Bibliografía
AGUSTÍN, Obras completas, en http://www.augustinus.it/spagnolo/index.htm.
• La bondad del matrimonio
• La Ciudad de Dios
• Comentario literal al Génesis
• Confesiones
• En. Ps. (= Comentarios a los salmos) 1; 7; 33; 37; 62; 85; 86; 118; 140
• Epistula 10; 38; 118; 124; 130; 138; 151; 213
• Homilía sobre la primera carta de san Juan
• La piedad con los difuntos
• Sermón 2; 9; 15a; 20B; 51; 80; 81; 113A (= Den 24); 131; 229B; 278; 299D; 305a; 306C; 355; 356
• Soliloquios
• El trabajo de los monjes
• Tratado sobre el evangelio de san Juan
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ITIARTE, R. R., «Perspectiva del cuerpo en san Agustín», en Revista Agustiniana de Espiritualidad 14 (1973), pp. 363-384 (reimp. en Estudio Agustiniano 9 [1974], pp. 61-74).
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SAN BENITO.
LA TRADICIÓN MONÁSTICA (BENEDICTINA) Y LA ENFERMEDAD
IGNASI M. FOSSAS, OSB
Monasterio de Montserrat
Barcelona
1. San Benito y su experiencia de la enfermedad
Sabemos poco sobre la biografía, en el sentido moderno del término, de san Benito. La única fuente para conocer algo de su vida es el libro II de los Diálogos, de san Gregorio Magno. Como es bien sabido, esta obra de san Gregorio es una recopilación de vidas de santos y, por tanto, hay que situarla en el género literario hagiográfico, cuyo objetivo no es hacer una biografía de los personajes, en el sentido moderno del término, sino más bien edificar a los lectores mostrando la acción de Dios en la vida de unos hombres y mujeres que se dejaron plasmar por la gracia. Esta obra está dividida en cuatro libros, el segundo de los cuales está enteramente dedicado a Benito de Nursia, «varón de vida venerable […] que, deseando agradar solo a Dios, buscó el hábito de la vida monástica» (Introducción), y que «escribió una regla para monjes, notable por su discreción y clara en su lenguaje» (cap. XXXVI) 1.
En relación con la enfermedad y la muerte, interesa al autor de los Diálogos mostrar los poderes taumatúrgicos de san Benito, como expresión de su santidad, fruto del don del Espíritu, a partir, naturalmente, de una clara inspiración bíblica. Así pues, lo vemos en el cap. XI sanando con su oración a un joven monje que había sido aplastado por el derrumbe de una pared, o en el cap. XXVI, donde cura a un leproso, e incluso resucitando al hijo de un campesino (cap. XXXII). Las cualidades curativas se extienden incluso a los lugares habitados por el santo, una vez este ya había fallecido. Así, en el cap. XXXVIII se narra el caso de una mujer que había perdido el juicio y estaba perturbada por completo, y que después de haber pasado una noche en la cueva donde había vivido Benito, al alba del día siguiente salió «tan sana de juicio como si nunca hubiese sufrido perturbación alguna, y conservó durante toda su vida la salud que había recobrado».
De todos modos, resulta más interesante para nuestro estudio lo que cuenta san Gregorio en el cap. XXXVII. Es la única referencia que encontramos a la enfermedad de san Benito, y está directamente relacionada con su muerte. La narración empieza con un «lugar común» en la vida de los santos, a saber, el anuncio del día de su muerte con notable antelación, tanto a hermanos que vivían con él como a otros que vivían lejos. Seguidamente se explica que «seis días antes de su muerte mandó abrir su sepultura. Muy pronto, atacado por unas fiebres, comenzó a fatigarse con su ardor violento. Como la enfermedad se agravaba de día en día, al sexto se hizo llevar por sus discípulos al oratorio y allí se fortaleció para la salida de este mundo con la recepción del Cuerpo y Sangre del Señor; y, apoyando sus débiles miembros en manos de sus discípulos, permaneció de pie con las manos levantadas al cielo, y exhaló el último aliento entre palabras de oración».
Encontramos aquí los elementos característicos de la tradición monástica benedictina –y, en última instancia, de la tradición cristiana tout court– para vivir la enfermedad y la muerte. Podríamos resumirlos en los siguientes puntos: en primer lugar, hay que intentar afrontar la enfermedad y la muerte como dos realidades integradas en la propia vida; no tanto como una excepción que no debería haber ocurrido, ni mucho menos como un castigo o un destino fatalista. Se trata de vivirlas como una oportunidad única para profundizar en la configuración con Cristo, y esto encuentra su máxima expresión en la comunión sacramental con su Cuerpo y su Sangre. Al final del Prólogo de la Regla para los monjes (RB), san Benito les recuerda que deben perseverar en el monasterio hasta la muerte, de modo que «participemos de los sufrimientos de Cristo por la paciencia y merezcamos también acompañarle en su reino» (RB, Prólogo 50) 2. En segundo lugar, el ideal de morir rezando en el oratorio (el lugar donde se ha hecho la profesión monástica y que ha sido, junto con la propia celda, el espacio del combate de la oración) como síntesis de toda la vida monástica. Y, para terminar, la dimensión comunitaria, es decir, el hecho de vivir el momento de la enfermedad y de la muerte rodeado por los hermanos, con los cuales se ha ido construyendo la propia vida.
Este ideal sigue presente en los monasterios, de modo que a menudo somos testigos de cómo un hermano procura vivir, por la gracia de Dios y con la ayuda de la comunidad, su enfermedad y su muerte de este modo. Es habitual, cuando se da el caso y con el permiso del interesado, informar a los hermanos de una enfermedad grave que sufre uno de ellos, para que recen por él y le ayuden, directa o indirectamente, a afrontar la situación de fragilidad y de sufrimiento que comporta. La administración del sacramento de la unción de los enfermos es un momento de especial intensidad en este proceso. Cuando llega el momento de la muerte, lo ideal es poder avisar a la comunidad para que acompañen al hermano en el último tránsito hacia el encuentro definitivo con el Señor. Se acostumbra a leer fragmentos de la Escritura y al final se canta el Salmo 118,116: Suscipe me Domine, secundum eloquium tuum et vivam, et non confundas me ab exspectatione mea («Recíbeme, Señor, según tu palabra, y viviré; y no me confundas en mi esperanza»), que es el salmo propio de la profesión monástica (cf. RB 58, 21). No es difícil hacer una lectura alegórica de este versículo, muy apropiada en el momento de la profesión definitiva, en el umbral de la vida eterna.
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