como te escuchamos todavía por aquí.
Ya se nos abrió el suelo bajo los pies
y hemos contemplado el color del abismo.
La inmediatez incierta de un final anunciado
se pega a la piel y pesa como el plomo,
la espalda doblada, el paso arrastrado.
Las lágrimas riegan el llanto
y el llanto ahoga las últimas palabras.
Cuatro paredes que cada vez se cierran más,
un reloj sumido en la anarquía deforma las esperas,
la frustración y la rabia de sentir que el mundo se detiene
y sin embargo ver que, más allá de nuestra angustia,
sigue girando inmutable.
El peso en el pecho,
escozor en las miradas,
tensión insufrible.
No quiero escuchar a poetas pontificar sobre dolores,
dolor sólo existe uno y bebe de las raíces del mundo,
es el soltar una mano y poco a poco sumergirte en el vacío
que provoca la ausencia de la propia sangre.
Y desde este momento
mayo llega marchito
y con él, todas sus flores.
Amarga el trago hasta la hiel
al ver caer los últimos granos,
al no encontrar oasis
en este laberinto de pasillos.
Te fuiste vestido de otoño
con la hojarasca dorada
bailando en tu pecho
y apareces todavía,
en esas horas de insomnio
que tan bien manejabas.
Y se hace cuesta arriba
el camino sin respuestas.
y se llenan de ausencia
las esquinas afiladas de los interrogantes.
Y el ruido que tanto ocupa
no puede llenar tu silla
carente de consejo y migas de pan.
Pagaría como nuevas
horas de segunda mano,
incluso las que amarillean
con el exceso de uso.
Pago como nuevas
las condenas más viejas del mundo
mientras elijo la mejor brizna
para hacerla sonar,
para romper la realidad por su eje
y encontrar un atajo
que una abril y junio,
aun sabiendo que, al llegar,
en los bolsillos
encontraremos la factura
que mayo nos pasa
todos y cada uno de los días.
Al entrar en la cueva
las sombras se alargan,
multiplican su presencia.
El frío y la humedad
llaman al miedo
que acude raudo,
haciendo polvo
las piedras que pisa.
Las estalagmitas se convierten
en fauces que atenazan
y hasta no quebrar a la presa
no aflojan.
En la cueva
enloquecen los relojes,
las horas
se vuelven días
y los días
son cadenas,
a cuyo tintineo
el eco no se atreve
a llevar la contraria.
El sueño de la razón
produce monstruos
que entre moho y setas
agrian el paladar
y ni el bombero de guardia
es capaz de apagar las llamas.
La cueva invierte la norma,
el orgullo ha de ser doblegado
y agachar la cabeza
sólo está permitido para embestir
y reducir a recuerdos
todas las paredes de la cueva.
No decaerá el rugido de la tormenta,
durará por siempre
sin dejar lugar a la venganza.
Dispararemos balas de barro
ignorando el olor de la derrota
y aun estando desnudos,
el fuego tan sólo rozará
la piel ensangrentada de las manos
mientras seguimos caminando
cabizbajos, con los dientes apretados.
Los cristales saltarán por los aires
y saldremos huyendo sin rumbo,
sin poder encontrar ni rastro
del eco de voces ausentes,
solo el grito ronco del dolor
y el arañar la piedra con las uñas.
No cesará la tormenta,
no en nosotros,
pues es la rabia de lo incomprensible
lo que ruge en la cabeza,
y es la sangre la que atruena
buscando abrirse paso
entre los restos afilados del naufragio.
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