Entraron en el restaurante y una de las camareras que ya los conocía, los acompañó a una de las mesas al lado de los amplios ventanales del establecimiento. La camarera les tomó nota y llevó la orden a la cocina, minutos después les sirvió las bebidas, una copa de vino para Kyle y una tónica para Isabella. Un par de minutos después, regresó con una bandeja con dos platos de ternera asada con ensalada. Comieron con gusto la comida, en ese restaurante todos los platos que preparaban eran deliciosos. Charlaban y se reían de chistes que Kyle contaba, algunos pésimos, pero que arrancaban una sonrisa a Isabella, que era lo que él pretendía.
Se tomaron el café y con el tiempo justo para regresar al trabajo, salieron del restaurante y entraron nuevamente al edificio, cogieron el ascensor y subieron a su respectiva planta. Cuando las puertas se abrieron, Isabella y Kyle se encontraron con Anna. En ese momento, Kyle se despidió de las dos mujeres y se encaminó hacia su despacho. Ellas caminaron hacia la oficina de Isabella, mientras Anna la ponía al día sobre los nuevos cotilleos que se oían en la planta.
—¿Qué tal la comida con Kyle? —preguntó Anna mirándola con curiosidad mientras entraban en el despacho de Isabella.
—Muy bien —respondió Isabella mientras se sacaba la chaqueta, se acercó al asiento del escritorio y la colgó en el respaldo; acto seguido, se sentó.
—Ya verás cómo al final vas a acabar enamorándote de Kyle —habló Anna esperanzada, mientras tomaba asiento en una de las sillas frente a Isabella.
—Kyle es una buena persona y no quiero herir sus sentimientos, no quiero hacerlo sufrir porque sé que nunca voy a ser capaz de amarlo.
—No digas eso Isa, me fijo cómo sonríes cuando estás a su lado, eso quiere decir que estás a gusto con él, eso es buena señal.
—No, Anna —la interrumpió tajante—, mi corazón está muerto después de todo lo que he sufrido con Cristopher, no quiero arriesgarme a volver a amar a ningún otro hombre, no podría soportar otra decepción. Y menos todavía después de lo que el desgraciado de Albert Lancaster me hizo.
—No puedes hablar de esa forma tan tajante, sé que has sufrido mucho, pero eres una mujer joven y no puedes pensar de esa forma, mereces ser amada y protegida por un buen hombre, y ese es Kyle.
—Sé que es un buen hombre y por eso se merece ser amado por una mujer que de verdad lo ame, no con una como yo que le dé falsas esperanzas, eso sería una situación insostenible para los dos.
—No te pido que le hagas daño a Kyle, háblale con sinceridad y dile que te gustaría empezar una relación más seria con él y ver lo que pasa con el tiempo. A lo mejor te puedes acabar enamorando de él.
—Eso nunca va a suceder, Anna, mi corazón perteneció y será siempre de Cristopher, por mucho daño que me haya hecho, no consigo arrancármelo del corazón.
—Es una locura que sigas enamorada de un hombre que solamente te ha hecho sufrir en la vida.
—Tienes razón en todo lo que dices, ¿crees que en todos estos años no he intentado olvidarme de él? —preguntó ella con aire derrotado.
—Lo siento mucho, sé que lo has intentado, pero dale una oportunidad a Kyle y que puedas ser feliz a su lado. —Anna se levantó de la silla y salió del despacho mientras se despedía de Isabella.
Ella se recostó en su asiento y cerró los ojos, mientras la idea de aceptar a Kyle como pareja, penetraba poco a poco en su mente. Anna tenía razón y merecía ser feliz al lado de un buen hombre y Kyle era la persona perfecta para poder recomponer un corazón roto como el suyo. Era hora de pensar en su felicidad y dejar de una vez por todas de rememorar el pasado.
