Por otro lado, pensaba que no había nada de malo, que solamente era un comida en la que intentarían dejar el pasado atrás y seguir con sus vidas, por lo menos ella era lo que deseaba. Quería cerrar esa parte de su vida y seguir adelante para poder vivir su vida y ser feliz al lado de un hombre que la amara sinceramente y le diera hijos. Pero muy en el fondo, se negaba a creer que Cristopher no tuviera intenciones ocultas, respecto a ella. Le parecía imposible que él se lo estuviera tomando tan bien. A ella le constaba que Cristopher la había amado profundamente y un amor tan intenso, no desaparecía de la noche a la mañana. Tendría que estar alerta, iba a tener que andarse con pies de plomo, respecto a él. Se acabó la taza de té, enjuagó los cacharros que había utilizado y los dejó escurriendo en el fregadero. Apagó la luz de la cocina y se fue al dormitorio. Se acostó y apagó la luz de la lámpara, veinte minutos más tarde, se quedó dormida. Estaba tan cansada que el resto de la noche no se enteró de nada.
Cristopher seguía en su despacho trabajando en el ordenador. Ya era madrugada y todavía no podía concentrarse en el ordenador. En su cabeza aparecía la imagen de Isabella, tan bella como la recordaba. Los años transcurridos le habían sentado de maravilla. Estaba más bella que en el pasado, se decía, mientras se terminaba la taza de café que se había preparado. No podía creerse que después de tantos años, pudiera seguir amándola como la amaba. Lo que más le dolía era ver con la facilidad que ella lo había olvidado. Eso era lo que más le quemaba en el fondo de su ser. Verla tan feliz al lado de otro hombre, mientras él seguía guardando y atesorando cada recuerdo en lo más profundo de su corazón y de su mente. Pero, al fin y al cabo, sabía perfectamente que cambiar de un hombre a otro con tanta facilidad, era la naturaleza de ser de Isabella, era algo que no le sorprendía para nada. Él mismo había sido víctima de sus encantos para ascender rápidamente en el escalón social, tener todo lo que en su humilde infancia no se le había permitido tener. Por eso, cuando lo conoció a él, vio una luz de esperanza a la que aferrarse y ascender más rápido, que trabajando. Había sido un ingenuo que aún se seguía flagelando por la estupidez que había cometido al enamorarse de ella. El amor te nublaba todos los sentidos y hacía que no se pensara con racionalidad, y estaba pagando las consecuencias por su imprudencia. Pero muy pronto eso terminaría cuando la destruyera a ella, pensó con una sonrisa cínica, mientras miraba fijamente la pantalla del ordenador, en la que en ese momento se proyectaba en la pantalla una foto de los dos sonriendo felices, como si el mundo dejara de girar cuando estaban juntos. Las horas que pasaban juntos se les hacía demasiado corto, tanto, que los dos perdían la noción del tiempo.
Después de dos horas, por fin consiguió terminar el trabajo. Exhausto, apagó el ordenador, se levantó del asiento y se fue al dormitorio. Ya en él, se quitó la camiseta dejando a la vista unos perfectos abdominales y unos musculosos brazos, un torso salpicado por un vello fino que terminaba a la altura de la cintura, en forma de V. Finalmente, se quitó los vaqueros que llevaba puestos y se quedó en bóxeres. Abrió la cama y se deslizó entre las suaves sábanas de seda azul que cubrían la cama. Apagó la luz y se quedó un buen rato mirando fijamente el techo, sumido en sus pensamientos. Después de media hora, inconscientemente, fue cayendo en los brazos de Morfeo, transportándolo a un profundo y reparador sueño. Por fin, después de varios días sin poder dormir bien, finalmente, consiguió descansar toda la noche con total tranquilidad. Mientras una tenue luz de luna iluminaba el dormitorio, que a veces, quedaba en penumbra porque las nubes ocultaban la blanca luna.
