—¡Buen día a todos los presentes! —dijo Bernardo.
—¡Buen día! —respondieron todos, a excepción del comensal del fondo, que finalmente saludó.
—¡Sí! Buen día —contestó el solitario—. Mi viejo amigo, don Bernardo, venga, hombre, ¿que ya no me reconoces?
En efecto, Bernardo se quedó unos instantes observándolo y lo reconoció. Se trataba de su amigo moro, el derviche Murad Shami. Don Bernardo se dirigió hacia la mesa y le estrechó un fuerte abrazo a su amigo moro, dado que hacía un año que no lo veía, pues el moro había estado enfermo de malaria por las costas del norte de África. Gracias al Todopoderoso, ya se había recuperado y no le habían quedado secuelas, más que algunas terribles pesadillas por las noches.
El viejo lobo de mar se acercó, tomó asiento y le pidió a Joaquín que les sirviese una jarra de cerveza, un poco de pollo asado y algunas batatas. El derviche y Bernardo se quedaron conversando sobre sus temas y asuntos personales por un buen momento, hasta que Joaquín, el pasadero, los interrumpió. Traía el almuerzo del viejo lobo de mar. Bernardo comenzó a engullir y el derviche continuó arrasando con todos los alimentos depositados sobre su plato. Quedaba comprobado que tanto moros como cristianos comían y se alimentaban como respuesta ante el mismo síntoma, el hambre. Al fin y al cabo, alimentarse es uno de los placeres más bellos de esta vida.
Ambos se tomaron un intervalo para llegar y saciar ese maravilloso órgano humano, el estómago. Luego de que los dos amigos estuvieron llenos, porque el hambre había desaparecido, al menos por el momento, el posadero se hizo presente y retiró los platos, limpió la mesa y se retiró.
Don Bernardo le contó a Murad Shami el asunto por el cual se estaba dirigiendo al pueblo. Al derviche le interesó el asunto del tesoro, más precisamente no el tesoro material, sino el tema del tesoro mismo, por la aventura que representaba. Pues los derviches son personas nómadas que acostumbran a viajar por todos los rincones del mundo transmitiendo su sabiduría. Por lo general, recorren el mundo musulmán. Pero este era un derviche aventurero. El tema del tesoro le agradó a Murad Shami, porque podría compartir muy buenas historias junto a su amigo Bernardo, al cual hacía bastante tiempo que no veía. Así que Murad aceptó participar de la expedición. Luego de contarle en voz muy baja el asunto del tesoro, Bernardo se dirigió hacia Murad Shami.
—Pero, dime, Murad… ¿Qué estabas haciendo aquí?
—Justamente estaba pensando en almorzar algo para luego partir hacia tu cabaña. Es una coincidencia increíble, ¿no crees tú?
—¡Los dados del destino cayeron para el mismo lado, Shami! —dijo don Bernardo con una pícara sonrisa, tocándole la oreja.
Terminado el almuerzo y el diálogo, se despidieron del posadero Joaquín. Pagaron su almuerzo, luego se fueron cabalgando hasta el pueblo de Málaga. El derviche acompañó a Bernardo hasta allí.
Mientras cabalgaban, el derviche le hizo saber a Bernardo que conocía a un reconocido comerciante, perteneciente a la alta aristocracia de Málaga, que tal vez les podría brindar ayuda con la organización de la expedición.
—¿Crees que este comerciante esté dispuesto a brindarnos su ayuda? —preguntó descreído el viejo lobo de mar.
—Sí, Bernardo. Me debe algunos favores menores desde hace algunos años, y, por otro lado, sabe que soy una persona de fiar. De esta forma, creo que no tendrá ninguna objeción para brindarnos su ayuda. Es el momento oportuno para que me devuelva esos favores. No te preocupes por el dinero, que a esta persona no le hace falta, pues ya tiene bastante. En el peor de los casos, si tiene un ataque de codicia, nos rentará una embarcación a cambio de una determinada suma de dinero. En cuanto a si es de fiar o no, en un simple razonamiento te diría que es de fiar, pero también me vienen a la mente unas palabras que señalan que “no en todas las personas se puede uno fiar, porque en las profundidades de la mente humana se encuentra el camino hacia el reino de la maldad”.
—¡Sí! Son muy sabías tus palabras, Murad… la influencia de lo material en la mente humana… son combinaciones que nunca se sabe con certeza qué pueden llegar a provocar —concluyó Bernardo.
Era un importante comerciante de la ciudad; no se trataba de un simple comerciante, sino de un codicioso prestamista usurero, el cual poseía a su disposición dos galeones y otras seis embarcaciones menores, con las cuales realizaba viajes y negocios de distinta índole por todo el mar Mediterráneo, principalmente, aunque en ocasiones llegaba hasta el puerto de Londres. Pero la actividad económica principal de Cirilo Villaverde era el acarreo de mercancías desde los puertos de toda la costa Mediterránea hasta la zona costera del puerto de Málaga como principal puerto. Luego de acabar la conversación, los dos compañeros siguieron cabalgando en silencio. Murad Shami cabalgaba en su corcel negro, a su lado don Bernardo lo acompañaba en su carreta, la cual iba bastante ligera de peso.
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