Esa noche llegó a casa pasada la medianoche. El día había sido muy duro y estaba agotada, apenas se tenía en pie, mientras abría la puerta del apartamento. En cuanto estuvo dentro cerró de una patada la puerta y dejó caer el bolso en el suelo, luego se acercó al sofá y se dejó caer pesadamente sobre él. Esos días estaba matándose a trabajar para tener su mente ocupada y dejar de pensar en Cristopher. Tenía que tomar una decisión cuanto antes, si él no se iba de la ciudad, sería ella la que dimitiría en su puesto de trabajo y pondría tierra de por medio entre Cristopher y ella. No podría soportar por más tiempo esa situación, se daba cuenta de que una manera u otra, Cristopher la tenía entre sus manos y que podía hacer con ella lo que quisiera. Ella solamente era una marioneta que él manejaría a su antojo, obligándola a hacer todo lo que Cristopher quisiera. Aunque ella intentaba mantenerse firme en su resolución, él siempre acababa por derrumbar sus defensas y colarse de nuevo en su mente y en su corazón. Tenía que demostrar más fortaleza, se dijo, mientras se recostaba en el sofá y cerraba los ojos. Le pareció que llevaba una eternidad con los ojos cerrados, cuando el sonido del timbre la sobresaltó y se levantó de un salto del sofá. No tenía ni idea de quién podía estar llamando a esas horas a su puerta, que ella recordara, no esperaba visita alguna esa noche, se corrigió, no esperaba visitas ninguna noche. A las únicas personas que había accedido a que entraran en su apartamento eran Anna y Kyle. Fue hacia la puerta tambaleándose, ya que de camino había perdido uno de los zapatos y cojeaba por la ligera descompensación. Al llegar a la puerta echó una fugaz mirada por la mirilla, se quedó de piedra al ver de quién se trataba.
Cristopher estaba plantado delante de su puerta con un ramo de rosas en la mano y una botella de champán en la otra. ¿Qué pretendía ese hombre ahora? Se preguntó Isabella estupefacta. Se giró y se pasó la mano por el pelo nerviosa, ese hombre nunca la iba a dejar en paz. Él insistió en el timbre otra vez.
Cristopher se estaba empezando a impacientar, sabía perfectamente que ella lo había visto por la mirilla y no quería abrirle. Pero tenía que calmarse, se dijo, si quería lograr su objetivo. Esa noche había ido a su apartamento con intención de seducirla, de comenzar a derribar sus defensas de nuevo. Y cuando la tuviera dominada de nuevo, la haría sufrir como nunca antes había sufrido. Iba a pagar en carnes propias todo el daño que le había hecho en el pasado. Pero lo estaba cabreando que ella lo ignorara.
—Isabella, sé que estás ahí —dijo con voz tranquila y melosa. Una tranquilidad que en realidad no sentía para nada—. Abre, por favor, vengo en son de paz.
—No pienso abrir, lárgate —respondió ella, mientras seguía apoyada de espaldas sobre la puerta.
—Venga, Isabella, quiero charlar contigo mientras disfrutamos de una buena copa de champán.
—No tengo intención alguna de socializar contigo, estoy cansada y necesito descansar.
Cristopher lanzó un juramento en voz baja, su plan no estaba saliendo como él pretendía. Pero tenía muy claro que no se iba a ir sin poner en práctica su plan.
—Venga, Isabella, no estaré mucho rato.
Al poco rato, escuchó el característico clic de la cerradura, la puerta se abrió e Isabella se hizo a un lado para dejarlo entrar.
—Buena chica —dijo él, mientras entraba en el interior del apartamento y sin previo aviso besó a Isabella. Ella, por unos instantes, se quedó paralizada y perdida en las sensaciones que ese beso le produjo a su cuerpo. Ni en un millón de años estaría preparada para volver a sentir todo lo que había vivido en el pasado con el amor de su vida.
Cristopher rompió el contacto satisfecho, mientras en su mirada aparecía un destello perverso. Tendría a esa mujer comiendo de la palma de su mano mucho antes de lo que se imaginaba. Ella seguía temblorosa y sin poder moverse, estaba segura de que si intentaba dar un paso acabaría irremediablemente en el suelo. Cristopher se acercó a la mesa grande y depositó en ella el ramo de flores y la botella de champán. Minutos después se acercó a Isabella, la sujetó del brazo y la condujo hacia el sofá, hizo que Isabella se sentara y luego se sentó él a su lado, mientras acariciaba en círculos la mano de ella. Isabella estaba perdida en un mar a la deriva por las sensaciones. Esa simple caricia estaba causando estragos en todo su ser.
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