Hugo Mantilla Trejos - El Último Tinigua

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El último tinigua y otros poemas llaneros
Este título recopila una selección de la poesía tradicional escrita por su autor en los últimos
cincuenta años. En muchos de sus textos, Mantilla Trejos rinde un homenaje a la raza amerindia,
pero también deja su huella indeleble en versos que plasman todo su conocimiento, sabiduría,
visión y talento estéticos sobre su universo: el llano sin fronteras. El título del libro es un
homenaje a Criterio, un indígena que conoció el autor en La Macarena, Meta, y de quien se decía
que era el último integrante de una tribu llamada los tiniguas, habitantes del alto Guayabero.

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sin hacer alboroto,

se fue la maracana,

el turpial, el conoto

voló como vencido

y se fue al Mato Groso,

igualmente el turpial

de canto melodioso.

Un lamento se ahoga

cuando el sol agoniza

silente tras los yopos.

Grite tanto como me dio el aliento

fue testigo la roca

de colores hermosos

que sirven de camastro

al río portentoso

cuál es el guayabero

desde tiempos ignotos.

El Tinigua está solo

se le enmudeció el rostro,

se cerraron sus ojos,

se murió poco a poco

dejando en la penumbra

un adiós doloroso

lo mato la injusticia

¡lo matamos nosotros!

Señora Colombia

¡Señora Colombia

te ha nacido un hijo!,

no es blanco, no es negro,

es puro es un niño indio.

Nació como todos

con fuertes lloridos

con la diferencia de que allá en la selva

no oyeron el grito sino la penumbra

y el quedo silente

que preña la selva.

Nació solo…solo con la madre india

dentro del bohío.

Él no tuvo médico

vino solo al mundo.

Los gritos ahogados de una madre india

los trasmitió el eco

de la selva virgen

por todas las tribus,

y una clara luna

que filtra sus rayos

alumbró aquel nido.

Después, unos dientes cortan el ombligo

y una cataplasma de hojas y caraña

calma los dolores

trayéndole alivio.

Y por cuna? .un chinchorro de moriche fino

tejido por el indio macho que lo procreara.

Y entonces la madre,

con ese cariño,

que entregan las madres

le brindó en su leche jugo de fariña,

sin sabor a leche con sabor a insípido

y el niño se calma su hambre de nacido.

No tuvo regalos como todo niño,

no hubo la alegría como en otras partes

cuando nace un hijo.

El tiempo en la selva sigue de continuo,

con ojazos tristes ve el niño hacia el río

y escucha que aúlla

el perro que siente la pena, el olvido

en que esta su hermano…

su dueño, su amigo.

El viejo esguaza las aguas del río,

con los aleteos del frágil potrillo.

Mira en lontananza con ojos perdidos

que ya dejó atrás su viejo bohío,

con su vieja la india, con su mozo el hijo,

y hasta siente miedo del agua que tiembla,

del perro que aúlla…

Mientras en el aire, en el aire tibio,

se mezclan vapores de selva, vapores de río,

y un poco de paz allá en el bohío.

Transcurren los años

y ya desandado el largo camino

el indio encuentra que todo,

para el se ha perdido.

Y se encuentra solo,

no encuentra a su hijo,

no encuentra a su india,

se los ha llevado el pesado olvido

en que se desgranan las palmas dormidas.

No te das de cuenta señora Colombia,

es que no comprendes que somos tus hijos

Los abandonados, los desconocidos,

que sufren, que gimen,

los que lloran tristes al pie de los yopos

sintiendo tu olvido?

¡Señora Colombia

te ha nacido un hijo!

no es blanco, no es negro,

¡es puro, es un indio!

Indio soy

Indio soy.

Estoy firme mirando

la inmensidad de la llanura.

Tras de mí está la selva . . .

ella ha sido mi cuna

y la de mis hermanos

que hace tiempo se fueron

para un país lejano.

Esa selva es mi madre…

conocí en lunas claras

sus misterios lejanos

y en soleadas mañanas

el canto de los pájaros.

