—Si no pulso el botón, me muero seguro. Al menos, si lo pulso, tengo la oportunidad de tener una larga vida. Me gusta tener opciones.
Tener opciones es el problema. Todo sería más fácil si alguien me dijera qué hacer: pulsar el botón, dejar de ver a Marcus, superar lo de Jesse. El problema es que las opciones por las que me inclino suelen ser las malas.
Diego alzó la mano y me apartó de la frente un mechón de pelo.
—Perdona, me estaba poniendo muy nervioso.
—Vaya, ahora todos descubrirán mi identidad secreta.
—¿La de Chico Cósmico? —preguntó Diego sonriendo—. Ya la saben.
Mi sonrisa desapareció y mis defensas se activaron de nuevo. Me alejé de Diego sin decir ni una palabra. Sus disculpas rebotaban contra mi espalda porque llevaba una armadura a prueba de balas. Necesitaba irme, escapar de la casa y de la fiesta y de toda esa gente artificial, pero la entrada estaba atestada, así que trastabillé hasta llegar al jardín, donde no había tanto ruido y podía respirar.
—¡Chico Cósmico!
Marcus y un grupo variado de personas, algunas de las cuales me sonaban, estaban sentados alrededor de una mesa de jardín, cerca del jacuzzi. Natalie Carter estaba sentada sobre su regazo. En el momento en que dijo mi mote, me volví visible. De repente, gente que antes no se había percatado de mí me miraba como si estuviera cubierto de llagas supurantes. Repitieron «Chico Cósmico» como loros e inventaron variaciones semicreativas. Nada dolió tanto como cuando Diego lo dijo.
—¿Quién coño te ha dejado entrar? —La voz de Marcus era jarabe para la tos, pero sus palabras eran ácido.
—La puerta estaba abierta.
Noté en medio del pecho un dolor agudo que se extendió hasta las extremidades. Marcus me estaba tratando como si no fuera nadie. Menos que nadie. Me preguntaba cómo reaccionarían sus amigos del jacuzzi si supieran lo que habíamos hecho en el lugar donde ahora se relajaban.
Marcus le dio un codazo a Adrian Morse.
—Tenemos que empezar a cobrar entrada. Para mantener fuera la escoria.
Estoy seguro de que, cuando la madre de Adrian mira a su hijo por las mañanas o le aparta el pelo sudoroso de la frente cuando tiene fiebre, cree que es un buen chico. Pero cuando yo lo miro, lo único que veo es un bruto loco con complejo de inferioridad y sin apenas un pensamiento propio en su cabeza hueca.
—Me puedo deshacer de él.
—Ojalá deshacerte de tu herpes fuera tan fácil —dije.
Adrian se levantó, pero Marcus lo retuvo. Marcus tenía un brillo peligroso en los ojos, un destello que me asustaba:
—A la mierda. Me siento caritativo. Que se quede el Chico Cósmico. Quizás pueda llamar y pedirles a los aliens que se unan a la fiesta. Si lo haces, diles que traigan hielo. Nos queda poco.
No tenía intención de quedarme en la fiesta. Lo único en lo que podía pensar era en lo equivocado que había estado. No debería haber ido. Cuando Marcus acabó de torturarme, planeé marcharme y no volver a dirigirle la palabra, ni a él ni a nadie más.
—Pero antes —dijo Marcus—, tómate un chupito.
Desde donde estaban los amigos de Marcus, de pie o sentados en el jardín, bebiendo y fumando y juzgando, sentí su desprecio. Me quemaba por la piel, derretía la grasa de mi cuerpo, devoraba mis músculos hasta que yo no era más que un esqueleto. Huesos blanquecinos unidos con cinta adhesiva y los jirones que quedaban de mi orgullo.
Jay O. me tiró una chapa de botella, que me rebotó contra el pecho y cayó sobre la mesa.
—¿Qué podrían querer unos aliens con un anormal como este? ¿Es que no hay gente mejor que abducir?
—Gente más guapa, seguro —dijo Marcus, lo que hizo que se ganara un beso de Natalie. No dejó de mirarme mientras ella le comía la boca.
