción que invita a reflexionar sobre la vida y la muerte, mientras el lector habrá de determinar cuál es el verdadero enemigo.» Kirkus Reviews

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—Ya no quiero hacer esto —dijo Benny.

Tom siguió caminando.

—No quiero hacer lo que tú haces. No quiero hacerlo si significa hacer… ese tipo de cosas.

—Ya te lo dije. Yo no hago ese tipo de cosas.

—Pero las tienes cerca. Las ves. Es parte de tu vida —Benny pateó una roca y la hizo saltar de la carretera y caer en la hierba. Unos cuervos graznaron mientras echaban a volar, dejando atrás los restos del conejo que habían estado devorando.

Tom se detuvo y miró atrás.

—Si regresamos ahora, sólo sabrás parte de la verdad.

—No me importa la verdad.

—Ya es demasiado tarde para eso, Benny. Ya has visto una parte. Si no ves el resto, vas a quedar…

—¿Quedarme cómo? ¿Desequilibrado? Te puedes meter esas porquerías zen por el…

—Esa boca.

Benny se inclinó y levantó un largo hueso, blanco y pulido por los carroñeros y el clima. Lo arrojó a Tom, que dio un paso a un lado para evitarlo.

—¡Vete al carajo tú y tu verdad y todo esto! —gritó Benny—. Tú eres como esos tipos de allá atrás! ¡Vienes y te haces el noble y sabio y toda esa mierda, pero no eres diferente. ¡Eres un asesino! ¡Todos en el pueblo lo dicen!

Tom se acercó a él, lo tomó por la camiseta y lo obligó a levantarse.

—¡Calla! —dijo con un rugido—. ¡Calla la maldita boca!

Benny se quedó en silencio, consternado.

—Tú no sabes quién soy —Tom sacudió a Benny con tanta dureza que hizo entrechocar sus dientes—. No sabes lo que he hecho. Ignoras las cosas que he tenido que hacer para mantenerte a salvo. Para mantenernos a salvo. No sabes lo que yo…

Se interrumpió y empujó a Benny lejos de sí. Benny se tambaleó hacia atrás y cayó con fuerza sobre su trasero, con las piernas abiertas entre los hierbajos y los huesos viejos. Con los ojos muy abiertos por la conmoción, vio a Tom erguido ante él, con diferentes expresiones peleando en su cara. Ira, consternación ante sus propias acciones, terrible frustración. Incluso amor.

—Benny…

Benny se levantó y sacudió el polvo de sus pantalones. Una vez más miró hacia atrás a la dirección de la que habían venido y se puso en pie frente a Tom, mirando a su hermano mayor con una expresión que era a la vez indecisa y conflictuada.

—Lo siento —dijeron ambos.

Se miraron el uno al otro.

Benny sonrió.

La sonrisa de Tom tardó más en formarse.

—Eres un completo dolor en el trasero, hermanito.

—Tú eres un tarado de clase mundial.

La brisa cálida sopló a su lado.

—Si quieres regresar —dijo Tom—, regresamos.

Benny sacudió la cabeza.

—No.

—¿Por qué no?

—¿Debo tener una respuesta?

—¿Ahora mismo? No. ¿Con el tiempo? Probablemente.

—Sí —dijo Benny—. Está bien, creo. Sólo quiero una cosa. Sé que ya la dijiste, pero realmente necesito saber. De verdad, Tom.

Tom asintió.

—Tú no eres como ellos, ¿verdad? Júralo, o algo así —sacó su billetera y sostuvo en alto la fotografía—. Júralo por mamá y papá.

Tom asintió.

—Lo juro, Benny.

—Por mamá y papá.

—Por mamá y papá —Tom tocó la foto y asintió.

—Bien —dijo Benny—. Entonces, vamos.

La tarde pasó, ardiente, y ambos siguieron por la carretera de dos carriles alrededor del pie de la montaña. Ninguno habló durante cerca de una hora y entonces Tom dijo:

—Esto que estamos haciendo no es sólo una caminata, niño. Vengo a hacer un trabajo.

Benny le echó una mirada.

—¿Vas a matar un zom?

Tom encogió los hombros.

—No es la forma en la que yo lo diría, pero… Sí, eso es.

Caminaron otro kilómetro.

—¿Cómo funciona eso? Quiero decir, lo del… trabajo.

