—No pienso darte explicación alguna, jamás la quisiste en el pasado y ahora es demasiado tarde para que te preocupes por mí —respondió, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano y lo miraba fijamente con una expresión indescifrable.
—No pienso irme hasta que me digas qué está pasando.
—Y yo te he dicho que de mí no obtendrás respuestas. —De un manotazo improvisto lo apartó de ella y se levantó. Aprovechó ese momento para esquivarlo y se puso a correr por el pasillo hacia su dormitorio y se encerró. Cristopher lanzó un juramento y fue detrás de ella.
—¡Maldita sea, Isabella! —exclamó, mientras golpeaba la puerta—. ¡Abre la maldita puerta de una vez!
Isabella se dejó caer sentada sobre la cama y se tapaba los oídos para no escucharlo. Esa noche se había comportado como una auténtica idiota. Nunca debió permitirle entrar en su apartamento y mucho menos dejar que las cosas llegaran tan lejos. Sabía perfectamente que él no tramaba nada bueno contra ella y le acababa de proporcionar la munición perfecta para destruirla. Sabía que después de esa noche, él no se quedaría tranquilo y se pondría a averiguar lo que realmente había sucedido esa maldita noche cinco años atrás. Tenía el presentimiento de que, si Cristopher averiguaba la verdad, todavía la odiaría mucho más cuando supiera que habían abusado de ella. Su instinto le decía que él se sentiría asqueado de ella. Quince minutos después, Cristopher se cansó de golpear la puerta y gritar, salió de la casa soltando una sarta de imprecaciones y dando un sonoro portazo. Pero, por si acaso, ella se quedó como estaba largo rato.
Cristopher se acercó al coche hecho una furia. Se sentó tras el volante y descargó toda su frustración con el volante mientras seguía maldiciendo. Había sido completamente inútil hablar con Isabella. Había intentado ser paciente, pero sus esfuerzos fueron completamente inútiles. Ella había logrado encerrarse en lo que creía era el dormitorio, ya que no tuvo tiempo de mirar en su interior. Tenía que averiguar lo que estaba pasando de otro modo, sabía que por ella no iba a conseguir sacarle la verdad. Lo que ella le había dicho era cierto, si cinco años atrás no quiso escuchar la verdad, ahora era demasiado tarde. Aunque lo que estaba pasando a Isabella, le dolía en el alma como si le clavaran un puñal en el corazón, eso trastocaba todos sus planes, ya que para lograr su objetivo tendría que seducirla. Pero algo le habían hecho a Isabella para que rechazara el contacto con un hombre cuando estaban muy cerca de hacer el amor. Se había puesto a gritar con desesperación y pidiendo que la dejara en paz.
Encendió el coche y salió del aparcamiento con un sonoro chirrido de neumáticos, Isabella se acercó a la ventana de su dormitorio y vio que Cristopher se marchaba a toda velocidad, esperaba que por lo menos no tuviera un accidente por su culpa. Se maldijo una y otra vez por ser tan estúpida. Nunca debió permitir que él entrara en el apartamento y dejar que las cosas llegaran tan lejos. Pero se sentía tan aturdida por las caricias de él que no fue capaz de pensar en nada más. Fue el hecho de que él puso su mano en su parte más íntima para que de pronto, volviera a revivir todo de nuevo. Así había empezado Lancaster, y aunque ella había intentado resistirse, él era mucho más fuerte que ella y evitó que pidiera ayuda. Cuando Cristopher los sorprendió, parecía realmente que eran dos amantes disfrutando de una tórrida noche de pasión. Daba gracias a Dios porque no se hubiera quedado embarazada de ese desgraciado. Su vergüenza sería mucho mayor para ella viendo la cara de Lancaster reflejada en un niño, aunque la criatura no tendría culpa por la forma en que sus padres lo habían engendrado, ella no podría vivir con el recuerdo de lo que había hecho ese malnacido, que ella creía que era un caballero y resultó ser el mismo demonio. Después de largo tiempo pegada a la ventana, cerró las cortinas y se desnudó para ponerse el camisón y acostarse. Sabía que esa noche le iba a ser imposible pegar ojo, deseaba de todo corazón que Cristopher llegara ileso a su apartamento.
