Arturo Martínez Nateras - La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3

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La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3: краткое содержание, описание и аннотация

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El pensamiento de izquierda ha dejado su impronta inconfundible en los dominios de las artes, la educación, las ciencias y las humanidades. Aquí se da cuenta de esa huella, con ensayos y artículos de pensadores destacados en cada materia, entre ellos, Juan Villoro, Miguel Vassallo, Devra Weber, Elisa Ramírez Castañeda, Pilar Calveiro, Verónica Oikión, Juan Patricio Riveroll, Gianni Vattimo, Gabriel Vargas Lozano, David Pavón-Cuéllar, Fabrizio Mejía Madrid, Mario Ojeda Revah, Philippe Ollé-Laprune, Daniela Gleizer, Alberto Híjar Serrano, Humberto Musacchio, Adriana Konzevik, Heriberto Yépez, Rafael Toriz, René Avilés Fabila, Hugo Esteve Díaz, Julio César Ocaña, Nicolás Cabral, Eduardo Milán, Ester Hernández Palacios, Robin Hoover, Fran Ilich, Rodrigo Moya, John Mraz, Xavier Robles, Julio Estrada y José Luis Paredes, «Pacho». La mayoría de los textos fueron recuperados del coloquio «Trazos y Perspectivas. La Izquierda Mexicana del Siglo XX», celebrado en la Ciudad de México.

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Durante su vida civil recorrió, como muchos de nuestros compañeros, innumerables caminos buscando la solución definitiva a los problemas de su pueblo hasta comprender por fin que sólo la lucha armada en una guerra por desgracia larga y cruenta, podría conducir al pueblo al poder.

Entendido aquello, avocó todas sus fuerzas y medios para hacerlo posible y en febrero de 1969, se incorpora a un grupo de elementos (algunos de ellos hoy son compañeros nuestros también) al Ejército Insurgente Mexicano, dirigido por Mario Menéndez, adopta entonces su primer pseudónimo: Benigno. Sus peculiaridades para adaptarse al medio —la montaña selvática— y su personalidad, lo conducen a tener mando en ese efímero grupo que pronto, por la baja calidad moral de algunos de sus integrantes y la deshonestidad de su dirigente se desintegra. Benigno, actuando en consecuencia con su pensamiento, sigue en la clandestinidad y junto a quienes demostraron tener los empeños suficientes para seguir adelante, funda el 6 de agosto de 1969 nuestras FLN.

Una versión más sintética sobre la experiencia previa en el EIM y su impacto en la fundación de las FLN se encuentra en Nuestra historia III ( Nacen las FLN s/p):

La concreción del proyecto revolucionario se asienta en dos premisas: la comprensión objetiva de la coyuntura histórica que vive el país y la militancia en la fallida organización guerrillera denominada Ejército Insurgente Mexicano, disuelto por su propio dirigente, el periodista Mario Menéndez.

Esa combinación de experiencia y conciencia alienta al grupo de jóvenes que reunidos en la ciudad de Monterrey deciden continuar la lucha armada, pero subordinada a claros lineamientos políticos (tanto teóricos como prácticos) que impidan los errores y desviaciones que culminaron con la desintegración del EIM. La fecha: 6 de agosto de 1969.

Entrambos fragmentos nos muestran otra parte del balance de la experiencia que significó el EIM. Por otro lado quiero llamar la atención sobre algo que ha sido poco registrado y que es de suma importancia: la participación de algunos fundadores de las FLN en otras organizaciones que buscaban impulsar la lucha armada antes de 1968, algo que veremos párrafos adelante.

Existe la premisa de que la cruenta represión del gobierno al movimiento estudiantil —cuyo nefasto pináculo fue el 2 de octubre de 1968— fue la causa principal que llevó a muchos jóvenes a incorporarse a la lucha armada, dada la cerrazón del gobierno a permitir la lucha por la llamada vía legal. Sin embargo muchas personas habían escogido anteriormente la vía armada ya que la actitud del Estado es secular y, si bien se abren ciertos espacios democráticos, siempre que algún esfuerzo organizativo legal ha atentado de manera real contra el poder económico y político, ha sido destruido a sangre y fuego por “las fuerzas del orden” —imperante diría yo.