—Viste parte de eso cuando hiciste tu solicitud con el artista de erosión —dijo Tom. Metió la mano en el bolsillo de su chamarra y sacó un sobre, lo abrió, y extrajo un trozo de papel que desdobló y tendió frente a Benny. Había una pequeña foto a color fijada con un sujetapapeles a una esquina que mostraba a un hombre sonriente de unos treinta años, con cabello color arena y una barba rala. El papel al que estaba fijada la foto era un gran retrato del mismo hombre, como podría ser ahora en su etapa zombi. El nombre “Harold” estaba escrito a mano en otra esquina.

—Es por esto que los retratos de erosión son tan útiles. La gente manda hacer retratos de esposas, esposos, hijos… cualquier ser querido que hayan perdido. Algunas veces pueden recordar incluso lo que una persona vestía en la Primera Noche, y eso lo facilita porque, como dije, los muertos rara vez se alejan demasiado de donde vivieron. O trabajaron. Gente como yo los encuentra.

—¿Y los mata?

Tom respondió encogiendo los hombros. Pasaron una curva en la carretera y vieron las primeras casas de un pequeño pueblo construido en la ladera de la montaña. Incluso desde unos cuatrocientos metros, Benny pudo ver zombis de pie en los jardines o las aceras. Uno estaba erguido a mitad de la carretera con su cara inclinada hacia el sol.

No se movía.

Tom dobló el retrato de erosión y lo puso en su bolsillo, y luego sacó el frasco de cadaverina y roció un poco sobre sus vestiduras. Se lo tendió a Benny. Luego puso un poco de gel de menta sobre su labio superior y le pasó el frasco a su hermano.

—¿Listo?

—Ni remotamente.

Tom aflojó su espada dentro de la funda y encabezó la marcha. Benny sacudió la cabeza, inseguro de cómo, exactamente, el día lo había dirigido a este momento, y lo siguió.

12

—¿No van a atacarnos? —murmuró Benny.

—No si somos listos y tenemos cuidado. El truco es moverse despacio. Responden a los movimientos rápidos. Al olor también, pero eso lo tenemos cubierto.

—¿No pueden oírnos?

—Pueden —dijo Tom—. Así que cuando lleguemos al pueblo, no hables a menos que yo lo haga, e incluso entonces… menos es más, y un volumen bajo es mejor que uno alto. He visto que hablar despacio ayuda. Muchos de los muertos gimen… así que están acostumbrados a sonidos graves.

—Esto es como los exploradores —dijo Benny—. El señor Feeney nos decía que cuando estamos en la naturaleza debemos actuar como si fuéramos parte de la ella.

—Para bien o para mal, Benny… esto también es parte de la naturaleza.

—Eso no me hace sentir bien, Tom.

—Esto es Ruina y Putrefacción, niño… Nadie se siente bien aquí. Ahora guarda silencio, y mantén los ojos abiertos.

Caminaron más despacio a medida que se acercaban a las primeras casas. Tom se detuvo y pasó unos minutos estudiando el pueblo. La calle principal subía hasta donde ellos estaban, así que tenían una buena panorámica. Moviéndose muy despacio, Tom sacó el sobre de su bolsillo y desdobló el retrato de erosión.

—Mi cliente dijo que era la sexta casa de la calle principal —murmuró Tom—. Puerta principal roja y cerca blanca. ¿La ves? Ahí, después del viejo camión de correos.

—Ajá —dijo Benny sin mover los labios. Estaba aterrado por los zombis que estaban en sus jardines a no más de veinte pasos.

—Estamos buscando a un hombre llamado Harold Simmons. No hay nadie en el jardín, así que tal vez tengamos que entrar.

—¿Entrar? —preguntó Benny, con voz temblorosa.

—Ven —Tom comenzó a moverse despacio, apenas levantando los pies. No imitaba exactamente el paso lento y deslizante de los zombis, pero sus movimientos eran fluidos. Benny hizo su mejor esfuerzo para imitar todo lo que Tom hacía. Pasaron dos casas en las que había zombis en sus jardines. La primera casa, a su izquierda, tenía tres zombis al otro lado de una cerca de alambre que les llegaba a las caderas. Dos niñas pequeñas y una mujer mayor. Sus ropas eran jirones que ondeaban como banderillas de fiesta en la brisa cálida. Cuando Tom y Benny caminaron junto a ellas, la mujer mayor giró hacia ellos. Tom se detuvo y esperó, con la mano tocando la empuñadura de su espada, pero los ojos muertos de la mujer no se detuvieron en ellos. Unos pasos más adelante, a su derecha, cruzaron un jardín, en el que estaba un hombre en bata de baño, mirando hacia una esquina de la casa como esperando a que algo sucediera. Estaba en pie entre hierbajos y enredaderas que envolvían sus pantorrillas. Parecía haber estado así durante años, y, con una sensación de horror, Benny entendió que probablemente así fuera.

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