Dante Alighieri - La divina comedia

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La Divina comedia (italiano moderno Divina Commedia, toscano Divina Comedìa) es un poema escrito por Dante Alighieri. Se desconoce la fecha exacta en que fue redactado aunque las opiniones más reconocidas aseguran que el Infierno pudo ser compuesto entre 1304 y 1308, el Purgatorio de 1307 a 1314 y por último, el Paraíso de 1313 a 1321, fecha del fallecimiento del poeta. Se considera por tanto que la redacción de la primera parte habría sido alternada con la redacción del Convivium y De vulgari eloquentia, mientras que De monarchia pertenecería a la época de la segunda o tercera etapa, a la última de las cuales hay que atribuir sin duda la de dos obras de menor empeño: la Cuestión de agua y La Tierra y las dos églogas escritas en respuesta a sendos poemas de Giovanni de Regina. Es la creación más importante de su autor y una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval (teocentrista) al renacentista (antropocentrista). Es considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la literatura universal.

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—Tú, que fijas los ojos en el suelo, si no son falsas las facciones que llevas, eres Venedico Caccianimico. Pero ¿qué es lo que te ha traído a tan picantes salsas?

A lo que me contestó:

—Lo digo con repugnancia; pero cedo a tu claro lenguaje, que me hace recordar el mundo de otro tiempo. Yo fuí aquel que obligó a la bella Ghisola a satisfacer los deseos del Marqués, cuéntese como se quiera la tal historia. Y no soy el único boloñés que llora aquí; antes bien este sitio está tan lleno de ellos, que no hay en el día entre el Savena y el Reno tantas lenguas que digan "sipa,"[19] como en esta fosa; y si quieres una prueba de lo que te digo, recuerda nuestra codicia notoria.

Mientras así hablaba, un demonio le pegó un latigazo, diciéndole: "Anda, rufián; que aquí no hay mujeres que se vendan."

Me reuní a mi Guía; y a los pocos pasos llegamos a un punto de donde salía una roca de la montaña. Subimos por ella ligeramente, y volviendo a la derecha sobre su áspero dorso, salimos de aquel eterno recinto. Luego que llegamos al sitio en que aquel peñasco se ahueca por debajo a modo de puente, para dar paso a los condenados, mi Guía me dijo:

—Detente, y haz que en ti se fijen las miradas de esos otros malnacidos, cuyos rostros no has visto aún, porque han caminado hasta ahora en nuestra misma dirección.

Desde el vetusto puente contemplamos la larga fila que hacia nosotros venía por la otra parte, y que era igualmente castigada por el látigo. El buen Maestro me dijo, sin que yo le preguntara nada:

—Mira esa gran sombra que se acerca, y que, a pesar de su dolor, no parece derramar ninguna lágrima. ¡Qué aspecto tan majestuoso conserva aún! Ese es Jasón, que con su valor y su destreza robó en Cólquide el vellocino de oro. Pasó por la isla de Lemnos, después que las audaces y crueles mujeres de aquella isla dieron muerte a todos los habitantes varones; y allí, con sus artificios y sus halagüeñas palabras, engañó a la joven Hisipila, que antes había engañado a todas sus compañeras, y la dejó encinta y abandonada; por tal culpa está condenado a tal martirio, que es también la venganza de Medea. Con él van todos los que han cometido igual clase de engaños: bástete, pues, saber esto de la primera fosa, y de los que en ella son atormentados.

Nos encontrábamos ya en el punto donde el estrecho sendero se cruza con el segundo margen, que sirve de apoyo para otro arco. Allí vimos a los que se anidan en una nueva fosa, dando resoplidos con sus narices y golpeándose con sus propias manos. Las orillas estaban incrustadas de moho, producido por las emanaciones de abajo, que allí se condensan, ofendiendo a la vista y al olfato. La fosa es tan profunda, que no se puede ver el fondo, sino mirando desde la parte más alta del arco, que lo domina perpendicularmente. Allí nos pusimos, y desde aquel punto vimos en el foso unas gentes sumergidas en un estiércol, que parecía salir de las letrinas humanas; y mientras tenía la vista fija allí dentro, vi uno con la cabeza tan sucia de excremento, que no podía saber si era clérigo o seglar. Aquella cabeza me dijo:

—¿Por qué te muestras tan ávido de mirarme a mí, con preferencia a los otros que están tan sucios como yo?

Le respondí:

—Porque, si mal no recuerdo, te he visto otra vez con los cabellos enjutos, y tú eres Alejo Interminelli de Luca; por eso te miro más que a todos los otros.

Entonces, él, golpeándose la calabaza, exclamó:

—Aquí me han sumergido las lisonjas que no se cansó de prodigar mi lengua.