A la mañana siguiente, Isabella se despertó con los primeros rayos de sol iluminándole la cara. Parpadeó unas cuantas veces, para que la vista se acostumbrara a la luz. Le parecía imposible que hubiera sido capaz de dormir tan profundamente. Se levantó de la cama con energías renovadas. Se fue a la cocina y se preparó su acostumbrado almuerzo que constaba de una taza de café, tostadas con mermelada y una barrita de cereales energética. Luego volvió al dormitorio y se fue directa a la ducha, disfrutó de la relajación y el bienestar que le producía el agua caliente a su cuerpo. Al terminar, se secó con una toalla y se cubrió con un albornoz y salió del cuarto de baño. En el armario rebuscó y escogió un vestido beige de encaje que le llegaba por las rodillas, zapatos de tacón del mismo tono y una chaqueta blanca de volantes. Se puso en el cuello una sencilla cadena de oro con la inicial de su nombre, brillantes incrustados delicadamente y unos pequeños pendientes a juego con la cadena complementaban el atuendo. Se acercó a la cómoda, y mirándose en el espejo, se aplicó una suave capa de maquillaje, sombra de ojos y brillo en los labios. Isabella tenía una piel tan limpia y uniforme, que nunca había necesitado de mucho maquillaje, y a eso había que añadirle lo bella que era. Ese día se recogió el pelo en un moño bajo la nuca y volvió a repasar el maquillaje. Echó un último vistazo al espejo y quedó satisfecha con el resultado, se veía más guapa que nunca. Salió del dormitorio y cogió el maletín del ordenador portátil, las llaves del apartamento y cerró la puerta. De camino al aparcamiento, Isabella saludó a dos vecinas que salían juntas todas las mañanas a correr por el vecindario. Eran unas chicas agradables que trabajaban como dependientas en una tienda de ropa y se habían hecho grandes amigas. Le habían contado a Isabella, en una ocasión en la que la invitaron a tomar café. También le habían contado que sus respectivos novios eran hermanos e Isabella se alegraba por las chicas, eran tan buenas que merecían ser felices, se dijo mientras llegaba al coche.
Subió al coche y arrancó, después de varias paradas en los semáforos, y media hora más tarde, aparcaba el coche en el estacionamiento de la empresa. Salió del coche y cuando no había dado unos pasos, Kyle la llamó desde el otro extremo del aparcamiento, sus plazas quedaban bastante alejadas. Isabella esperó hasta que él llegó a su lado, se dieron los buenos días y se pusieron a caminar hacia la entrada del edificio. Saludaron a la recepcionista y subieron al ascensor hasta su correspondiente planta. Al salir, fueron a la sala de descanso y se tomaron un café juntos, ya que aún les quedaba veinte minutos para incorporarse al trabajo. Un cuarto de hora más tarde se despidieron y se fueron a sus respectivos despachos, Isabella entró en el suyo con una sonrisa en los labios. Se sentó en el asiento y lo giró hacia los grandes ventanales, no podía amargarse el día por conjeturas, se dijo, ese día se obligaría a sí misma a concentrarse en el trabajo y a no pensar en nada más. Hacía un día tan hermoso que no quería empañarlo con los recuerdos de Cristopher, se negaba a que ese hombre se volviera a convertir en el centro de su vida para acabar destrozándosela nuevamente. Pero un suave movimiento llamó su atención hacia donde estaba el sofá, ella se quedó de piedra, no se había dado cuenta de que había entrado alguien en el despacho, Jasmine, su secretaria, no le había informado de que esa mañana tuviera alguna visita.
Isabella permaneció inmóvil donde estaba, como si le hubieran pegado los pies al suelo, ya que no se podía mover por el miedo, no le hacía falta volverse hacia el sofá para saber de quién se trataba. La reacción de su cuerpo le dijo que era Cristopher, el que estaba en su oficina. Lentamente se giró hacia el sofá y pudo ver que él estaba sentado tranquilamente en el sofá y a su lado tenía un ramo de flores, para ser más exactos, eran unas rosas rojas y blancas, las preferidas de Isabella; por un momento, se quedó sorprendida que Cristopher recordara ese detalle después de tantos años separados.
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