5. Despedida
– Canto o plegaria.
– Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)
– Abrazo de paz.
Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.
1. Sugerencias para el inicio del encuentro
1. Primeras palabras
– Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.
– Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.
– Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.
2. Repetir
– Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).
– Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).
3. Repetir estas u otras frases:
– Jesús, tú me miras con amor.
– Me quieres como soy.
– Me amas con ternura.
– Te siento cerca.
– Necesito tu ayuda.
– Me das paz.
2. Al proclamar el Evangelio
– Tus palabras son espíritu y vida.
– Tú tienes palabras de vida eterna.
– Maestro, ¿dónde vives?
– Señor, que se me abra mi corazón.
3. Al iniciar la meditación del Evangelio
– Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.
– Hágase en mí según tu palabra.
– Señor, si quieres, puedes limpiarme.
– Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
– Maestro, que vuelva a ver.
– Ten compasión de mí, que soy pecador.
– Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.
4. Acción de gracias al final del encuentro
– Es bueno dar gracias al Señor.
– Dios mío, te daré gracias por siempre.
– Damos gracias al Señor, porque es bueno.
– Te damos gracias, porque nos has escuchado.
– Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.
– El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.
CAPÍTULO 1
DESPERTAR EN NOSOTROS LA ACTITUD DE BÚSQUEDA
Signos de nuestro tiempo:
en tiempos de increencia
Probablemente, la increencia ha existido siempre a lo largo de la historia de la humanidad. Pero todos los análisis apuntan a un hecho evidente. En la sociedad posmoderna de nuestros días se está produciendo por vez primera una increencia de manera masiva. Esta increencia está generada e impulsada por la convicción de que eliminar la creencia en Dios es el paso decisivo para lograr la completa liberación del hombre y de la sociedad.
Por eso, la increencia de nuestros días ha sido calificada de «posreligiosa» y «poscristiana». Esto quiere decir que esta increencia no representa solo ignorar la fe en Dios, sino que, en el fondo, lo que se pretende es sustituir una cultura hasta ahora creyente por otra donde se aprenda a ser, sentir, pensar, vivir y morir de manera increyente. ¿Cómo estamos reaccionando los cristianos ante esta increencia que va penetrando con fuerza en nuestra sociedad? Solo apuntaré tres actitudes básicas.
Muchos cristianos la consideran un peligro que viene de fuera y puede arrasar lo poco que queda de vida cristiana entre vosotros. Desde esta visión radicalmente pesimista, lo importante es luchar contra la increencia volviendo al pasado para buscar seguridad en las verdades absolutas, la ortodoxia, el autoritarismo, la disciplina… (fundamentalismo) o para recuperar prácticas, costumbres, creencias, devociones del pasado… (neoconservadurismo).
Para otros cristianos, la increencia es una tentación. Su fe ha estado hasta ahora muy fundamentada en la tradición familiar y el ambiente social, y ahora se defienden como pueden: viven en una «crisis de fe» permanente. Algunos de ellos van descubriendo que la fe solo se puede vivir hoy en la actitud de aquel desconocido que se dirigió a Jesús con estas palabras: «Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad».
Pero hay también comunidades y grupos donde los cristianos están descubriendo en esta increencia un «signo de estos tiempos». Esta crisis sin precedentes del cristianismo es, al mismo tiempo, una llamada a una conversión sin precedentes. Una llamada a purificar prácticas, creencias, costumbres o tradiciones vacías de verdad evangélica; una llamada a la conversión personal sobre la que descansa siempre la vida cristiana; una llamada a la renovación interior de nuestro modo de vivir la fe; una llamada a convertirnos en verdaderos discípulos desde la sensibilidad de nuestros tiempos.
Todo esto nos está exigiendo despertar en nosotros la «actitud de búsqueda». No podemos seguir viviendo la fe como la hemos estado viviendo hasta ahora. No podemos encerrar el cristianismo en una cultura anacrónica que pertenece al pasado. Hemos de ser testigos de un «Dios contemporáneo», es decir, del Dios vivo, encarnado en Jesús y presentado a los hombres y mujeres tal como son realmente hoy. Más aún. Hemos de buscar ser «fieles al futuro», pues el Espíritu empuja siempre a la Iglesia hacia adelante, «a anunciar el Evangelio hacia una historia que todavía no ha llegado».
1
¿QUÉ BUSCÁIS?
Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… Voy a escuchar a Jesús, mi Maestro interior… Dios me va a hablar por medio de él… «Jesús, tus palabras son espíritu y vida».
Juan 1,35-39
35Estaba Juan con dos de sus discípulos 36y, fijándose en Jesús, que pasaba, dijo:
–Este el Cordero de Dios.
37Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
38Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:
–¿Qué buscáis?
Ellos contestaron:
–Rabbí (que significa «maestro»), ¿dónde vives?
39Él les dijo:
–Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Estamos al comienzo de nuestro recorrido. Vamos a escuchar una pregunta importante de Jesús: ¿Qué buscáis? Con esta pregunta, Jesús puede despertar en nosotros esa actitud de búsqueda, tan importante para iniciar nuestro recorrido. ¿Qué es lo que yo busco realmente en estos momentos?
LEEMOS
El evangelista narra cómo fue naciendo el grupo de discípulos de Jesús. El texto evangélico recoge dos momentos y una conclusión. En la primera escena, Juan el Bautista orienta a dos de sus discípulos a seguir a Jesús. En la segunda escena se describe cómo los dos discípulos entran en contacto con Jesús, su nuevo Maestro. En la conclusión se dice que los dos discípulos vieron dónde vivía y se quedaron con él.
1. Primera escena: orientados por el Bautista, dos discípulos entran en contacto con Jesús (vv. 35-37)
El Bautista está acompañado por dos de sus discípulos. Sin duda, han escuchado su predicación y han recibido su bautismo en las aguas del Jordán, cerca del lugar donde se encuentran en este momento. El Bautista les ha enseñado a vivir esperando la llegada de alguien que es más grande que él. Su llegada es inmediata. Incluso, poco antes, se ha atrevido a decirles: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia» (Juan 1,27-28). Todos han de estar atentos a su llegada.
De pronto, Juan ve que Jesús «pasaba» por allí. No se nos dice de dónde viene ni adónde se dirige. No se detiene junto a Juan. Va más lejos que este grupo que busca ser limpiado de su pecado en las aguas del Jordán. Juan se fija en él e inmediatamente lo comunica a sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios».
Jesús viene de Dios, no con poder ni gloria, sino como un cordero indefenso e inerme. Nunca se impondrá por la fuerza, a nadie forzará a creer en él. Nunca se defenderá. Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran seguirlo habrán de acogerle libremente.
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