Arturo Martínez Nateras - La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3

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La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3: краткое содержание, описание и аннотация

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El pensamiento de izquierda ha dejado su impronta inconfundible en los dominios de las artes, la educación, las ciencias y las humanidades. Aquí se da cuenta de esa huella, con ensayos y artículos de pensadores destacados en cada materia, entre ellos, Juan Villoro, Miguel Vassallo, Devra Weber, Elisa Ramírez Castañeda, Pilar Calveiro, Verónica Oikión, Juan Patricio Riveroll, Gianni Vattimo, Gabriel Vargas Lozano, David Pavón-Cuéllar, Fabrizio Mejía Madrid, Mario Ojeda Revah, Philippe Ollé-Laprune, Daniela Gleizer, Alberto Híjar Serrano, Humberto Musacchio, Adriana Konzevik, Heriberto Yépez, Rafael Toriz, René Avilés Fabila, Hugo Esteve Díaz, Julio César Ocaña, Nicolás Cabral, Eduardo Milán, Ester Hernández Palacios, Robin Hoover, Fran Ilich, Rodrigo Moya, John Mraz, Xavier Robles, Julio Estrada y José Luis Paredes, «Pacho». La mayoría de los textos fueron recuperados del coloquio «Trazos y Perspectivas. La Izquierda Mexicana del Siglo XX», celebrado en la Ciudad de México.

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Casi igualmente vago que la definición de Lenin, resulta, como es obvio, el término comunismo hermenéutico. Si se trata de precisarlo por lo menos un poco, indica una posición teórica concebida para echar abajo las pretensiones cientificistas del comunismo soviético y en general de ese marxismo que ha creído criticar las ideologías desde el punto de vista de un realismo metafísico para nosotros insostenible, y al cual estamos tentados de atribuirle, si bien de manera remota, incluso la responsabilidad de los aspectos totalitarios del comunismo real. Es metafísica, es decir, fundamentalmente autoritarismo, todo aquello que pretende legitimarse con una descripción de como “están realmente las cosas”. A estas pretensiones de legitimación, propia de las ciencias experimentales, la hermenéutica les responde siempre con la pregunta: ¿quién lo dice?, o sea aludiendo a la responsabilidad del intérprete.

Con todo, hablar de comunismo hermenéutico no significa sólo nombrar una posición teórica que hay que contraponer a otros modos de declinar el comunismo. Justamente también porque es hermenéutico, este comunismo requiere la referencia teórico-práctica a los sujetos que hablan de él y que pretenden ponerlo en práctica. (Una analogía más con la condición de Heidegger en la Alemania de su época.)

Mientras parece comprensible que la asociación con la hermenéutica pueda calificar (más) positivamente al comunismo —sin importar qué signifique eso, a partir de la definición de Lenin—, habría que preguntarse qué es lo que tiene en común la hermenéutica con el comunismo si exige y, en todo caso por qué, esta relación. ¿Tiene acaso la hermenéutica una vocación para el comunismo? O, más en general: la decisión de filosofar en un horizonte hermenéutico, la decisión de ser hermeneutas y no, por ejemplo, positivistas o (neo)realistas, ¿supone alguna simpatía política por el comunismo? Mientras tanto, ¿es correcto pensar que una posición filosófica tiene una “aplicación” y funda una opción política? Se dirá de inmediato, aquí, que precisamente esta ilusión fue la causa del error fatal del Heidegger nazi: al parecer no sólo escogió mal el partido al cual adherirse sino que, sobre todo, ensució su propia teoría al hacer de ella una posición “de partido”, una elección de parte en contradicción con la “neutralidad” de una verdad universal, como debería ser una doctrina filosófica. Nos encontramos, como puede verse, sobre un terreno “resbaladizo”, como lo es siempre aquel en el que uno se encuentra al abandonar la cómoda posición de la teoría (recuerda Gadamer acerca del theorós , enviado desde la ciudad a participar en la marcha: el suyo era de todos modos un mandato “político”) para mezclarla con la praxis. No obstante, dado que estamos hablando “como hermeneutas”, no podemos elegir la posición “cómoda” del espectador neutral. La tan controvertida frase de Nietzsche: “no existen hechos, sólo existen interpretaciones” tiene una cláusula final que a menudo se olvida: “también ésta es una interpretación”. La verdad de la hermenéutica no es el valor de una teoría preferible, con argumentos, a las demás; es ante todo un modo de practicar la filosofía de manera no “objetiva”, precisamente porque el intérprete se encuentra, él mismo, implicado en el proceso del cual, y dentro del cual habla. No se puede practicar hermenéutica sin alinearse (cita aquí Rorty: cuando hacemos ciencia normal...) ¿Qué cosa diferencia a la hermenéutica del “descriptivismo” de la metafísica positivista si no es precisamente el hecho de implicar al filósofo haciéndole imposible la posición del observador neutral? Obviamente, no se trata aquí sólo de la posición del filósofo, un especialista que según una cierta doctrina debería ver cambiada su postura. Nos encontramos aquí ante una disyuntiva ontológica, por decirlo así. La verdad no es el reflejo, la posición del sujeto no es la de la pantalla sobre la cual se dibujan las realidades, y el ser no es el “dato” sino el evento. (Que como Ereignis , apropiante expropiante, tiene mucho más que la naturaleza dinámica de lo que acontece, es acontecer ser...)