Aunque sus miembros habían participado en luchas abiertas, las FLN consideraban que sus miembros debían alejarse de éstas; también creían que la lucha legal estaba agotada. Pero no parece ser que los sucesos de 1968 fuesen el principal determinante para este análisis; al parecer venían cargando muchas derrotas en la lucha abierta:

Debemos insistir a nuestros compañeros que su participación en luchas abiertas, democráticas, no sólo es inútil, sino perjudicial, pues sus resultados son la vigilancia policíaca cuando no la cárcel o la muerte; que su asistencia a un mitin, protesta o reunión abierta, sólo los señala como presuntos enemigos del régimen, que su firma en un desplegado, volante o carta es, en manos del enemigo, sólo una prueba de delitos contra el Estado, que hablar a una multitud que vuelve a sus problemas personales, es “arar en el mar”, en resumen, que la lucha armada nos ha sido impuesta por una dictadura y no por nuestra voluntad, que aquélla reprimirá a sangre y fuego cualquier acto legal que amenace sus intereses, que es más provechoso un peso a la organización, porque representa una bala o una medicina (que es un día más de combate efectivo), que todas las protestas, manifestaciones, volantes o formas pacíficas de resistencia; que cinco minutos en el desempeño de una comisión o en captar a un candidato, nos acercan más a la victoria que una huelga de nueve meses perdida de antemano.

Que nuestra obligación es prepararnos para resistir los mayores embates del enemigo y no desahogar nuestra ira con palabras y actitudes inútiles que no impiden reprimirnos.

No se trata de manifestar nuestra inconformidad, sino apropiarnos de la ajena y tras un proceso de lucha constante, lenta, silenciosa, hacer que afloren en toda la población, para que con actos eficaces destruya las causas que la provocan” ( Dignificar la historia I , pp. 66-67).

No quiere decir que a las FLN y a sus miembros no les afectara lo ocurrido en Tlatelolco, y que ello no fuese una de las causas para incorporarse a la lucha armada; podemos ver que lo acaecido en Tlatelolco formaba parte del análisis del por qué la consideraban la única vía posible:

El capitalismo monopolista de Estado lleva ya años enteros de constituir la estructura económica dominante. La dependencia del imperialismo configura los extremos que oculta el eufemismo “subdesarrollo”: analfabetismo, desempleo, miseria, desnutrición, enfermedad, hacinamiento, corrupción, etc., etc. Un eslabón y no el más débil del sometimiento, es el dominio ideológico, que ubica a la revolución en el irrealizable reino de las buenas intenciones. Y sin embargo, la observación científica desemboca una y otra vez en el camino de la revolución. En efecto: un movimiento obrero manipulado desde su institucionalización, sin organizaciones independientes de importancia (para no hablar de un partido de clase); una intelectualidad prostituida que en vez de organizar al proletariado para asumir su tarea histórica, se vende por un plato de lentejas, acabando por incrustarse burocráticamente en la ubre presupuestal; un gobierno que no ha vacilado en desembozar su naturaleza clasista, reprimiendo a sangre y fuego el movimiento de ‘68; en fin, férreo monopolio de poder que maniata al pueblo impidiéndole la actividad política independiente… Y por otra parte, un capitalismo dependiente, en una crisis de la que ya no habrá de recuperarse; una situación popular de miseria y explotación que ha llegado al límite, un ejército de desempleados que amenaza con transformarse, efectivamente, en un ejército del pueblo; y la conciencia de que las alternativas seudo democráticas no ofrecen perspectivas; una conciencia extendida a partir de ‘68 de que las estrechas vías legales de la burguesía no pueden conducir a transformaciones de base; un campesinado con una tradición combativa que se remonta a la resistencia indígena ante la conquista, que dadas las condiciones de miseria lo hacían, junto al medio geográfico propicio para la guerra de guerrillas, el mejor aliado del proletariado […] ( Nuestra historia, Nepantla , 4, 26 de mayo de 1979).

Otro ejemplo está en el comunicado que evoca a Anselmo Ríos (Gabriel); se nos dice que “Participó en los sucesos de 1968 en México, y ahí entendió que sólo respondiendo con la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria del gobierno opresor, podían nuestros pueblos sacudir el yugo, deshaciéndose de sus opresores, y emerger hacia formas superiores de desarrollo de la sociedad” ( Dignificar la historia II , p. 101).

Pero en su análisis las Fuerzas pensaban que la respuesta no debía darse desde el inmediatismo, la improvisación, etcétera, sino desde una larga lucha con visión estratégica, esto lo vemos claramente en un comunicado escrito al año siguiente de los funestos sucesos:

El recordar la masacre perpetrada a mansalva a nuestro pueblo unido a su vanguardia de estudiantes mártires, debe ser incentivo para unirnos todos los militantes organizados y disciplinados; haciendo a un lado las tendencias de improvisación y el sabotaje indiscriminado y sin contenido político; controlando y sabiendo administrar nuestro odio y amor por caminos claros y científicos que nos aseguren un avance hacia la toma del poder y la derrota del enemigo común. Evitar derramamientos de sangre inútiles y desilusiones a nuestro pueblo, es combatir como verdadero militante ( Dignificar la historia I , p. 49).

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