Este volumen está compuesto por ocho capítulos, que presentan reflexiones de método tomadas del oficio cotidiano de investigación. Bajo la orientación epistemológica de lo que Donna Haraway llama una política de lo turbio, María Carolina Olarte-Olarte y María Juliana Flórez Flórez recogen en su capítulo cuatro prácticas de investigación ensayadas, abandonadas, rehechas y afinadas durante los procesos de trabajo con varias organizaciones colectivas de tres regiones del país (Sabana de Bogotá, Viotá y la región del Ariari), cuyas luchas por los comunes han garantizado la vida digna y la permanencia en sus territorios: 1) mover los límites de la autoría, 2) dispersar los escenarios de producción de conocimiento, 3) cuestionar y sortear los procedimientos administrativos autoritarios y 4) incorporar la vivencia situada del territorio. En el cruce de estas prácticas ha emergido lentamente una nueva figura: la investigadora comunitaria.
Siguiendo la premisa de Trihn Minh-ha, “no tenemos cuerpos, somos cuerpos y somos nosotros mientras existimos en el mundo”, Camila Esguerra Muelle hace una reflexión sobre la implicación del cuerpo y las políticas del espacio en el desarrollo de una etnografía multisituada, en el capítulo “Del cuerpo al mundo, del mundo al cuerpo: etnografía, migración y cuidado”. Con este objetivo, traza su camino personal como medio para construir una agenda de investigación sobre migración y cuidado en el marco de lo que llama epistemología de frontera o migrante y de una experiencia de investigación de acción colaborativa.
Tatiana Sánchez Parra sitúa su capítulo en contextos enmarcados por violencias políticas y armadas, con sus repertorios de terror atravesados por el género, teniendo en cuenta que la investigación cualitativa en campo se desarrolla entre lo que nos dicen, lo que no nos dicen y lo que nadie nos dice, pero podemos percibir. El texto adhiere a conversaciones que, desde la etnografía de la violencia, no buscan enfocarse en la violencia misma, sino que procuran comprender las experiencias humanas de guerra, sobrevivencia y resistencia definidas por sistemas de opresión entrelazados. Por ello, desde una perspectiva etnográfica, explora el silencio como espacio de producción de conocimiento, a partir de la pregunta sobre cómo leer dichos silencios y no por indagaciones sobre cómo romperlos o llenarlos.
María Fernanda Sañudo Pazos y Jorge Leal exploran algunas propuestas de análisis, formación e implementación de las políticas públicas desde perspectivas críticas. No es su intención ofrecer un conjunto de recetas, dado que, como admiten en su texto, cada proceso y enfoque de referencia dictarán la lógica de construcción del objeto y sus métodos de estudio, aspectos en los que, además, pesará la concepción de lo político y de la política pública y la intencionalidad del análisis. En este sentido, señalando la potencialidad de tres categorías de análisis, nos invitan a revisar la concepción clásica de política pública, preguntarnos sobre su origen, qué le ha dado lugar y su institucionalización en el marco de las reconfiguraciones de la relación Estado-sociedad. Los autores subrayan la utilidad analítica de la noción de campo (Bourdieu) y de tecnologías de género neoliberales, para establecer las implicaciones metodológicas de pensar la política pública de desarrollo territorial.
A partir de su estudio sobre las economías propias, Natalia Castillo Rojas manifiesta la necesidad de hacer un desplazamiento metodológico desde los modelos econométricos hacia las prácticas económicas, pues en su práctica de profesora de economía notó que sus enseñanzas no se ajustaban a la praxis de las economías al margen del modelo neoclásico: según los modelos econométricos las economías propias lucen un traje que no se ajusta bien a ellas y que las muestra insuficientes. Su texto describe el encuentro con las prácticas económicas y sus posibilidades de uso para el estudio de las economías propias, entendiendo las prácticas en sus dimensiones: como habilidades, sentidos y aliados. Más que una definición de las prácticas se pueden ver las posibilidades de entender la realidad poliforme de las economías propias.
Por su parte, Diana Ojeda analiza la investigación socioespacial crítica asumiendo que el espacio produce y es producido por realidades sociales. Ella propone la noción de contracartografiar, entendida como ir en contra del mapa hegemónico para abrir espacios (simbólicos y materiales) en los que quepan otras realidades menos violentas e injustas. Esta propuesta se presenta a través de dos ejemplos: su investigación en Montes de María sobre el despojo y su investigación sobre la seguridad, como parte del grupo de investigación Espacialidades Feministas. El texto, además, presenta elementos para una investigación feminista, colaborativa, situada y encarnada.
A partir de la narración del encuentro de la investigadora con el análisis estructural de contenidos, en su capítulo Martha Lucía Márquez Restrepo establece un método para analizar la hegemonía en dos acepciones presentes en la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. De un lado, hegemonía como la operación que produce la unidad del sujeto de la narración y, de otro, hegemonía como la imposición de un discurso. En el segundo sentido la autora considera que su aporte fue mostrar cómo el análisis estructural de contenidos puede ser usado para estudiar la hegemonía, mientras que en el primero, la autora construyó un método basado en la teoría constructivista acerca del nacionalismo y la hegemonía, la filosofía del tiempo y de la narración, y los estudios literarios, particularmente la narratología. De esa manera, muestra cómo diversas disciplinas pueden concurrir para solucionar un problema de campo de la ciencia política o, en otras palabras, las enormes posibilidades que ofrece la interdisciplinariedad.
Finalmente, el capítulo de Carlos Arturo López Jiménez se ocupa de las historias de la filosofía en Colombia escritas a partir de los años treinta del siglo pasado y de los rasgos que permiten definirla como una unidad de análisis, un enclave empírico, según el vocabulario que allí se establece. El punto de amarre de estos textos dispersos es el concepto de marco de referencia de la modernidad, que permite ver cómo esos textos están dominados por la inercia de las historias sociales y políticas nacionales, y proyectan teleológicamente una filosofía idealizada a la cual se tendría acceso por vía de la historia de la filosofía de unos pocos países, en su mayoría europeos. Establecer esta unidad permite reordenar los elementos de la historia de la filosofía y dar forma a un modo de ofrecer el pasado filosófico local atado a un reparto de lo sensible susceptible de ser modificado.
CARLOS ARTURO LÓPEZ JIMÉNEZ
Bogotá, 13 de noviembre de 2019
POR UNA POLÍTICA DE LO TURBIO: PRÁCTICAS DE INVESTIGACIÓN FEMINISTAS
María Juliana Flórez Flórez *y María Carolina Olarte-Olarte **
Quiero quedarme con el lío, y la única manera de hacer esto está en el disfrute generativo, el terror y el pensamiento colectivo.
Los espacios vacíos y la visión clara son malas ficciones para pensar.
Arriesgarse en un mundo donde “nosotras” somos permanentemente mortales, es decir, donde nunca tenemos el control “final”. No tenemos ideas claras ni bien establecidas.
DONNA HARAWAY
Durante los últimos seis años hemos sostenido un espacio de investigación compartido donde convergen nuestros intereses por trabajar con movimientos sociales de Colombia. Específicamente, con organizaciones colectivas que, en tiempos de transición política, luchan por defender sus comunes y procesos de comunalización, es decir, aquellos lugares, riquezas, saberes, objetos o prácticas cuyo uso, propiedad, gestión o cuidado colectivizados han garantizado o pueden garantizar una vida digna en sus territorios y la permanencia en ellos.
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