Diez minutos más tarde, Kyle entró en el despacho de Isabella con dos vasos de café con leche, uno para Isabella, y otro para él.
—¿Qué te pasa?, pareces ausente —preguntó él, mientras tomaba asiento frente a ella, y depositaba los vasos de café sobre el escritorio. Le acercó uno a ella e Isabella lo destapó, oliendo el delicioso aroma de café, era su favorito.
—No me pasa nada, es el trabajo. —Y dio un sorbo a su bebida.
—No me engañas, Isabella. Algo te tiene preocupada. —Y también dio un sorbo a su café.
Isabella se recostó en el respaldo del asiento y habló:
—Creo que he cometido una locura.
—¿Por qué…? —preguntó Kyle, para incitarla a que siguiera hablando. Sabía muy bien que, si Isabella se cerraba en banda, no había forma de sacarle nada. Tenía que aprovechar que ella estaba dispuesta a hablar.
—Acepté una invitación a comer de Cristopher —prosiguió diciendo, mientras las manos le empezaban a sudar, a causa de los nervios.
—¿Ese... es... el hombre del que estabas enamorada? —Kyle recordaba que le había hablado de él, y cómo acabó todo entre ellos. Su instinto protector hacia ella se puso en guardia, y se enderezó en el asiento—. Hazme caso, Isabella, no vayas, no sabes qué intenciones tiene ese hombre.
—Tranquilízate, Kyle —lo dijo más bien para ella misma que para él, ya que estaba hecha un manojo de nervios—, solo es una comida, me ha dejado escoger el restaurante, el Old Beginins, el viernes a las dos de la tarde.
—¡Por favor, cuídate!, ese hombre te hizo sufrir mucho y no quiero que vuelva hacerlo de nuevo.
—No lo hará, no le daré la oportunidad de que me vuelva a hacer daño, solo será una comida para zanjar el pasado y seguir con nuestras vidas.
—¿Eso es lo que piensas tú, o lo que te ha dicho él? —preguntó Kyle incrédulo, temía que ese hombre ya estaba empezando a utilizar de nuevo a Isabella, y no le gustaba para nada el asunto.
—Ambos lo pensamos así. —Pero mientras decía esas palabras, desvió la mirada para que Kyle no viera su expresión, ya que a él no podía engañarlo, siempre le hacía bromas diciéndole que, para él, ella era como un libro abierto. Isabella no era capaz de mentir y menos a un hombre que estaba enamorado y siempre pendiente de que ella estuviera bien.
Kyle frunció el ceño, dudando de la respuesta de Isabella, pero de momento se conformaría con la respuesta; a partir de ahora, tendría que estar pendiente de ella. Esperaba estar equivocado sobre ese hombre, pero su intuición le decía que ese tal Cristopher iba a acabar por destrozarle la vida a Isabella, y eso él no lo podía permitir mientras él viviera, se dijo para sí con convencimiento. Vigilaría de cerca los movimientos de Isabella y ese hombre. Si veía que ella corría peligro, actuaría.
Una hora más tarde, salieron del despacho a comer. Dieron un paseo mientras se encaminaban hacia el restaurante y disfrutaban del agradable día que hacía.
Cristopher seguía en su apartamento, pensativo. No podía creerse la suerte que tenía. En menos de lo que se imaginaba, Isabella estaría tan prendada de él, que haría todo lo que le pidiera. La tendría literalmente a sus pies, y cuando ella pensara que todo marchaba bien entre ellos daría comienzo a la tortura. Isabella sufriría de primera mano todo el daño que le había hecho a él. Ella creía que esa comida sería para firmar una tregua entre ellos, pero Isabella no sabía que ese día empezaría su sentencia de muerte. Cuando acabara con ella, iba a desear mil veces la muerte que seguir viviendo a su lado. Ni siquiera iba a dejar que rehiciera su vida con otro hombre. La iba a dejar tan traumatizada, que iba a desconfiar de las intenciones de cada hombre que se le acercara. Siguió sonriendo mientras giraba en la silla del despacho que había instalado en el apartamento. Por fin la vida le había dado la oportunidad de vengarse de Isabella, e iba a disfrutar de cada segundo con ella.
