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El corral de los quietos
CON ÁNIMO DE LUTO CON ÁNIMO DE LUTO
I I Ahora que desde el corral de los quietos me ves zozobrar en noches de calma chicha y días de marejada, con el casco reluciente y el interior agrietado. Ahora que amenazo con desbordarme, siento tus manos tras las costillas sujetando mi andamiaje. Brindamos en cada plato, con crujido de hojarasca y ramas secas, por las preguntas sin respuesta, por este sinsentido que recorremos con paso inconsciente. Y tal vez fuera mejor esconder la cabeza entre las manos y mirar el rugido de la sangre hasta acabar descoloridos y resecos como un cuadro inacabado en el caballete. O salir huyendo sin mirar atrás ni tampoco adelante y creernos que el dolor no nos alcanza. Pero en el fondo sabemos que lo suyo es reírse de la vida, bailar al ritmo de esparto y boj, caer y revolcarnos en el barro y que las lágrimas dibujen el mapa a seguir en nuestro pecho. Y que desde el corral de los quietos nos escuches, como te escuchamos todavía por aquí.
II II Ya se nos abrió el suelo bajo los pies y hemos contemplado el color del abismo. La inmediatez incierta de un final anunciado se pega a la piel y pesa como el plomo, la espalda doblada, el paso arrastrado. Las lágrimas riegan el llanto y el llanto ahoga las últimas palabras. Cuatro paredes que cada vez se cierran más, un reloj sumido en la anarquía deforma las esperas, la frustración y la rabia de sentir que el mundo se detiene y sin embargo ver que, más allá de nuestra angustia, sigue girando inmutable. El peso en el pecho, escozor en las miradas, tensión insufrible. No quiero escuchar a poetas pontificar sobre dolores, dolor sólo existe uno y bebe de las raíces del mundo, es el soltar una mano y poco a poco sumergirte en el vacío que provoca la ausencia de la propia sangre.
III III Y desde este momento mayo llega marchito y con él, todas sus flores. Amarga el trago hasta la hiel al ver caer los últimos granos, al no encontrar oasis en este laberinto de pasillos. Te fuiste vestido de otoño con la hojarasca dorada bailando en tu pecho y apareces todavía, en esas horas de insomnio que tan bien manejabas. Y se hace cuesta arriba el camino sin respuestas. y se llenan de ausencia las esquinas afiladas de los interrogantes. Y el ruido que tanto ocupa no puede llenar tu silla carente de consejo y migas de pan. Pagaría como nuevas horas de segunda mano, incluso las que amarillean con el exceso de uso. Pago como nuevas las condenas más viejas del mundo mientras elijo la mejor brizna para hacerla sonar, para romper la realidad por su eje y encontrar un atajo que una abril y junio, aun sabiendo que, al llegar, en los bolsillos encontraremos la factura que mayo nos pasa todos y cada uno de los días.
IV IV Al entrar en la cueva las sombras se alargan, multiplican su presencia. El frío y la humedad llaman al miedo que acude raudo, haciendo polvo las piedras que pisa. Las estalagmitas se convierten en fauces que atenazan y hasta no quebrar a la presa no aflojan. En la cueva enloquecen los relojes, las horas se vuelven días y los días son cadenas, a cuyo tintineo el eco no se atreve a llevar la contraria. El sueño de la razón produce monstruos que entre moho y setas agrian el paladar y ni el bombero de guardia es capaz de apagar las llamas. La cueva invierte la norma, el orgullo ha de ser doblegado y agachar la cabeza sólo está permitido para embestir y reducir a recuerdos todas las paredes de la cueva.
V V No decaerá el rugido de la tormenta, durará por siempre sin dejar lugar a la venganza. Dispararemos balas de barro ignorando el olor de la derrota y aun estando desnudos, el fuego tan sólo rozará la piel ensangrentada de las manos mientras seguimos caminando cabizbajos, con los dientes apretados. Los cristales saltarán por los aires y saldremos huyendo sin rumbo, sin poder encontrar ni rastro del eco de voces ausentes, solo el grito ronco del dolor y el arañar la piedra con las uñas. No cesará la tormenta, no en nosotros, pues es la rabia de lo incomprensible lo que ruge en la cabeza, y es la sangre la que atruena buscando abrirse paso entre los restos afilados del naufragio.
VI
VII
VIII
IX
ENCAJE DE BRUSELAS
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
EL FARO
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
ECOS DE SOCIEDAD
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
CUATRO PAREDES
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
METRALLA
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
Datos de autor
El corral de los quietos -es un reconocimiento de la derrota, una astilla en el corazón por la muerte de la sangre. Pero también es el reconocimiento de la vida, de la luz de los faros que nos guían a través de la tormenta, de la pelea y la metralla, de la espuma de cerveza en un vaso compartido, de las ganas de seguir caminando descalzo y de seguir manchando alfombras y páginas desordenadas. La cabra ha vuelto al monte y corretea sobre las piedras y los riscos ganando altura con facilidad, ¿estáis preparadas para la segunda venida?
El corral de los quietos
© 2021, Iñigo Pimoulier
© 2021, La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: marzo de 2021
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788418212642
ISBN Ebook: 9788418212659
Depósito legal: T 245-2021
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
A Juan Miguel Pimoulier Mena “Pimu”.
El otoño tiene una hoja más flotando al viento. Estas palabras son tuyas.
A mi ama y mi hermano, la fuerza.
A Amaia, por aguantar mis ausencias mentales y mis aislamientos
en la cueva de los desvaríos. Eres faro.
A todos los que habéis contribuido a que esto salga adelante, con un consejo
o una mano. Tenéis una birra pagada en el bar que queráis.
Ahora que desde el corral de los quietos
me ves zozobrar en noches de calma chicha
y días de marejada,
con el casco reluciente y el interior agrietado.
Ahora que amenazo con desbordarme,
siento tus manos tras las costillas
sujetando mi andamiaje.
Brindamos en cada plato,
con crujido de hojarasca y ramas secas,
por las preguntas sin respuesta,
por este sinsentido que recorremos
con paso inconsciente.
Y tal vez fuera mejor
esconder la cabeza entre las manos
y mirar el rugido de la sangre
hasta acabar descoloridos y resecos
como un cuadro inacabado en el caballete.
O salir huyendo sin mirar atrás
ni tampoco adelante
y creernos que el dolor no nos alcanza.
Pero en el fondo sabemos
que lo suyo es reírse de la vida,
bailar al ritmo de esparto y boj,
caer y revolcarnos en el barro
y que las lágrimas dibujen el mapa a seguir
en nuestro pecho.
Y que desde el corral de los quietos nos escuches,
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