Ulises P. Barreiro - El tesoro escondido

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Esta obra es un homenaje a la literatura de J.R.R. Tolkien y R. L. Stevenson. El autor se ha nutrido de historias maravillosas y fantásticas, inspirándose en ellas para la realización de esta novela de aventuras que ocurre a principios del siglo XVIII. La tripulación a bordo de la «Santísima Trinidad» se embarca en un viaje oscuro, repleto de intrigas. A lo largo de la novela nos volvemos íntimos de cada personaje, descubriendo sus facetas, su pasado y sus acciones. Esta historia comienza con una búsqueda de un tesoro y termina con el descubrimiento de un tesoro. Pero aquello que buscamos al principio, nunca es lo que terminamos encontrando. Hay un tinte autobiográfico en la historia, puesto que el autor es un personaje amante del mar, con infinitas aventuras por contar. Con sus historias, nos invita a apropiarnos de nuestro pasado y nuestras culturas, mostrando que todos tenemos algo por contar.

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Mi nombre es Miguel Ángel Treyes, mi rango es el de capitán, capitán de una embarcación. La ubicación donde me encuentro está dada en el mapa que dibujé en la parte inferior. El resto de la tripulación ha perecido en el naufragio. Una carga de cañón enemigo, creo que se trataba de un barco pirata portugués, ha interceptado el casco del buque en el buque llamado Santa María. La carga del cañón dio en la parte baja del lado estribor.

Dada la escasa visibilidad, ocasionada por un espeso banco de nieblas, me ha sido imposible eludir el curso de ese galeón. En un bote cargué dos de los muchos cofres colmados de piezas de oro y de piedras preciosas que habíamos conquistado de una ciudad del Nuevo Mundo. La ciudad era del imperio Azteca, su nombre es Tenochtitlan. Fue conquistada por don Hernán Cortés. El buque Santa María era una de las seis naves que regresaban del viaje de conquista de esta ciudad. Desconozco la suerte de las otras naves, puesto que, debido al bando de nieblas y al intenso combate de los cañones, me ha sido imposible distinguirlas u oírlas.

Como dije, la ubicación en donde me encuentro la describo en el siguiente mapa y doy por fiel palabra de entregar la mitad del tesoro a quien acuda a este pedido de auxilio. Coloco en una botella de jerez la suerte de este pobre marinero. Si esta carta no llegase a tiempo para que me rescaten con vida, dejo para el afortunado que encontrase este mapa la ubicación donde estará enterrado el tesoro.

Dios guarde al bienaventurado que encuentre esta carta muchos años de vida.

M. A. T.

El joven Rafael le había hecho entrega al viejo Bernardo del pedazo de papel. Bernardo, con gesto de intriga, añadió unas palabras:

—Rafael… ¡Estos papeles parecen antiguos de verdad! Dudo que se trate de alguna broma, así que por el momento no te preocupes, que me llevaré esta carta a mi biblioteca para estudiar el asunto por la noche, más detenidamente.

El joven Rafael le dijo a su abuelo:

—Parece que conoces mucho sobre este asunto de mapas antiguos, abuelo.

—Así es. En mi juventud fui marinero, cartógrafo; algo comprendo de mapas antiguos y asuntos de antaño. Pero esa es otra historia que algún día te contaré, ¿de acuerdo?

—Sí, abuelo.

—Pero, por el momento —continuó el viejo lobo de mar—, quiero que aprontes el bote. Mañana junto al alba saldremos de pesca. No te olvides de las redes, las hachas, las cuerdas y de todo lo que creas que será necesario y útil.

—De acuerdo, así lo haré —dijo el muchacho con un tono afirmativo.

Mientras Rafael se dirigía hacia la playa donde se encontraba la embarcación de pesca, su mente era dominada por muchas ideas sobre piratas, tesoros escondidos y otros sucesos fantásticos de la más variada índole. Por otro lado, el viejo lobo de mar se dirigía a su posada. No se trataba de una posada tradicional como la de cualquier pescador vulgar, sino más bien de una persona muy culta y amante de la escritura. La posada estaba construida sobre una base de piedra para que la humedad no la deteriorase con el tiempo.

La cabaña había sido construida al estilo de “el Lafting”, una forma tradicional de construcción que se utiliza por el norte de Europa. El Lafting es un tipo de construcción realizada con troncos de madera; consiste en cortar los troncos de madera y encajarlos unos con otros de manera horizontal para crear muros enormes y fuertes, resistentes a todo tipo de bravura climática.

Lo que muy pocas personas sabían de Bernardo era que el viejo lobo de mar era una persona culta realmente. Le fascinaba el mundo de las letras. Después de navegar, su gran pasión se concentraba en la lectura.