De nuevo iba a disfrutar del cuerpo de ella. De sus caricias, sus suaves y delicadas curvas, del olor a almendras de su aterciopelada piel y la fragancia a rosas de su pelo. Cuánto la amaba, se decía así mismo, mientras en su mente afloraban los recuerdos del pasado. Si ella no se hubiera burlado del amor que él le profesaba, todo habría sido muy diferente. Ahora seguirían felices amándose, compartiendo las noches en la misma cama, como lo hicieron en el pasado. A Cristopher, esos recuerdos le causaban un insoportable dolor en el corazón. Pero la traición de Isabella era un recuerdo que nunca se podría quitar de la cabeza, aunque él quisiera relegarlo a la parte más lejana de su cerebro. Siempre había una chispa que los encendía nuevamente, causándole un dolor atenazante que no podía soportar.
Finalmente, se levantó del sillón y salió del despacho. Esa noche tenía una importante cena de negocios con un comercial y le hacía falta el tiempo para ducharse y cambiarse de ropa, cuarenta y cinco minutos después, salió del apartamento y se encaminó hacia el aparcamiento donde estaba estacionado el coche. Se subió a él y suspiró, mientras sujetaba con firmeza el volante, su plan de venganza contra Isabella estaba en marcha. Aunque en su mente lo tenía así de claro, su corazón se oponía, diciéndole que estaba cometiendo un gran error. Pero él se negaba a escucharlo de nuevo. Le había hecho caso una vez y había acabado con él destrozado, no le daría de nuevo la oportunidad de volver a sufrir por ella. Tenía que pagar por todo el dolor que le había causado. Necesitó de años para enfrentarse de nuevo a la realidad y darse cuenta de que ella ya no volvería a estar de nuevo con él. No amándolo, como él la amaba a ella. Sacudió suavemente la cabeza, y puso el coche en marcha. Salió del aparcamiento acelerando y con un estruendoso chirriado de ruedas. Así era él, cada vez que se acordaba de Isabella. Tenía que acordarse de ella como una cualquiera, capaz de entregarse al mejor postor por conseguir lo que quería y ascender en la sociedad. Pensaba, mientras circulaba entre la densa circulación, y conducía de camino al restaurante donde lo esperaba el comercial para tratar un importante negocio.
Esa misma noche, a Isabella le resultó imposible pegar ojo. No dejaba de dar vueltas y más vueltas en la cama. No podía creer que fuera tan idiota para aceptar la invitación a comer de Cristopher. Sabía que, si lo dejaba entrar de nuevo en su vida, la volvería a hacer sufrir. Y no quería volver a sufrir de nuevo por ese hombre, no después de los esfuerzos que tuvo que hacer para salir a flote y encauzar de nuevo su vida. Diez minutos después, se dio por vencida al ver que le era imposible dormir y encendió la lámpara. Se levantó de la cama y salió del dormitorio para ir a la cocina a prepararse un té que la ayudara a descansar. Lo necesitaba, el día siguiente tendría un día muy ajetreado y necesitaba urgentemente unas horas de descanso para despejarse. En la cocina cogió una taza, después puso un cazo de agua a hervir en el fuego y cogió un sobre de té del paquete. Minutos después, ya con el té preparado, se sentó en una de las sillas que había alrededor de la encimera. Su mente voló, inevitablemente, de nuevo a Cristopher. Seguía siendo un hombre atractivo, se dijo para sí, los cinco años que habían pasado habían hecho que su rostro más maduro, enfatizara sus facciones. Su cuerpo era también más musculoso y fuerte que en el pasado. Seguramente por las largas horas que pasaba en el gimnasio, pensó distraída, mientras su mente evocaba imágenes de Cristopher. No podía creer que fuera tan necia para seguir amándolo como lo amaba, sobre todo después de todo el daño que le había hecho, que hubiera sido mucho peor si estuviera enterado de la verdad.
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