Mario Arturo Ramos - Los rincones de la sed

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Sí, muchacha de cabellos australes, sé que no puedo detener el destino de los nómadas, la vida es así: siempre partir, te espera el viejo Buenos Aires, su tanguero cotorreo el teatro Colón apagado.

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La rabia una mañana

Festival de canciones para festejar a Santiago

de Querétaro

Otra vez Pacífico

A una imaginaria princesa

Poemas del exilio simple

Muchacha

Las calles de Mocorito

Cuatro canciones para vencer el olvido

Montevideo

A la que se va

Viaje a la música

Carta a una señora

Zihuatanejo

Un viaje chilango

Amor que se llevó crisis

Manhattan

Cantos para el novenario de tía Lola

Prólogo

Viajante insólito como Simbad

Este Mario Arturo Ramos, poeta, es sinónimo de aventura, viajante insólito, como Simbad, que inició su primicia andariega al perfil de las desgastadas canteras queretanas para irse acoplando al ir y venir de los vientos y las polvaredas, como si la flor cardinal adivinara el eje telúrico de su estirpe, la prueba de su embriagado caminar.

Y así ha ido tejiendo poemas y canciones, con una entereza que se le despertó sin sombras frente a los paisajes desconocidos y la deleitación del asombro, sin perturbación, sin límite, casi a contracorriente de las nopaleras del Bajío.

Huida y retorno, vagabundeo por el amor, estancia y destino. Razón de su vida, ya que sólo sabe caminar hacia la realidad que lo identifica, lo define.

Su mundo de poeta y caminante soltó sus amarras con un solo destino, su palabra dominante que raya todo lo que ve, inserta sentido a la vida, instaura naturalidad y gozo en la atmósfera por donde pasa y pisa. Sueño terrestre vestido de amor e incandescencia que transforma el sentimiento en voz. He ahí la clarividencia. Poeta en la esencia viva del tiempo, del lugar y de las mujeres a las que mira, recuerda y ama irremediablemente.

Alonso Vidal B.

A manera de explicación no pedida

Acusación que se acuesta

Los rincones de la sed es una recopilación de textos que recoge aspectos singulares de los viajes que he hecho y las viejas que me han hecho. Es indudable que los viajes ilustran y las viejas también; los dos temas se han repetido en mi temática con bastante promiscuidad literaria, ése es el motivo de este poemario que no tiene pretensiones de ser guía turística ni guión de telenovela, más bien es la memoria de un hombre que, por distintas circunstancias, ha tenido que transcurrir el tiempo en estos avatares. ¿Cuándo comenzó? Creo que en 1949, días antes de que llegara el invierno y una mujer en el sanatorio Paulín de la ciudad de Querétaro diera a luz a un niño querendón y vagabundo; cuatro años después, a la muerte de mi padre, me fui a refugiar a la casa de la abuela y la tía Lola. Ahí aprendí que el amor femenino se viste de todas las ternuras (debe ser por ello mi fijación por las mujeres).

Cuando cumplí nueve diciembres, una pelea de box entre el Toluco López y Danny Kid, “el batallador filipino”, en la Arena México de la capital del país, me llevó a transitar por la carretera que cruza las fronteras imaginarias de mi pueblo natal y comenzaron los viajes, todavía no sé si son de huida o de placer; el caso es que en este periodo principia el hilo que une los textos aquí reunidos. ¿Cuántos recuerdos tengo en el corazón?, ¿cuántos de ellos todavía logran arrancarme una sonrisa o una mueca de disgusto?, ¿cuántos debo?, ¿cuántos se han perdido? No lo sé, de lo que estoy consciente es de que sin ellos me faltaría la mitad de la vida; por ello, Los rincones de la sed es un libro en coautoría: yo soy el de las palabras y las emociones, los lugares y las mujeres son la esencia.

Mario Arturo Ramos

Así será Esperanza

La madrugada fría

se metía por todos lados,

incesante para que doliera más,

para que de veras se supiera

que te morías…

Como siempre

no estuvimos de acuerdo,

no me diste tiempo

para decirte adiós,

así fue nuestro cariño felino.

No sé quién te cerró

los ojos café cielo,

ni quién te vistió

con el gris metálico;

cuando llegué a la cita,

alguien preguntó

si estaba de acuerdo

en tu regreso a tu tierra

ceniza a ceniza.

Te rezaban quedito.

El último de tus hijos no los oía.

Te recordaré con tu vestido de invierno,

con tu pelo nocturno;

a todos les he contado

cómo te colgabas las medallas

de tu coronel,

cómo sonreías a toda vela

cuando espantabas al vecindario

con la muleta inútil

que blandías en lo alto.

Relato que empeñabas

tu anillo de viuda

para comprarnos pan,

cuadernos de rayas,

billetes de lotería.

Te recordaré

con tu gesto huraño,

con la ternura perdida.

Te recordaré para siempre:

madre, madre.

Te debo estos versos gregorianos,

el silencio para la familia

que tejiste tarde a tarde

para abrigarme de los parientes.

Te debo el enojo

que tienen los que saben

que sí se muere la Esperanza.

Te debo este enero,

del color de la piel,

te debo y no puedo ya pagarte.

La noche perdió su encanto,

la ciudad no me reconoce:

mi madre ha muerto

en la madrugada duerme

para siempre.

El horno ansioso

enciende en tu espera;

de seguro nos volveremos a reunir.

Así será, Esperanza,

volveremos a discutir

que nadie se desespere.

Los 10 de mayo

no estarás más en tu silla,

no recibirás mangos y papayas,

tu fondo rosa colgará en el ropero.

En silencio leeré poesía a tu muerte.

67 claveles para una tumba chilena

Ahora con este gris de Santiago,

junto a tu tumba

cubierta de flores del otoño,

traigo 66 claveles rojos,

uno blanco, blanco,

igual a la lucha de tu pueblo,

a tu edad cortada por la traición,

compañero Allende.

El mármol sólo guarda tu esqueleto,

tus ideas palpitan en los muros

consignas palpitantes.

El cementerio general

parece pequeño para la rabia

de los desposeídos,

de los estudiantes que toman las calles,

para tu muerte heroica,

ejemplo socialista del bueno,

amor auténtico.

En el viento de atrás del mausoleo,

manos anónimas sembraron

un Cristo de madera apolillada,

compañero solidario para tu eternidad.

Mis sueños se convierten

en montañas nevadas,

cobre de sal chilena,

piel de ostra.

Te debía esta visita

hace 18 años perdidos

y ahora sin poderte dar la espalda,

sin lástima ni derrota, te digo:

Hasta siempre, Allende,

mientras una canción de Víctor Jara

revolotea en mis labios helados.

Dirijo los pasos

rumbo a las alamedas,

la tarde llega

en el vuelo de las palomas;

un niño celebra, sonríe,

es el aguacero de mayo,

huelga de presos políticos

futuro incontenible.

Morena

a Lourdes: compañera

Cuando cumplí veinticinco,

algunos con mucho frío

—igual que la luna llena—,

llegó a mi ruta de río

mi cariñosa Morena.

Certera igual que saeta.

rosa ternura y empeño,

veloz cual libre cometa,

tomó por casa y tarea

mis desencantos y versos.

Con la gallarda alegría,

la falda muy ajustada,

el coraje por la injusticia

de la mujer explotada,

así es la Morena mía

amada entre las amadas.

Han pasado treinta y seis,

Igual cómo pasa el agua,

no es posible contener

este amor, amor del alma,

intenso como el ayer,

inmenso como el mañana.

Cuando acaricio su cuerpo

ella sonríe con azúcar

y al escuchar un jarabe

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