Cuando don Bernardo ingresó en la cabaña, se dirigió a su biblioteca. Podríamos decir que lo acompañó la buena suerte, puesto que muchos libros trataban sobre el tema de navegación.

La historia de la carta lo había entusiasmado bastante, pero, sin hacérselo saber a su nieto, mantuvo oculta su emoción por este asunto.

De hecho, dedicó casi toda la tarde y noche a recolectar la mayor cantidad de información posible sobre naufragios ocurridos durante los años 1500 d. C. al 1600 d. C.

Cuando el sol marcaba las 7:30 pm, juntó todos los libros que había recolectado de su biblioteca y los desplegó sobre el escritorio. También desplegó un mapa con la zona del naufragio y depositó en cada uno de sus extremos unas estatuillas de mármol con la figura de Poseidón. Las estatuillas tenían el tamaño que tiene el antebrazo de un ser humano. Poseidón, en la mitología griega, es el dios que representa al mar, al océano y a la cólera. En latín lo conocemos como Neptuno, pero siempre se trata del mismo dios. Por esta razón, todos los marineros y amantes del mar lo veneran y lo alaban. Y don Bernardo, como todo hombre ligado a las tareas del mar, tenía sus mitos y sus creencias con respecto a él, así que le rezaba a diario. Las estatuillas de mármol habían sido confeccionadas por el famoso escultor español Gregorio Fernández, quien se las había obsequiado al bisabuelo de don Bernardo, Francisco Segovia, íntimo amigo de Gregorio Fernández.

Bernardo tomó del cajón del escritorio una pluma y un cartómetro que depositó del lado izquierdo del mapa. Luego agarró su pipa de raíz de sauce y le echó fuego. Permaneció sentado sobre su sillón como las gaviotas sobre la arena. De pronto, se encontraba observando detalladamente todos los libros de los estantes que tenía en su biblioteca. Se detuvo justamente en el libro de Miguel Cervantes, Don Quijote de la Mancha, primera parte . Recogió el libro que estaba a su izquierda, un libro bordó con letras doradas que se titulaba Rutas cartográficas del Nuevo Mundo . Lo adjuntó con los otros libros que ya tenía arriba de su escritorio. Antes de buscar otro libro, pudo constatar que los grados de longitud y de latitud descritos en el mapa coincidían exactamente con los grados que el libro tenía. Esto lo alegró bastante, porque eso significaba que el mapa, geográficamente, era cien por ciento real.

La isla estaba ubicada a 22,5° de longitud oeste de Greenwich y 90° de latitud este. Hoy en día, a esa isla se la conoce con el nombre de isla Pérez, está ubicada en el golfo de México, pero en los años que esta historia ocurría todavía no había sido descubierta. Por lo pronto, don Bernardo había oído sobre los territorios más cercanos a la isla, los cuales sí habían sido descubiertos. Comprobó que la zona del naufragio descripta por el capitán M. A. T. era correctamente una ruta de navegación antigua que usaban las embarcaciones españolas de antaño para el trajino de mercancías valiosas desde el nuevo continente hacia el viejo continente.

Al terminar de leer el libro, tomó otro cuyo título era Combates marítimos entre España y Portugal . Pudo comprobar que, durante ese período, en las aguas del Nuevo Mundo, y sobre todo en esa zona, se libraron muchos combates por tesoros de los nuevos territorios conquistados. A don Bernardo esto lo llevó a pensar que todo encajaba perfectamente. Apoyó los dos libros sobre el mapa y sacó de la biblioteca un tercer libro, Las islas descubiertas hasta mil setecientos . Esta isla todavía no figuraba en el registro. Cerró suavemente el libro y lo dejó caer sobre los dos libros anteriores. Colocó su mirada fija sobre el alfanje exhibido en la pared, sobre la salamandra que daba de cara al escritorio.

Don Bernardo comenzó a reflexionar sobre la posibilidad, a su edad, de emprender una empresa de tamaña magnitud. También reflexionó sobre la posibilidad de conseguir un buque para cruzar todo ese enorme océano y llegar al otro lado del mundo. Esto sería lo más difícil, si conseguía el capital inicial para costar la expedición. Para este entonces, el día ya se estaba despidiendo y la noche se estaba haciendo presente. A don Bernardo lo invadían muchas ideas, como sobrevuelan los vientos del este por la costa del Atlántico. “¿Será cierto que un mensaje de auxilio puede permanecer dentro de una botella de jerez durante ciento setenta navidades y a la deriva del mar? ¿Puede ser que ninguna persona en estas ciento setenta navidades haya descubierto las islas y, aún más, no haya descubierto el tesoro? ¿No se estaría tratando de alguna trampa de algún galeón pirata? Para que presas fáciles se acerquen, y así puedan ser abordados…”.

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