Vanessa Lorrenz - Dulce enemiga

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¿Puede el odio disfrazarse de amistad? Marian nunca supo lo que era tener una familia, la única que siempre había estado a su lado era su amiga Olivia. Por eso cuando Olivia entra en la alta sociedad londinense, la vida de Marian cambia por completo. Las intrigas, la pasión y un odio disfrazado de amistad serán los estrategas en una lucha entre dos mujeres por conseguir recuperar su pasado, y el amor de del hombre al que aman: Robert.
Robert lleva a cuestas un pasado tormentoso, traicionado por la mujer que amaba y caído en desgracia por la mala fortuna de su padre, todos los que alguna vez lo apreciaron le dieron la espalda cuando más los necesitaba y lo único que quiere es recuperar lo que perdió al amar a la mujer equivocada, aunque la vida le pondrá en su camino a Marian para darle una nueva oportunidad, él no está dispuesto a volver a enamorarse. Ambos guardan secretos que los atormentan, los mismos que pondrán en peligro su amor.

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¡Fabuloso, ahora sí que llegaría hecha una auténtica pena! Salió arrastrando parte de la suela de su zapato y caminó por una de las veredas empedradas sin percatarse que detrás de ella caminaban un grupo de mujeres acompañadas por sus respectivas doncellas. Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que llegaban a su altura y una de las damas la empujaba, provocando que cayera de golpe al suelo, mientras las demás se reían disimuladamente detrás de sus abanicos. Levantó la vista y se quedó paralizada al reconocer en ese grupo de mujeres un rostro demasiado familiar, la misma mujer que la había empujado era alguien tan cercana para ella que del asombro no fue capaz de decir una palabra. No podía ser, estaba segura de que su ansia por encontrar a su amiga la empujaba a imaginar cosas que no eran, la elegante dama que la había empujado nada tenía que ver con ella.

—¿Estás bien? —Escuchó que le decía una voz preocupada, giró la vista para ver que una de las doncellas que acompañaba a las mujeres le sonreía con amabilidad y por un instante sintió ganas de llorar. Volvió la vista al suelo para ver sus manos raspadas y llenas de lodo. En su mente no se dejaba de repetir el pensamiento de que tenía que estar equivocada. No podía ser cierto, pero esa mujer era tan parecida a Olivia que podría jurar que eran la misma persona—, ¿estás bien? —le preguntó la doncella de nuevo; esta vez la voz la sacó de sus pensamientos, se levantó con dificultad del suelo tratando de no mostrar el dolor por la caída.

—Claro —dijo limpiándose las manos en la falda de su vestido dejándola sucia, pero ya nada le importaba, de cualquier manera, llegaría hecha una pena—, soy una torpe, seguramente he tropezado con la gravilla.

Ambas sabían que no era cierto, pero no podían decir nada en contra de sus señoras, ya que llevaba el riesgo de ser despedidas o incluso llevarse un buen castigo. La doncella, al ver su zapato despegado, frunció los labios en una fina línea como si desaprobara su aspecto. Por suerte no dijo nada, Marian la miró con detenimiento, era una chica muy joven, posiblemente tendría unos dieciséis años. Sus mejillas regordetas sonreían con amabilidad.

—Me llamo Molly, me tengo que marchar o mi señora se pondrá furiosa.

—Estoy bien, no te entretengo más. —El grupo de mujeres estaban lo bastante lejos como para que Molly las alcanzara, pero esta con un gesto de asentimiento se puso a correr hasta ponerse a la altura de las demás doncellas. Después de perder de vista a aquellas mujeres, se dio cuenta de que estaba obstruyendo el paso de los pocos que pasaban por el camino.

Tenía la cabeza hecha un lío, podría jurar que la mujer que vio caminando con un vaporoso vestido color rosa, era su amiga Olivia, pero estaba segura de que eran imaginaciones suyas, porque, ¿de dónde sacaría ella un vestido tan lujoso, por no hablar de que estaba acompañada por distinguidas mujeres como si fuera una dama de la alta sociedad? No, estaba segura que su imaginación la había traicionado, las ganas por saber algo de ella estaban haciendo estragos en su mente.

Trató de serenarse y dejó de pensar en esa mujer que había visto minutos antes, decidió que lo mejor era seguir su camino y terminar con su cometido. Como no sabía dónde estaba la casa de los duques, fue preguntando en los puestos del mercadillo. Algunas personas la miraban recelosas y otras, en definitiva, la ignoraban. Al pasar por un espejo que estaba en una puerta principal de una bonetería se dio cuenta de su lamentable aspecto. Ahora entendía por qué la miraban con desconfianza, literalmente parecía una vagabunda.

Una muchacha que vendía flores en una esquina, fue la única que la ayudó a llegar a la casa donde trabajaba su amiga; por suerte, ella surtía todas las mañanas las flores para el ama de llaves de esa casa y no tuvo ningún problema en llevarla hasta la puerta por donde entraba la servidumbre. Ya con el simple hecho de ver la hermosa casa estilo georgiano, que era digna de admiración, le provocó que los nervios la atacaran. Con paso vacilante se acercó a la parte trasera de la casa, donde el movimiento dentro de las doncellas y lacayos era frenético, como si fueran a tener una celebración de gran magnitud. Detuvo a una doncella que caminaba apresurada cargando una enorme cesta de sábanas blancas.

—Disculpa, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Dígame —dijo la muchacha mirando de reojo a la puerta de la casa, como si por el simple hecho de estar detenida con ella la fueran a reprender.

—¿Sabes dónde puedo localizar a Olivia? —preguntó buscando con la mirada a su amiga por los alrededores.

—¿Olivia? No conozco a nadie con ese nombre, señorita.

—¿Estás segura? —preguntó Marian desesperada por tener alguna respuesta. Su amiga no podía haber desaparecido, así sin más. Alguien tenía que haberla visto en cuanto llegó a la casa a trabajar—. Tuvo que haber llegado con la duquesa hace semanas. Venía a trabajar como doncella al servicio de su excelencia.

La doncella pareció pensar bien su respuesta, como si tratara de recordar un detalle importante que se le estuviera escapando.

—No lo creo, señorita, el día que la duquesa llegó fue muy ajetreado, al parecer, la asaltaron en el carruaje donde venían, le iban a disparar a su hija y la duquesa se interpuso.

Estaba a punto de replicar que la duquesa no tenía ninguna hija, pero decidió mejor callárselo porque, a fin de cuentas, ella no sabía nada de lo que se suscitaba entre la buena sociedad.

—¿Quién podrá informarme? —preguntó mirando a todos lados.

—Pues, solo que pase hablar con el ama de llaves, a lo mejor ella sabe si la enviaron a servir a otra casa. —Las palabras de la doncella se perdieron en el bullicio de los demás empleados al entrar en la casa, pero Marian estaba con la mirada perdida en algún punto fijo y ese punto no era otro más que su amiga, sí, esa mujer a la consideraba su hermana, la imagen que sus ojos estaban viendo la descolocaba completamente. Olivia estaba de pie observando a través de una de las ventanas de la casa, miraba a todos lados como si buscara algo, estaba vestida con el mismo atuendo con el que se la encontró de paseo junto con las demás damas de la nobleza. El mismo atuendo de la mujer que la había empujado sobre la empedrada vereda para que cayera al suelo. Sus miradas se encontraron y en sus ojos pudo ver el nerviosismo que la embargaba. Su amiga le hizo una seña para que la esperara y después desapareció de la ventana dejándola confundida.

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