Cristopher aparcó el coche en su plaza de aparcamiento y salió disparado hacia su apartamento. En dos zancadas se puso en la puerta, sacó del bolsillo el llavero y después de seleccionar la llave que abría el apartamento, la abrió. Entró en el interior del apartamento y cerró dando un sonoro portazo. No le importaba que sus vecinos protestaran, él necesitaba descargar toda su frustración. Se fue al mueble bar del comedor y se sirvió un whisky doble, luego se fue al despacho y allí se puso a dar vueltas como una fiera enjaulada y de vez en cuando daba sorbos a su bebida. No podía permitir que sus planes se vinieran abajo, seducir a Isabella era primordial para que ella se enamorara de él y convertirla en su esposa para hacer de su vida un infierno. Pero lo sucedido esa noche trastocaba todos sus planes. Pero ver la cara de terror de ella cuando estaban muy cerca de hacer el amor, lo atormentaba y no lo dejaba tranquilo. Por mucho que quisiera olvidarse de ello le era imposible. Tenía que averiguar qué le estaba pasando a Isabella. Se acercó a la ventana y se pasó la mano que tenía libre por el pelo. Debía buscar una solución para saber qué pasaba, las dos únicas salidas posibles eran hablar con Kyle o indagar y recabar información sobre la mejor amiga de Isabella. Seguramente alguno de los dos sabía de primera mano lo que le pasaba a Isabella, con disgusto, se daba cuenta de que ella no rechazaba el contacto de Kyle, y ese era un punto que tenía en su contra. No podía permitir que Isabella se le escapara de nuevo. Por la mañana llamaría a Kyle nuevamente, se dijo, mientras se acababa el whisky . Si de él no sacaba la verdad, tendría que seguir intentándolo con la amiga de Isabella. Dejó el vaso sobre el escritorio y se fue al dormitorio. Se desnudó quedándose únicamente con los bóxeres y se deslizó entre las sábanas. Tardó tiempo en quedarse dormido, dándole vueltas a la cabeza y pensando, pero finalmente el sueño lo venció y se quedó profundamente dormido.
Esa mañana, Isabella se despertó con los primeros rayos de sol, que intentaban colarse a través de las gruesas cortinas corridas. Le habría gustado quedarse más tiempo en la cama, pero no podía permitírselo, tenía que ir a trabajar. Había pasado una noche de perros. Se despertó dos veces empapada en sudor y respirando con dificultad a causa de las pesadillas. Había semanas que estas no se presentaban, pero el momento tan apasionado que había vivido con Cristopher, despertó de nuevo ese recuerdo que intentaba relegar al lugar más recóndito de su mente. Tenía que evitar a Cristopher, apenas llevaba unas semanas en Londres, y ya estaba causando estragos en su vida y en su ser de nuevo, y no podía permitirlo. En el pasado se había encontrado sola, todavía no conocía a Kyle y con Anna se había reencontrado años después, pero ahora las cosas eran muy diferentes, contaba con el apoyo de sus amigos y ellos no permitirían que Cristopher le hiciera daño de nuevo. Con una mueca de disgusto se obligó a arrastrarse fuera de la cama, fue a la cocina a prepararse un café bien cargado para despejarse, debía tener todos los sentidos alerta para trabajar. Ya en la cocina, cogió la tetera para hervir el agua del café, casi nunca usaba la cafetera. Luego cogió una taza en una de las alacenas, en otra cogió el café y puso unas cucharadas en la taza. Poco después silbó la tetera, vertió parte del agua en la taza y luego le añadió unos terrones de azúcar. Cogió la taza y mientras removía la mezcla, se apoyó sobre la encimera. Apenas se tenía en pie con el agotamiento. Bebió el café lo más rápido posible y se fue al cuarto de baño a darse una buena ducha para despejarse y sentirse con energías renovadas. Diez minutos después, salió del cuarto de baño envuelta en una toalla alrededor del cuerpo y otra sobre la cabeza. Ya en el dormitorio, se vistió con una sencilla falda azul marino, una camisa también azul marino con lunares blancos y zapatos color crema. Delante del espejo se aplicó un discreto maquillaje como solía hacerlo siempre, se peinó con una sencilla cola, luego se puso una chaqueta estilo americana también de color crema. Después de echarse un vistazo en el espejo, salió del dormitorio y avanzó por el pasillo hasta la entrada del apartamento, cogió su maletín, las llaves de la casa y del coche y salió al exterior. Mientras avanzaba hacia el aparcamiento, el sol la inundaba y ella agradeció la sensación de bienestar que el sol le proporcionaba. Subió al coche, arrancó y se dirigió al trabajo.
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