—¿Te apetece una copa de champán? —preguntó él, mientras la seguía acariciando y mirándola fijamente.
—Una copa de champán estaría bien —respondió Isabella en apenas un susurro audible. Rompió el contacto con Cristopher, se quitó el zapato que aún llevaba puesto y se levantó del sofá para dirigirse temblorosa a la cocina a por dos copas. Cristopher se felicitó mientras la seguía con la mirada. Se iba a aprovechar de todas las debilidades de Isabella para romper sus defensas y destrozarle la vida como ella se la había roto a él. No cejaría en su empeño hasta verla completamente destruida. Minutos después, Isabella regresó al salón con dos copas en la mano y cogió la botella donde la había dejado Cristopher, luego se acercó al sofá y lo dejó todo sobre la mesita frente al sofá. Él cogió la botella, la abrió y sirvió la bebida en ambas copas, mientras ella se sentaba. Poco después, Cristopher le entregaba la copa a ella y chocó las copas a modo de brindis y se llevó la copa a los labios. Isabella lo imitó y bebió de su copa mientras lo miraba hipnotizada, no podía apartar la mirada de él. Sus nervios estaban a flor de piel y su corazón latía descontrolado en su interior mientras la sangre le corría por las venas quemándole las entrañas.
—Tienes un apartamento precioso —dijo mirando a su alrededor.
—Gracias —respondió ella, mientras bebía un largo sorbo de champán.
—Me alegro de que te vaya tan bien en la vida. —Dejó su copa sobre la mesa y volvió a acariciarle la mano.
—A ti tampoco te va nada mal —balbuceó ella sin poder pensar con claridad.
Cristopher asintió afirmativamente, luego subió su mano y empezó a acariciarle el pelo enrollando algún mechón entre los dedos. Sabía que la estaba desarmando por completo y eso le encantaba. Estaba seguro de que, si se lo proponía, esa noche Isabella caería en su brazos. Tenía que ser fuerte y controlarse. El contacto con Isabella lo estaba desarmando por completo. Despertando recuerdos del pasado que él creía olvidados ya. Pero en esos momentos se estaba dando cuenta de que nunca la había olvidado. Y esa verdad lo impactó de lleno en todo su ser. Su corazón galopaba alocadamente en su interior, mientras el deseo por ella se intensificaba. Tenía que tranquilizarse y mantener la cabeza fría para no caer de nuevo en las redes de Isabella. Bajó la mano y continuó acariciando y enmarcando su rostro con la palma de la mano. Mientras, ella continuaba con los ojos cerrados y perdida entre sus caricias. Clavada en su asiento como si no quisiera perderse ni un segundo de ese contacto, deseando que continuara el resto de su vida y nunca llegara a su fin. En ese instante ella se dio cuenta de que después de tantos años, su vida volvía a estar patas arriba de nuevo. Solo hacía falta una simple caricia de él para borrar de un plumazo todo el daño que le había hecho. Estaba completamente perdida y a merced de él y eso la aterraba. En unos pocos segundos, Cristopher había sido capaz de derribar sus defensas. Él lentamente fue acercando la cara a la de Isabella y aspirando la fragancia a rosas que la envolvía. Notaba cómo ella se estremecía con sus caricias y le gustaba el efecto que tenía sobre ella. Se paró a unos milímetros escasos de la boca de ella temblando de anticipación, sabía que los besos de Isabella eran dulces y sensuales. Iba a disfrutar cada segundo del placer que iba a obtener del cuerpo de ella, y la besó. Cuando los labios de los dos se tocaron, una corriente eléctrica los sacudió a ambos. Ninguno estaba preparado para lo que en ese momento estaban sintiendo. Los corazones latían desbocados y un torrente de lava candente corría por sus venas. Cristopher intensificó el beso mientras sus respiraciones se entremezclaban y respiraban con dificultad. Con la mano que Cristopher tenía libre, la posó sobre uno de los pechos de Isabella y lo acarició por encima de la tela, ella gimió de placer al notar el contacto de la mano de él sobre su cuerpo. Por dentro, ella ardía de pasión mientras la ropa le empezaba a estorbar. Él la tumbó en el sofá y fue besándole el cuello hasta el nacimiento de los pechos, dejando a su paso un reguero de fuego sobre la piel de Isabella. Ella sabía que lo que estaba pasando no estaba bien, que debería detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero su cerebro no era capaz de pensar con coherencia con todo lo que Cristopher le estaba haciendo sentir en esos momentos. Ahora sabía con certeza que estaba completamente perdida.