Y yo me quedé allí y aguanté porque era un objeto. Todos somos objetos para Marcus McCoy.
Marcus empezó a corear «¡chupito, chupito, chupito!» y la horda borracha que me rodeaba lo imitó. Adrian preparó una ronda de chupitos vertiendo un líquido marrón oscuro en los vasitos y derramando parte de él. Marcus me observaba con una sonrisa sudorosa y enloquecida. Adrian terminó de servir y puso los ojos en blanco:
—El Chico Cósmico es un mariquita, seguro que no…
Cogí el vaso de chupito que tenía más cerca y me lo bebí de un trago. El licor sabía a crema de regaliz y sangre. Me estremecí cuando llegó a mi estómago vacío. Cuando terminé, me metí un segundo chupito.
—Gracias por la bebida.
Tiré el vasito a la mesa y me largué. Sus risas me perseguían, pero me negué a mirar atrás. El mundo iba a acabar y nada de aquello importaba. Intenté convencerme de que yo estaba bien.
Pero estaba muy lejos de estar bien.
Estaba demasiado borracho como para volver a casa y no logré encontrar ninguna habitación vacía en la que refugiarme, así que acabé sentado al borde de una larga piscina rectangular, a la sombra de rocas falsas y palmeras. La piscina estaba bastante lejos de la casa, así que no me preocupaba que me encontraran, pero estaba lo bastante cerca como para que pudiera oír sus risas. No podía escapar. No podía dejar de ser el Chico Cósmico.
La luna era apenas un rasguño en el cielo, pero las luces bajo el agua iluminaban el fondo alicatado de la piscina. El resplandor llegaba hasta lo más hondo. Debía de tener más de dos metros y medio de profundidad. Seguro que me hundiría. Habría sido fácil rodar hacia un lado, con la ropa puesta, y dejar que el peso de la tela vaquera y del algodón me arrastraran hasta el fondo mientras de mis pulmones escapaba el último aliento. El mundo daba vueltas a mi alrededor, así que quizás el alcohol que tenía en la sangre evitaría que se me despertara el instinto de supervivencia y podría ahogarme en paz sin la agitación ni los gritos innecesarios.
No importaba por qué los limacos me habían elegido, sino solo que lo habían hecho. Hostia, ¿por qué esperar al fin del mundo?
Diego se equivocaba. Pulsar el botón no me daría opciones. Solo esto. Solo humillación. Soledad. La muerte era más fácil. Podría inclinarme hacia adelante y dejar que mi peso me arrastrara hacia el agua. La gravedad haría el resto. Todo terminaría, y lo único que yo tenía que hacer era dejar que ocurriera.
El resplandor de la luna aumentó y multiplicó las sombras. Me rodearon y engulleron la luz. Sacudí la cabeza para deshacerme del vértigo. Tenía pis, pero no quería volver a la casa. Siempre podía mear en la piscina.
La respiración se me atascó en la garganta y los pelos de las orejas se me pusieron de punta. Intenté mirar a mi alrededor, pero no pude. Intenté gritar, pero no salieron palabras de mis labios. Estaba paralizado.
Oh , pensé cuando la luz de la luna me cegó y las sombras me agarraron con dedos marrones verdosos. No esperaba veros por aquí .

La Tercera Guerra Mundial
Corea del Norte lanza el primer misil. Después de años de amenazas y postureo temerario, la cancelación por parte de la Fox de El búnker es lo que motiva al líder supremo a entrar en acción. Exige ver el final, pero no le hacen caso. Si la Fox no resucita Firefly , desde luego que no van a traer El búnker de vuelta.
El misil de Corea del Norte explota antes de alcanzar su objetivo, pero la agresividad de ese acto pone en alerta máxima a las naciones de todo el mundo. Los líderes de la Unión Europea recomiendan diplomacia. China y Rusia despliegan sus fuerzas militares en lugares estratégicos por todo el planeta; mientras tanto, sugieren a los Estados Unidos que accedan a las demandas de Corea del Norte.
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