Me enseño a hacer la flecha

y a manejar el arco

y a conocer el rumbo

por sus ríos verdes claros.

Fuera de ella

está el inmenso llano. . .

a él no tengo derecho

porque eso es de los blancos,

esos que nos destruyen,

los que nos humillaron,

desde cuando Colón

con sus hombres pisaron

éstas tierras tan nuestras. . .

mi suelo americano.

Cuando yo llego a un pueblo

se me quedan mirando

y al no entender mi lengua

se van de mí burlando

señalando mi rostro

y mis pobres harapos

que traje de la selva

hechos de matapalo.

Pero yo los entiendo,

los entiendo y recalco

que son seres sin alma,

son seres desgraciados

que se prenden del mundo,

que se ríen de sí mismos

y del dolor causado.

Yo no soy de esa casta

pues jamás me rebajo:

soy indio por ancestro

y de serlo me jacto.

Yo no tengo gobierno

pues yo mismo me mando,

pero dirán entonces

que soy un renegado?.

No, no es eso;

lo que pasa es que escucho

que dicen de soldados

que ellos mismos se acaban,

se están acribillando,

y eso me hiela el cuerpo

y trae de mi pasado

recuerdos imborrables

cuando me destruyeron

a mis antepasados.

Quisiera dar un grito,

a todos estrujarlos,

gritar de que soy libre,

de que soy un tucano,

de que mi raza india,

no debe relegarse,

para que si me escuchan

en el país lejano

donde un día se marcharon

con chinchorro y mujeres

toditos mis hermanos

recuerden que en la selva

los estoy esperando.

Quizás, cuando en sus marchas

ya se sientan cansados

y me cuenten que fueron

a ese país arcano,

a una tierra con nombre

de suelo colombiano,

que vieron sus montañas

y sus picos nevados

blancos como los lirios

cuando comienza mayo.

Que mas podré decir?.

Que estoy viejo y cansado.

Que un dolor muy profundo

a mi cuerpo ha abrazado,

que cuando se oscurezca,

cuando cierre mis párpados

antes de que yo expire

en un grito pagano,

diré: Que yo nací en la selva,

la que me dio la mano,

que del blanco iracundo

yo soy su antepasado,

que soy su misma sangre,

que jamás he llorado,

que yo tengo derecho a ser americano

y más que todo esto,

a ser un colombiano.

Llegó la noche y acalló la selva

sirvió el silencio de mortaja al indio,

filtró la luna sus plateadas hebras

y se marchó su alma al infinito.

Colombia: ve hacia acá

Aquí estoy sin parpadear

contemplando tu faz fiero Vichada.

Contemplo la belleza de tus ríos

y el profundo verdor de tus sabanas

que se extienden grandiosas e infinitas

por palmares y esteros adornadas.

Tus ríos son sierpes que impetuosos bajan

y en una trilogía cual potros briosos,

rinden sus aguas al mítico Orinoco,

el Meta, el Guaviare y el Vichada.

Que esplendoroso panorama he visto

cuando miro que en oriente se agiganta,

un sol que me recuerda al de los griegos

amantes de sus guerras y batallas.

Y en esas tardes cuando va muriendo,

despidiendo arreboles raudo baja,

viene el anochecer y en las mañanas

son espejos de amor sus claras aguas.

De golpe el horizonte se oscurece,

relampagueantes rayos fieros tajan,

estremeciendo el trueno los caminos

y el agua inunda manglares y cañadas.

Después del vendaval viene un susurro:

y el ave adormecida vuelve y canta,

y aparecen las flores campesinas

porque mayo ha anunciado su llegada.

¡Qué grandeza conservas todavía!

es pura y limpia como tú la casta,

y en las venas sangrantes de tus indios

queda una luz que mantendrá a esa raza.

Luz que no apagará ni el mismo tiempo

ni la ferocidad con que los tratan,

ni la injusticia con que se les tiene

porque ellos tienen corazón y alma.

Parece una mentira pero es cierto,

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