Mientras los dos seguían envueltos en una intensa niebla de pasión, Cristopher había puesto la mano sobre una de las piernas de Isabella e iba avanzando hacia el centro de la feminidad de ella, e hizo que Isabella le vinieran de golpe a la mente todos los recuerdos del pasado e intentó zafarse de él, mientras gritaba enloquecida.
—¡Suéltame, imbécil! —gritó ella luchando contra él para que la dejara libre.
—¡Isabella, qué te pasa! —exclamó Cristopher desesperado por verla en ese estado.
—Déjame en paz —imploró Isabella mientras intentaba levantarse del sofá.
—Isabella, ¡mírame!, soy yo Cristopher, no voy a hacerte ningún daño —habló con el corazón encogido, algo muy grave le había pasado a Isabella para que se pusiera de esa forma.
Pero ella no escuchaba nada de lo que Cristopher le estaba diciendo. Todo lo que había vivido con el desgraciado de Albert Lancaster, volvió de repente a su cabeza. Estaba desesperada por librarse del hombre que la aprisionaba con tanta fuerza en el sofá, pero no conseguía verle la cara entre tantas lágrimas y por la desesperación de querer librarse de él, pero era como si una barra de hierro la mantuviera presa sin poder librarse de ella.
Cristopher se incorporó en el sofá y le dejó algo más de movimiento, pero la seguía teniendo sujeta, mientras que con la otra mano le acariciaba la cara bañada en lágrimas.
—¡No me toques! —respondió ella mientras con un gesto se levantaba del sofá y ponía distancia entre los dos y volvía a estallar en llantos. Mientras a Cristopher se le rompía el corazón por verla así.
—Isabella, mírame —repitió de nuevo—. Soy yo, Cristopher, no voy a hacerte daño —dijo, mientras se acercaba a ella.
—¡Lárgate de mi apartamento ahora! —exclamó señalándole la puerta.
Pero él no pensaba marcharse del apartamento de Isabella hasta averiguar lo que estaba pasando, y por qué ella se había puesto de esa forma en un abrir y cerrar de ojos. Lo estaba partiendo en mil pedazos ver lo desesperada que estaba.
Isabella se soltó de él y fue hacia la puerta del salón; allí, se apoyó de espaldas y se dejó caer al suelo derrotada, deslizándose mientras se acunaba para calmarse. Cristopher se acercó a ella y se agachó para que sus caras quedaran al mismo nivel. Pero ella esquivaba su mirada y en ningún momento permitió que él la tocara. Desde el principio, Isabella sabía perfectamente que era Cristopher, y se maldijo por demostrar tanta vulnerabilidad ante ese hombre. Maldijo una y otra vez a Lancaster, ella era joven y no sabía qué pretensiones tenía ese hombre respecto a ella, pero cuando se dio cuenta de lo que él pretendía ya era demasiado tarde. Siguió maldiciéndolo por violarla. Y maldijo por demostrar tanta debilidad ante Cristopher. Los recuerdos de esa maldita noche habían regresado en el momento menos oportuno y sentía rabia e impotencia por ello.
—Isabella, no era mi intención hacerte daño —dijo él, mientras seguía acuclillado frente a ella.
—Quiero que me dejes sola, lárgate ya de mi apartamento, Cristopher. —Y le señaló la puerta nuevamente.
—No voy a dejarte sola en este estado, es evidente que algo gordo te ha pasado para ponerte de esta manera.
Читать дальше