Después de esto, mi Guía me dijo:

—Procura adelantar un poco la cabeza, a fin de que tus miradas alcancen las facciones de aquella sucia esclava desmelenada, que se desgarra las carnes con sus uñas llenas de inmundicia, y que tan pronto se encoge como se estira. Esa es Thais, la prostituta, que cuando su amante le preguntó: "¿Tengo grandes méritos a tus ojos?," ella le contestó: "Sí, maravillosos." Y con esto queden saciadas nuestras miradas.

CANTO DECIMONONO

OH Simón el mago! ¡Oh miserables sectarios suyos, almas rapaces, que prostituís a cambio de oro y plata las cosas de Dios, que deben ser las esposas de la virtud! Ahora resonará la trompa para vosotros, puesto que os encontráis en la tercera fosa.

Estábamos ya junto a ésta, subidos en aquella parte del escollo que cae justamente sobre su centro. ¡Oh suma Sabiduría! ¡Cuán grande es el arte que demuestras en el cielo, en la tierra y en el mundo maldito, y con cuánta equidad se reparte tu virtud! Vi en los lados y en el fondo la piedra lívida llena de pozuelos, todos redondos y de igual tamaño, los cuales me parecieron ni más ni menos anchos que los que hay en mi hermoso San Juan para servir de pilas bautismales; uno de éstos rompí yo no ha muchos años, por salvar a un niño que dentro de él se ahogaba; y baste lo que digo, para desengañar a todos.[20] Fuera de la boca de cada uno de aquellos pozuelos salían los pies y las piernas de un pecador, hasta el muslo, quedando dentro el resto del cuerpo. Ambos pies estaban encendidos, por cuya razón se agitaban tan fuertemente sus coyunturas, que hubieran roto sogas y cuerdas. Del mismo modo que la llama suele recorrer la superficie de los objetos untados de grasa, así el fuego flameaba desde el talón a la punta en los pies de los condenados.

—¿Quién es aquél, Maestro, que furioso agita los pies más que sus otros compañeros—dije entonces—, y a quien corroe y deseca una llama mucho más roja?

A lo cual me contestó:

—Si quieres que te conduzca por aquella parte de la escarpa que está más cercana al fondo, él mismo te dirá quién es y cuáles son sus crímenes.

Le respondí:

—Me parece bien todo lo que a ti te agrada: tú eres el dueño y sabes que yo no me separo de tu voluntad, así como también conoces lo que me callo.

Subimos entonces al cuarto margen; después volvimos y bajamos por la izquierda hacia la estrecha y perforada fosa, sin que el buen Maestro me hiciera separar de su lado, hasta haberme conducido junto al hoyo de aquel que daba tantas señales de dolor con los movimientos de sus piernas.

—¡Oh! Quienquiera que seas, tú, que tienes enterrada la parte superior de tu cuerpo; alma triste, plantada como una estaca—empecé a decir—, habla, si puedes.

Yo estaba como el fraile que confiesa al pérfido asesino, que, metido en la tierra, le llama para que cese su muerte. Y él gritó:

—¿Estás ya aquí derecho, estás ya aquí derecho, Bonifacio?[21] Me ha engañado en algunos años lo que está escrito. ¿Tan pronto te has saciado de aquellos bienes, por los cuales no temiste apoderarte con embustes de la hermosa Dama,[22] y gobernarla después indignamente?

Quedéme, al oír esto, como aquellos que, casi avergonzados de no haber comprendido lo que se les ha dicho, no saben qué contestar. Entonces Virgilio dijo:

—Respóndele pronto: "yo no soy, yo no soy el que tú crees."

Y yo contesté como se me ordenó. Por lo cual el espíritu retorció sus pies; y luego, suspirando y con llorosa voz, me dijo:

—¿Pues qué es lo que me preguntas? Si te urge conocer quién soy, hasta el punto de haber descendido para ello por todos estos peñascos, sabrás que estuve investido del gran manto, y fuí verdadero hijo de la Osa, tan codicioso, que, por aumentar la riqueza de los oseznos, embolsé arriba todo el dinero que pude, y aquí mi alma. Bajo mi cabeza están sepultados los demás papas, que antes de mí cometieron simonía, y se hallan comprimidos a lo largo de este angosto agujero. Yo me hundiré también luego que venga aquel que creí fueses tú, cuando te dirigí mi súbita pregunta. Pero desde que mis pies se abrasan, y me encuentro colocado al revés, ha transcurrido más tiempo del que él permanecerá en este mismo sitio con los pies quemados; porque en pos de él vendrá de poniente un pastor sin ley, por causa más repugnante, y ése deberá cubrirnos a entrambos. Será un nuevo Jasón, parecido al de que se habla en el libro de los Macabeos; y así como el rey de éste fué débil para con él, así con el otro lo será el que rige la Francia.

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