Pero entonces, ¿por esto comunismo? La polémica, mediática, de los neorrealistas ha revelado de hecho a la hermenéutica como una posición incluso política; los hermeneutas son sus “adversarios”, no simples estudiosos de otra escuela colocada en el museo imaginario ideal de las doctrinas filosóficas. Por lo demás, de manera realista, los neorrealistas no nos “describen”, nos atacan. Y nosotros, por nuestra parte, dada la incongruencia de sus argumentos, no podemos sino preguntarnos a quién o para qué sirven. La hipótesis que nos parece más verosímil es que el trabajo de ellos —no requerido por ningún peligro inminente sobre el pensamiento; no impuesto por la posibilidad de que la sentencia de Nietzsche produjese desajustes en la mentalidad común, caos en los transportes aéreos ni en las previsiones meteorológicas... (¡incluso esto nos ha sido objetado!)— es sólo una manera para lograr que la filosofía participe en el general “retorno al orden” requerido precisamente por la lógica de la globalización. Convincentes indicios de todo ello se ven en la crónica del nacer y difundirse, esencialmente mediático, del neorrealismo.

Evocar una vocación “comunista” de la hermenéutica significa sólo tomar conciencia de este estado de cosas. En cierto sentido, es de nuevo el “enemigo” el que nos define. Como cuando nos dimos cuenta de que los realistas nos atacan porque la hermenéutica “molesta”. No es que cualquier oposición al dominio de la metafísica, es decir, de la globalización técnico-científica del mundo, sea en sí misma comunista. Sin embargo, llamarla así significa resumir en un solo término todas las razones de esa oposición: la globalización es pura electrificación, para retomar los términos de Lenin, sin ningún soviet, sin compromiso alguno de los sujetos interesados, sin participación de los ciudadanos en las decisiones. Sin responsabilidad de los intérpretes. ¿Deberíamos por ello proyectar una sociedad comunista semejante a la soviética o a la china, con los planes quinquenales y la KGB, etc.? La hermenéutica obviamente no tiene nada que ver con todo eso. Si recuerda el término y la noción de comunismo es porque este término y esta noción han sido determinados en el sueño de transformación de las clases explotadas de gran parte del mundo. El “escándalo” de retomar ahora estos términos se deriva del hecho de que el ideal comunista, debido a la presión ejercida por el mundo capitalista, se ha dejado contaminar por la mentalidad cientificista dominante en la metafísica. Metafísica —como objetivismo cientificista que reduce al ente y al mismo existir a objeto calculable, a Bestand , recurso utilizable— es esencialmente capitalismo, por lo menos en nuestra fase histórica. Las razones que indujeron a Heidegger a alinearse con los nazis, depuradas por los prejuicios y por las costumbres mentales a las cuales él mismo, con toda culpa, cedió en aquella situación, siguen vivas aún ahora: no tenía nada que ver y no tiene que ver hoy ningún “pueblo metafísico” que sería responsable de la traición. Ya entonces, lo que Heidegger pensaba combatir era la lógica globalizante del capitalismo, que se había impuesto no sólo a Hitler sino también al comunismo soviético, ahogando los impulsos revolucionarios originarios bajo la necesidad histórica de “copiar” por etapas forzadas la estructura y los modos de producción del taylorismo estadounidense. En resumen, Stalin se vio corrompido por el ejemplo del capitalismo occidental y por esto todavía ahora hablar de comunismo es un escándalo.

(¿Pero la praxis? ¿Nosotros qué hacemos con ella? ¿Y la cuestión de los intelectuales en términos gramscianos? Creo que no tenemos que avergonzarnos de practicar una filosofía militante si asumimos responsablemente nuestro pasado como Gewesen y no sólo como dato arqueológico.) картинка 19

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